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“Repoblar ahora es una aberración”

Científicos y ecologistas piden la evaluación rápida y exhaustiva de los daños

El cementerio de Osset, aldea de Andilla, logró salvarse de las llamas.
El cementerio de Osset, aldea de Andilla, logró salvarse de las llamas. JOSÉ JORDÁN

Los incendios que han afectado al interior de la provincia de Valencia durante 10 días han reducido a cenizas más de 50.000 hectáreas. Pero una vez hecho el daño, ¿qué se puede hacer ahora? “Repoblar justo después de un incendio es una aberración técnica”, afirma Fernando Pradells, decano del Colegio de Ingenieros de Montes en Valencia. Científicos y ecologistas piden una evaluación detallada de los impactos antes de tomar medidas y reclaman que se actúe solo después de detectar los problemas concretos de cada zona y no de manera indiscriminada.

“La estructura del suelo queda muy debilitada tras el paso del fuego. Eso hace que no sea recomendable la intervención en zonas acabadas de quemar”, explica Ferran Gandia, miembro de la comisión forestal de Acció Ecologista Agró. “Los ecosistemas mediterráneos están profundamente adaptados al fuego y tienen capacidad de autoregenerarse. Nosotros no podemos sustituir ni mejorar este proceso. Conviene, antes de realizar cualquier intervención, dejar evolucionar el sistema de forma espontánea durante un tiempo considerable para, años después, intervenir donde la regeneración no sea satisfactoria”, añade.

El monte mediterráneo es muy resistente al fuego, pero la precipitación política a la hora de poner remedio a los daños y las presiones sociales de los ciudadanos, sensibilizados con el daño medioambiental tras el incendio, pueden poner aun más en riesgo la capacidad de recuperación de los bosques. Los científicos aseguran que lo que resulta urgente ahora es controlar la pérdida de suelo porque la combinación de incendios en verano y lluvias torrenciales en otoño hacen que el peligro más importante ahora sea la erosión.

Aunque la vegetación amortigua la pérdida de suelo, los expertos recomiendan que las repoblaciones se hagan al menos dos años después del incendio y siempre tras una evaluación exhaustiva de dónde el suelo está preparado para soportarla.

Actuar en las zonas arrasadas de monte es caro y poco viable

“Enseguida surgen grupos de gente, voluntarios, que con toda su buena voluntad por intentar regenerar, lo único que hacen es perder el tiempo”, dice Fernando Pradells. La repoblación no es un proceso fácil. Requiere plantones de al menos uno o dos años de crecimiento y riegos, o lluvias, durante los primeros meses tras su plantación. Además, los recursos de los viveros son limitados. “Dudo que haya plantones suficientes y con las suficientes garantías como para repoblar toda la superficie quemada”, cuenta Patricio García Fayos, director del Centro de Investigación sobre Desertificación (CIDE), dependiente del CSIC.

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Los especialistas del CIDE explican que la viabilidad de los plantones trasplantados sería muy baja en las condiciones que se dan tras estos últimos incendios porque necesitarían lluvias que ahora no van a producirse.

Los ingenieros añaden un nuevo punto al análisis y aluden al coste económico de la repoblación, que consideran evitable, dado que la regeneración natural tiene coste cero y es mucho más conveniente para la diversidad genética del bosque.

“El tiempo apremia porque estamos en verano y la amenaza la tenemos en otoño. Sobre todo en las zonas más susceptibles; y por tanto, sin pausa se debería hacer la evaluación del territorio para intentar tomar las medidas que en el tiempo que tengamos disponible podamos ejecutar”, advierte Luis Recatalá, investigador del CIDE y especialista en evaluación de impacto ambiental.

Lo más importante ahora es controlar la pérdida de suelo y evitar la erosión

Tanto los expertos como los ecologistas apuntan a la erosión como el riesgo fundamental a controlar tras el incendio. Al arrastrarse el material que compone el suelo, las plantas no tienen el sustrato suficiente para enraizar y en ocasiones puede aflorar la roca o el material originario que hay bajo el suelo.

La erosión hídrica es un riesgo constante en el Mediterráneo. Las características del clima, con lluvias torrenciales, y de los suelos, en general poco consistentes, se unen a las pendientes fuertes en la zona quemada y a la ausencia de vegetación creando un escenario perfecto para la erosión.

