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Coordinación: JUAN M. BELLVER y ALEJANDRA YÁÑEZ. Producción: LUISA CASTIÑEIRA. Ilustraciones: VICTORIA MARTOS EMPRESARIOS Entrecanales, entre viñedosEs una de las grandes fortunas del país y ha creado un gigantesco grupo empresarial, pero además de Acciona, José María Entrecanales de Azcárate ha puesto en pie un proyecto que se ha convertido en su verdadera pasión. Se llama La Casa de las Cuatro Rayas y es una envidiable bodega en la Denominación de Origen de Méntrida, en Toledo. Arrayán es el nombre de su vino y el éxito, como siempre, su objetivo. Cuando se atraviesa la verja de Finca P.Háblenos un poco de su infancia, de cómo empezó a tomar contacto con el vino. ¿Creció rodeado de afición? ¿Recuerda algún vino que se encontrara en su mesa? R.Cuando era niño había guerra y posguerra y la preocupación de las familias españolas no era precisamente los vinos. En nuestra mesa se podía encontrar un vino rosado leonés, que defendía bastante mi madre por ser vino de su tierra. P. ¿Y cuándo lo probó por primera vez? R. Fui muy precoz en esto de los vinos. No recuerdo exactamente a qué edad, pero en Francia solía ir con mis amigos a un restaurante donde nos servían unos borgoñas que creíamos que eran espectaculares, quizá nos parecieron así en su momento por sus precios espectaculares (ríe). P. Seguro que los recuerdos del primer vino que cató, que le impactó, son distintos... ¿Podría contarnos cómo fue? P. ¿Cuándo comenzó a comprar vinos? ¿Cuáles eran? ¿Compra ahora otros distintos? P. ¿Ha tenido usted siempre una cava o armario acondicionado para almacenarlos? P. Si bajáramos a ella..., ¿qué nos podríamos encontrar? ¿Cuáles son sus joyas? ¿A cuál no renunciaría de los que guarda? P. Ahora que se habla tanto de la inversión en vinos, ¿es usted uno de los que apuesta por ellos?¿Los colecciona? P. Como hombre de negocios, ¿qué papel cree que tiene el vino en las comidas de trabajo? ¿Se fijan los comensales en la elección? P. Y, a modo de regalo para socios y colaboradores e incluso amigos, ¿es importante el vino que se elige? P. Si hiciera la gran operación comercial de su vida, ¿qué botella abriría? ¿Y si tuviera que celebrar un momento especial de su vida? P. Cuando usted va a un restaurante, ¿le gusta elegir personalmente el vino que se va a beber o prefiere escuchar las recomendaciones del sumiller? P. Cuando pide una botella, ¿está relacionada con el maridaje con el plato, con cómo se siente en esa ocasión o quizá con sus gustos y apetencias? P. Díganos sobre sus gustos vinícolas. ¿Qué características son las que más aprecia? P. ¿Y cómo son los vinos que le gustan? ¿Cuál es su gran capricho vinícola (con el que no fallaría un compañero de mesa)? P. Si alguien tuviera que regalarle una botella, ¿cómo acertaría? P. Cambiemos de tema. ¿Cuándo y por qué se decide a crear un vino? ¿Cómo se mete en esta aventura? P. ¿Por qué elige Méntrida [una denominación desconocida y poco valorada cuando comenzó] para la elaboración de sus propios vinos y no una D.O. más glamourosa? P. Y el nombre La Casa de las Cuatro Rayas, ¿cómo surge? P. ¿Por qué la gama de vinos se llama Arrayán? ¿Tiene algún significado especial? P. ¿Por qué eligió al enólogo Miguel Ángel de Gregorio? P. No podemos evitar preguntarnos por qué no optó por la garnacha –uva tradicional de la zona– y la desechó para terminar eligiendo variedades francesas. ¿Por qué se tomó esta decisión? P. ¿Es Arrayán un sueño vinícola hecho realidad o todavía no? ¿Son éstos sus cinco vinos soñados? P. ¿Ha aplicado a la bodega su experiencia empresarial o es este negocio más personal y visceral? P. Tras mil batallas