'Hey, Pippi Långstrump', decía la melodía en sueco, y los críos nos sentíamos un poco abrumados. Menuda salvaje era aquella Pippi Calzaslargas de la televisión de los años 80, con su melena roja y su vida sin padres. Pero puede que aquella independencia que, en la infancia nos daba un poco de miedo, ahora, de adultos, se nos haga un anhelo irresistible. Por ahí va la intuición de los editores de Blackie Books, que han recuperado los cuentos completos de Astrid Lindgren y han enfatizado su valor filosófico, y perdón por la pedantería. Jan Martí, el responsable del sello, explica su fascinación por Pippi en un correo electrónico.

"Pippi es una niña muy especial. Vive sola (su madre murió, su padre anda surcando los mares del sur en calidad de capitán), en una casa con jardín, con su caballo y su mono, que duermen en casa. Se viste como le da la gana. Tiene dinero, pero no lo necesita. Es muy leal, y muy valiente. Y construye su moral poco a poco, con unos razonamientos que parecen venir de un lugar que no conocemos, o quizá sí, pero que nos queda muy lejos".

"Así", continúa Martí, "con una extraña naturalidad, Pippi rechaza la escuela (sólo va cuando le apetece), no se va a dormir pronto y se enfrenta a todo tipo de figuras opresoras: por lo general, aquellas que le quieren obligar a hacer algo. Parecería que se opone a todo lo que nosotros solemos entender por 'niño' (alguien que necesita protección, que requiere una guía, que sobrevive gracias a una constante limitación moral de su ingenuidad), pero, al mismo tiempo, ha sido el personaje con el que más se han identificado millones de niños, y no tan niños, desde hace más de medio siglo".

Suecas de aúpa

El libro de Blackie Books (en las librerías, la semana que viene), trae una faja bastante graciosa. En un entrecomillado, Stieg Larsson cuenta que su Lisbeth Salander procede de Pippi. "Son dos antiheroínas que desafían, de dos modos bien dispares, lo que todos asumimos como reglas".

"Y ojo, es una niña, no un niño. Muy, muy lejos de algún personaje femenino de, por ejemplo, Federico Moccia. A Pippi ni se le ocurriría pensar que eso de ser niña es diferente que ser niño. Sí es muy diferente que ser mayor... Aunque si alguien le dijera a Pippi que es un símbolo de algo, seguro que ella se reiría a carcajadas, y quizás, acto seguido, enviaría a las nubes al que lo hubiera dicho, con su fuerza sobrehumana".

Y recuerda Martí una cita de Pippi: "A los niños les conviene llevar una vida ordenada, sobre todo si pueden ordenársela ellos mismos".

¿Y aquella estética tan irresistible? "Nadie le dice lo que se tiene que poner. Se hizo un vestido con las telas más bonitas que encontró (y lo va remendando conforme va creciendo) y usa unos zapatos enormes que le regaló su padre, con los que el recuerdo y el valor sentimental se convierten en comodidad. Puede mover los deditos por dentro, un auténtico placer. Una media de cada color, porque sí, porque no tienen por qué ser iguales ni ir a conjunto. Ah, y las trenzas le parecieron un puntazo. Su ropa es un reflejo de la misma Pippi. No sabe lo que es la moda, como cualquier niño. En Blackie, coincidimos en que una de las cosas que más nos divertían a todos de pequeños era disfrazarnos. Pero no disfrazarnos de algo, sino vestirnos a lo loco, con ropa de mayores, gafas extrañas y sombreros enormes. Vestirnos raro, con lo que nos apetecía. Pues eso".

"Astrid Lindgren", concluye Jan Martí, "se inventó al personaje de Pippi para entretener a su hija enferma, que pasó varios meses en cama por una enfermedad pulmonar. Cuando pasó a escrito los cuentos, varios editores rechazaron su publicación. Sólo a través de un concurso logró publicar la que hoy en día es una obra cumbre de la literatura infantil".