Luis Recatalá explica que el impacto no se limita al lugar donde pierde el suelo, sino que hay consecuencias también en otras zonas. Uno de los impactos más habituales es el depósito de sedimentos en el fondo de los embalses. Recatalá precisa que “hay estudios hechos que explican cómo el material que se va sedimentando hace que cada vez tengan menos capacidad útil”. El material arrastrado podría afectar, además, a los sectores productivos, depositándose en los campos, rompiendo bancales abandonados o afectando a infraestructuras y caminos.

Para los ingenieros, lo que debe hacerse ahora es retirar la madera quemada para evitar que los troncos carbonizados se llenen de plagas. Sin embargo, los ecologistas se oponen a ello radicalmente. “No debe extraerse nunca la madera quemada a excepción de lugares donde se recomiende por motivos de seguridad como a los lados de caminos y carreteras”, explica Ferran Gandia. La madera quemada, cuenta Gandia, “tiene ciertas ventajas porque el paso del fuego aumenta su dureza” y porque su venta posterior como combustible podría “estar alimentando la intencionalidad de ciertos incendios”.

La repoblación requiere plantones de al menos uno o dos años de crecimiento

Sin embargo, ingenieros y ecologistas coinciden en que algunas medidas como el depósito de paja en la superficie quemada podrían ser útiles para el control de la erosión.

En el ámbito mediterráneo los incendios forestales son un mecanismo natural de renovación del bosque, pero desde hace décadas están apareciendo con una frecuencia muy alta por negligencias humanas. Las especies vegetales que se encuentran en la zona del incendio, como el pino carrasco o las encinas, son especies pirófitas que tienen adaptaciones específicas para resistir al fuego e incluso para sacar partido de él.

“En principio, son zonas que están clasificadas a partir de estudios científicos como zonas de alto valor ecológico y, en general, podríamos decir que serán impactos importantes, de entrada, a falta de una evaluación de más detalle”, explica Recatalá.

“Por sí mismo y por el tipo de vegetación de la zona de Cortes, 20 años serían suficientes para tener una vegetación muy semejante a la que tenemos ahora”, explican los científicos del CIDE, que aluden al hecho de que la zona estuviera ahora recuperada de los incendios que sufrió en el año 1994.

Qué hacer para que no vuelva a pasar

Cada vez que se produce un incendio, la comunidad científica, los sectores sociales y la Administración se preguntan qué hacer para que no vuelva a pasar. La respuesta no es única y el análisis de los errores cometidos suele dar lugar a múltiples soluciones. Diferentes expertos consultados por EL PAÍS explican sus propuestas.

Luis Recatalá, especialista en evaluación de impacto ambiental, explica que el éxodo rural y el abandono de las tierras de cultivo del interior llevan a dejar las tareas de pastoreo y conservación de cultivos y caminos, que habrían hecho que el fuego se ralentizara a su paso por estos espacios. Patricio García Fayos, director del Centro de Investigación sobre Desertificación, afirma que en el momento del incendio había un exceso de masa forestal. La Unió de Llauradors calcula que con 375 pastores en activo y una inversión de 3,75 millones de euros podría haberse reducido la masa forestal en el área incendiada y se habrían minimizado los daños causados.

A este respecto, Fernando Pradells, decano del Colegio de Ingenieros de Montes de Valencia, propone la “explotación forestal sostenible” por parte de los propietarios de terrenos forestales. Pradells, miembro de la Asociación de Municipios Forestales de la Comunidad Valenciana, afirma que facilitar la explotación forestal sostenible atraería población hacia los núcleos rurales y esto haría que se mantuvieran las prácticas de conservación.

A García Fayos le sorprende el hecho de que las garitas de vigilancia forestal que antes tenían técnicos todo el día, ahora solo estén operativas durante una parte del día, hecho que, unido al despoblamiento rural, hace que la detección de los primeros momentos del incendio sea más difícil.

Juli G. Pausas, ecólogo vegetal y autor de diversos libros sobre incendios, alude a la excesiva urbanización de las zonas forestales como uno de los problemas. “Las casas no son un riesgo solo porque se quemen, sino porque sean punto de ignición”, explica. Para el ecólogo, la legislación debería prever posibles riesgos y regular que alrededor de las zonas urbanizadas hubiera una zona sin vegetación para evitar incendios.

La Universitat de València ha propuesto a la Administración un “gran pacto social para combatir los incendios forestales y recuperar las zonas quemadas” en el que ofrecen “el esfuerzo multidisciplinar de sus investigadores” con el objetivo de “garantizar una herencia de bienestar medioambiental a las generaciones del futuro”.

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