en el Grupo Acciona, ¿son distintas, mejores, peores o más frustrantes las vinícolas, donde la tierra y la naturaleza están tan relacionadas con el éxito? P. ¿Quién le ha diseñado la bodega? ¿Qué se buscaba con el diseño de la misma? P. En el momento que vive usted actualmente, ¿qué representan este proyecto y el vino en su vida? P. ¿Qué le dicen sus médicos del tema? ¿Le permiten tomarlo? P. ¿Participa en otros proyectos vinícolas? ¿Cuáles y por qué? P. ¿Participan sus hijos de esta pasión vinícola? ¿Están implicados en este proyecto? P. Para terminar, de los cinco vinos que usted hace, ¿cuál es su favorito y por qué? Una bodega estresa más que los negociosHace seis años, en 2001, Alfonso Cortina Alcocer comenzó a mirar al cielo. Entonces aún ocupaba la presidencia de Repsol, pero sus desvelos por la lluvia o el granizo tenían que ver con los viñas que tenía plantadas en su finca de Ciudad Real. Hoy su bodega Vallegarcía está entre las más futuristas de España y, aunque la comercialización no es fácil, sus vinos se venden bastante bien. «Hay mucha competencia», se lamenta. El nombre de Alfonso Cortina Alcocer (Madrid, ?944) ha sido sinónimo, hasta ahora en España, de empresario triunfador. Sin embargo, desde hace unos años, está ligado también al mundo del vino a través de su bodega Vallegarcía, que lleva el nombre de la finca que posee en el municipio de Retuerta de Bullaque, provincia de Ciudad Real. Cortina llegó a esta zona de los Montes de Toledo en ?993, siguiendo la estela de su hermano Alberto, que había adquirido unos terrenos vecinos algunos años antes. El principal reclamo de la comarca es la caza, que atrae a tiradores de toda Europa a esta área privilegiada situada entre Las Ventas con Peña Aguilera y el Parque Nacional de Cabañeros. Pero nuestro hombre no es un forofo cazador, así que, cuando en ?999 se planteó darle cierta utilidad mercantil y social a sus tierras, siguió el ejemplo y el consejo de su amigo Carlos Falcó y plantó viñedo. Gran aficionado al vino y al buen comer (es miembro de la Academia Española de Gastronomía), a Alfonso no le costó lo más mínimo lanzarse a plantar viña en las 29 hectáreas más adecuadas de una finca que, con cerca de 2.000, no es en absoluto de las más grandes de la zona. Pronto le picó el gusanillo de ver cómo sería el vino de Vallegarcía y, en 200?, decidió etiquetarlo con su propia marca, obteniendo con viñas de dos años 90 puntos en la guía de Parker. Para alguien que, por aquel entonces, ocupaba la presidencia de Repsol, un minúsculo viñedo en su finca de fin de semana no debiera haber significado casi nada. Pero Alfonso es un perfeccionista metódico en todo lo que hace, así que llamó para su proyecto vinícola a los mejores: el viverista más reputado de Francia; el mundialmente famoso experto australiano en viticultura Richard Smart y un enólogo madrileño que ya apuntaba (y hoy está considerado entre los más prestigosos del país) llamado Ignacio de Miguel. En las primeras cosechas, a falta de bodega propia, las uvas de viognier, syrah, cabernet sauvignon y merlot eran enviadas a las instalaciones cercanas de Dehesa del Carrizal, propiedad de Marcial Gómez Sequeira (entonces presidente de Sanitas) y donde trabajaba como director técnico De Miguel. Cuando no hubo la menor duda de que los vinos de Vallegarcía merecían la pena, Cortina se decidió a construir su propia bodega. Y, como era de esperar, lo hizo a lo grande. El edificio de Vallegarcía, pocos kilómetros al sur de la residencia familiar, no es espectacular por su tamaño, sino por su diseño arquitectónico, que recuerda a bodegas de fama internacional como Opus One o Catena Zapata, y