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El Mercurio, Sábado 2 de Febrero de 2008

No existen programas para su anulacióny su cacería es completamente ilegal en la ciudad. por PABLO ORELLANA

Llegaron para quedarse. La gran cantidad de «cotorras argentinas» que hay en la capital se transformó en una plaga. Aun así, el SAG no tiene programas para su erradicación y su cacería es ilegal en Santiago por estar en una zona urbana.

La mayor molestia que genera a la ciudadanía es el alto nivel de ruido que generan y la destrucción que provocan en el follaje de los árboles.

Según el profesor de patología aviar de la Universidad de Chile, Héctor Hidalgo: «Estas aves son agresivas y depredadoras, desplazando a las aves originarias del lugar donde se establecen». El veterinario señaló además que las decenas de aves que integran cada colonia destruyen árboles e incluso transformadores, pues a veces se instalan en el tendido eléctrico.

Se les encuentra principalmente en el sector oriente de la capital, donde prefieren las altas copas de los árboles, con una especial debilidad por araucarias y almendros.

El Country Club fue el primer lugar donde se establecieron y hoy se encuentran en el Estadio Nacional, en el Parque Padre Hurtado, en plazas y en los patios de centenares de casas.

Introducida ilegalmente al país en la década del sesenta para su venta como mascota, la deliberada liberación de estas aves provocó que se reprodujeran indiscriminadamente, al nivel de que el Servicio Agrícola y Ganadero las considera «especie dañina» al igual que palomas y gorriones.

Según el artículo 6 de la ley de caza, al tener esta tipificación se pueden cazar en cualquier lugar del país, mientras no sea en zonas urbanas, a no ser que haya un instructivo excepcional del SAG. De acuerdo a esto, en Santiago está prohibido que la gente les dé cacería.

Según llamados telefónicos a algunas empresas de control de plagas, ninguna señaló tener un programa especial para eliminar las colonias de loros argentinos existentes la capital. Además necesitarían una instrucción especial del SAG para actuar.

Meten mucho ruido, pero sus vivos colores y sus casi 30 centímetros de largo hacen que mucha gente los acoja y no se moleste en espantarlos. Incluso en la Plaza Ñuñoa los protegen; la municipalidad colocó unas casitas de madera en los arboles para que estas aves pernocten.