Nunca sabemos con certeza quiénes somos ni quiénes seremos en el futuro. Desde el momento en que nacemos, el mundo nos asigna identidades: un nombre, un género, una nacionalidad. Nos enfrentamos a una realidad predefinida, a etiquetas que no elegimos. No venimos al mundo como hojas en blanco; hemos crecido sintiendo el peso del juicio ajeno, la mirada superficial de quienes solo nos juzgan por nuestra apariencia.

En mi caso, he luchado contra las adversidades, contra la crueldad y la injusticia del mundo. He experimentado momentos de gran orgullo y otros que preferiría borrar de mi memoria. Sin embargo, en medio de este caos, he mantenido firme mi creencia en la libertad de elección, en mis propios principios. No me rijo por etiquetas impuestas, por la necesidad de aparentar algo que no soy. Creo en el amor auténtico, en la expresión genuina de las emociones, en la importancia de llorar, de sentir, de hablar sin tapujos. Una historia de resistencia, de autenticidad, de búsqueda constante de la libertad en un mundo que insiste en encasillarnos.

Para mí, el deseo es libre y no reconoce límites impuestos por la sociedad. Creo en trazar mi propio camino, en rechazar las normas establecidas que no resuenan con mi ser más profundo. La vida es una oportunidad para explorar más allá de lo convencional, para desafiar las expectativas y seguir el rumbo que mi corazón dicta, en lugar de dejarme llevar por las voces que intentan imponer su voluntad sobre la mía.

Me llamo Niko Rosales, y esta es mi historia.

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