por su tecnología de vanguardia, que la sitúa entre las más futuristas de España. En un mediodía soleado de noviembre, recibió a Magazine en su despacho de la bodega, presidido por grabados de Palazuelo (el arte es su otra pasión) y por un gran caballo chino de madera del siglo XVI que es el anagrama de su bodega y el símbolo de su vocación enófila. P. Cada vez hay más empresarios de éxito que se meten a bodegueros. ¿El mundo empresarial conduce al mundo del vino? P. Y el vino en los negocios, ¿cómo cuadra? ¿A través de él ha encontrado alguna vez complicidades empresariales? P. ¿Ayuda a culminar una fusión? P. Usted que sabe de inversiones un rato, ¿por qué cree que tanta gente se ha puesto últimamente a invertir en bodegas? P. ¿Cualquiera con dinero puede meterse a bodeguero? P. ¿Muchos amigos le han pedido consejo para hacerse vinateros? P. ¿Y esto exige mucha vocación? P. O sea, que aquí no se pueden hacer cálculos de rentabilidad... P. Cuando empezó en esto, ¿pensaba que iba a ser difícil vender el vino? P. Como coleccionista antes que bodeguero, del precio del vino sabrá usted mucho... ¿Cuántas botellas tiene en su cava privada? P. ¿Cómo compra? P. ¿Se considera un loco del vino? P. ¿Cómo se implica en el proceso de elaboración del vino? P. Esta expresión que los medios de comunicación se han inventado de los vinos de la beautiful people, ¿qué le parece? P. Su hermano Alberto, ¿qué le dice de su vino? La española que triunfa en CaliforniaDesde que era niña, Marimar Torres lleva en la sangre la pasión por la vid. Miembro de una saga catalana con gran tradición vinícola, hace tres décadas decidió probar suerte en la costa Oeste de EEUU. Primero dobló las ventas de los vinos familiares en aquel mercado. Hoy es propietaria de dos viñedos en el condado de Sonoma (California) y se muestra firme defensora de la agricultura biodinámica. En el pueblo de Sebastopol, Russian River Valley (California), todos la conocen por Marimar. Marimar, a secas. Y los que saben su apellido, Torres, suelen ignorar que se trata de un nombre mítico del vino español, de una familia que lleva cultivando la viña en el Penedés desde el siglo XVIII y que fundó su bodega nada menos que en ?870, protagonizando un auténtico boom comercial en la España de los 70 con la incorporación de uvas foráneas y la explotación de una imagen de marca conocida hoy en todo el mundo. Marimar es la pequeña de los tres hijos del difunto patriarca don Miguel, el gran impulsor de la marca. A sus dos hermanos mayores, José María y Miguel, les iniciaron pronto en el negocio familiar; pero para ella, sus progenitores tenían destinado el papel que la época reservaba a las mujeres: buscar el novio adecuado y casarse bien. «Pero yo me escapaba a las viñas con Miguel», recuerda. «No me conformaba con el rol que querían imponerme. En aquellos tiempos, pocas mujeres estudiaban y yo convencí a mis padres de que, yendo a estudiar a Barcelona, encontraría un buen marido. Así que me salí con la mía: me matriculé en Peritaje Mercantil y, a los 28 años, me fui a vivir a mi propio apartamento. Aquello fue un escándalo…». Firme en sus convicciones desde muy joven, Marimar Torres (Barcelona, ?945) ha nadado casi toda la vida a contracorriente. Y ha afrontado retos personales y profesionales que alguien de su linaje podía haberse ahorrado perfectamente. «Mi padre era un carácter, un león, una fuerza vital... En ?973, vine con él a una convención vinícola a San Francisco y le convencí para que me dejara quedarme unos meses», prosigue. «Yo quería ser independiente y, en España, la verdad, no encajaba». Se instaló en California a mediados de los 70 con la excusa de impulsar la distribución de los vinos de Torres en aquel mercado; por supuesto lo logró, y dobló la venta en apenas ?0 años. Se casó con un periodista vinícola norteamericano, Robert Finnegan (otro disgusto familiar), y luego se divorció a los cuatro años (nuevo escándalo). Cuando los Torres esperaban que volviera al redil, decidió quedarse en Sausalito, la pequeña localidad del norte de la bahía de San Francisco y criar a su hija Cristina ella sola («lo que aquí se llama un single parent project», apunta), mientras seguía trabajando para la firma bodeguera. «Claro, que yo sólo me ocupaba del marketing. Ni siquiera dirigía la importadora porque mi padre era muy machista», añade. Libros de cocina. Más retos. En ?986, cuando nadie en todo el orbe apostaba por la gastronomía de la piel de toro, ella se empeñó en publicar en Estados Unidos y Gran Bretaña Spanish Table. «Un libro para anglosajones; no quise traducirlo al castellano», señala. Seis años después, aprovechando el tirón de las Olimpiadas de Barcelona, pondría a la venta otro, La cocina catalana, éste sí editado en dos idiomas. Para entonces, ya había convencido a don Miguel para invertir 800.000 dólares del año 8? en un viñedo en el Russian River Valley. «Busqué propiedades en Napa, que es un valle más conocido y más comercial, pero todo era muy caro. Entonces visité el Russian River, en el condado de Sonoma, y tuve un flechazo. Compré una antigua plantación de manzanas de 25 hectáreas y, entre el 86 y el 88, planté las primeras vides de chardonnay y de pinot noir, dos castas borgoñonas que son mis favoritas. Los expertos lugareños me decían que aquello era muy frío, que el clima no le iría bien a las uvas de Borgoña, que son tan delicadas, pero yo no hice caso». Genio y figura. Hoy la pinot noir es la uva de moda entre los esnobs en California, sobre todo tras el éxito de la oscarizada película Entre copas, de Alexander Payne, y se agota con facilidad en el mercado yanqui. «A nuestra casa de Sitges venían profesores de enología y de viticultura de Borgoña y se hablaba francés. Yo me fui a pasar temporadas allí a aprender, porque en España no podía. Recuerdo que un día le pedí a mi hermano Miguel acompañarle a catar a la bodega y él se opuso firmemente porque me dijo que, si yo iba, los trabajadores iban a estar cohibidos. Así era el mundo del vino en España hace unas décadas. Ahora han cambiado mucho las cosas. Mi sobrina Mireia, por ejemplo, es enóloga», explica. A pesar de vivir a miles de kilómetros de distancia, Marimar sigue muy unida a los suyos; sobre todo a su hermano Miguel, que lidera actualmente la empresa familiar y bajo cuyo mando Torres se ha convertido en una firma líder en el sector de los vinos y los brandies, con más de ?.300 hectáreas de viñedo propio, una plantilla de 800 empleados y presencia en ?30 países. «Miguel es un líder nato, le encanta innovar y mandar, como a mí. De pequeños, siempre me enredaba en aventuras infantiles... Desde que me vine a California, he contado con su apoyo incondicional en todos mis proyectos. Suele venir una vez al año, para ver cómo va todo y dar alguna idea. Estamos muy unidos, nos llamamos todos los domingos religiosamente», comenta. En la actualidad, el Marimar Torres Estate cuenta con dos viñedos, el Don Miguel Vineyard, en Russian River, y el Doña Margarita, adquirido en 2002 en la cercana localidad de Occidental (condado de Sonoma Coast). Siempre con uvas propias, Marimar lleva realizadas ?8 cosechas de blanco y ?4 de tinto. Y hoy su catálogo de vinos ofrece tres chardonnays y nada menos que cinco pinot noirs, su gran debilidad. «Lo que amo de la pinot noir es la fruta, la pureza, la sensualidad, la elegancia. No puedes vinificarla como un cabernet porque es mucho más delicada. Los líderes de opinión del vino americano, Robert Parker y la revista Wine Spectator, ponen notas más altas a los pinot noirs muy potentes y muchos bodegueros siguen esa tendencia. Pero yo no pienso hacerlo porque tapa la esencia de la uva», sentencia. Otra vez, Marimar a contracorriente. La bodega de Sebastopol tiene anexa una vivienda de fin de semana, construida en ?949 y remodelada en ?984, decorada con muebles de masías catalanas y presidida por retratos de la familia o de visitantes ilustres (los Reyes de España y el Príncipe de Asturias han sido huéspedes en varias ocasiones). La finca, que cuenta con nueve trabajadores, está rodeada de huertos de plantas aromáticas y bosques por los que Chico, el springer spaniel de Marimar, persigue codornices, tejones y pavos salvajes (estos últimos, por lo visto, una verdadera plaga, ya que destrozan las viñas). Las vistas, desde la piscina, son impresionantes, pero lo que más destaca en este paisaje idílico, como de Falcon Crest en miniatura, son tres enormes montículos de color marrón oscuro y olor penetrante. «Es el compost, un abono que se obtiene de la descomposición de los residuos orgánicos y debe mezclarse con tierra y airearse durante un tiempo antes de echarlo al campo. Desde el año 2000, nos hemos pasado a la agricultura biodinámica», aclara. La biodinámica es una tendencia al alza entre los viticultores más innovadores, sobre todo en pequeños minifundios. Va un paso más allá de la agricultura ecológica y tiene que ver con las energías cósmicas. «La biodinámica contempla la viña no como una colección de cepas, sino como un organismo viviente», puntualiza. «Cuidar el suelo y la salud de los trabajadores es una cuestión de fe. Si piensas en el futuro y en las próximas generaciones, la viticultura orgánica es la única vía. Además, los vinos tienen más personalidad. Me metí en esto un poco por casualidad, por sugerencia de los vecinos de nuestro viñedo en Sonoma Coast. Occidental tiene un pasado hippie importante, de granjas alternativas y gente muy preocupada por el entorno. Cuando compré la propiedad, me recibieron con cautela. Estaba plantando una viña en unos terrenos que llevaban mucho tiempo salvajes y no pudieron ocultar su desconfianza. Así que restauré el arroyo local, llamado Salmon Creek, di una donación de la Fundación Marimar y Cristina Torres Family para ayudar al colegio, hablé con algunos vecinos y me comprometí a que Doña Margarita Vineyard (en honor a mi madre, que siempre me apoyó) fuera, desde el principio, ?00 % ecológico. Lo que más me costó fue convencer a mis empleados, porque da el doble de trabajo. Pero ahora estamos muy contentos con los resultados y explotamos todas nuestras viñas con este sistema, en el cual el compost resulta fundamental». ¿Proyectos de futuro? «Plantar cepas españolas. Hemos probado con la blanca parellada durante ?0 años, pero no salía un vino interesante. Ahora lo estamos intentando con la tempranillo y la albariño». ¿Y cómo se ve España desde allá, tras más de tres décadas de doble nacionalidad? «Cuando llegué, en el 73, San Francisco me pareció una ciudad muy amistosa, un puerto cosmopolita de clima mediterráneo, liberal, artístico, me recordaba un poco a Barcelona… A España sigo ligada por mi familia y los negocios. Voy cuatro veces al año para consejos de administración pero no tengo nostalgia. Cuando vienen a verme compatriotas, siempre me hablan de los problemas del país y se quejan mucho, pero desde aquí se ve España de forma maravillosa». |
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