3.5.09

·· 9. ENSALZAR · en la Confusión

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ENSALZAR


Sostener a la ligera que somos libres de admirar a cualquier figura resulta en primera instancia, cuando menos, una necedad. La situación se complica de manera ostensible cuando intentamos justificar nuestra posición utilizando tesis irreflexivas, precipitadas, automáticas, vehementes, aprendidas o tendenciosas.

El advenimiento exponencial de una ingente cantidad de mentes confusas, por sobrecarga de comodidad, ha acelerado este proceso en los últimos tiempos. Como consecuencia de ello, en el último medio siglo hemos pasado de un régimen intelectualmente activo y en desarrollo permanente a otro de supervivencia cotidiana, aletargado, cerebral y espiritualmente funcionario, debido al influjo devastador del sistema social de bienestar que nos hemos impuesto.

Del mismo modo, resulta una evidencia recurrente, que no inadecuada, manifestar que la suma de la desproporcionada influencia de los medios de comunicación, el bombardeo mediático de tendencias particulares bien posicionadas, el auxilio perseverante de instituciones públicas y privadas y la gestión gremial de una crítica piadosa, orientada por regla general en el tradicional sentido de las agujas del reloj, se ha convertido en la combinación decisiva a la hora de ensalzar colectivamente a ciertos artistas. Sin el insistente apoyo mancomunado de esa efectiva organización, de calado difuso, la obra de muchas estrellas pasaría desapercibida o resultaría apenas relevante. No debe de resultarnos extraña, pues, la sensación de estar viviendo un período desconcertante, en el que quienes en apariencia nos marcan las pautas resulten ser figuras conceptualmente volubles e insubstanciales, medotológicamente dirigidas por ese estamento tangencial superior, con una ideología basada simple y llanamente en la consecución de beneficios terrenales. Lo importante ahora es el puesto, no quien lo ocupa, pese a reverenciar a gente concreta con nombres y apellidos. Quiero decir con ello que, los elegidos en cada circunstancia para liderar o co-liderar escenas, pueden ser relevados de un día para otro... y sus respectivos mundos se alteran apenas un instante y medio, después de haber atendido a la noticia del cambio. Sucede igualmente en ideología política, en filosofía, en religión y, en general, en todas aquellas parcelas de la vida que se nutren de relatividad para explicarse, crecer y desarrollarse.

No así en otro tipo de ámbitos, quizás más escuetos en el plano intelectual, aunque igualmente generadores de pontificados y glorias, donde el que llega a lo más alto lo hace generalmente por méritos propios, sea cual sea la tendencia de los mass media y/o de los estamentos que regulan su actividad específica. En contraste con todo lo expuesto en párrafos anteriores, el admirado en estos otros campos (más neutrales) aporta en todos los casos resultados palpables, argumentos objetivos cuantificables, difícilmente rebatibles por la imparcialidad de unos y otros. Pero sólo en lo tocante a su especialidad u oficio, no nos engañemos. Se da el caso paradójico de que, en cuanto se apartan de lo estrictamente suyo, para navegar en aguas de popularidad difusa, igualmente se deslizan o yerran. Me refiero a campeones que utilizan su tirón mediático para publicitar todo tipo de productos hasta cansarnos, o para opinar en programas de televisión sobre temas a los que, intelectualmente, no les alcanza su coeficiente intelectual; o para escribir libros sobre ellos mismos o poner el nombre a perfumes, productos sin interés que una ingente masa compra a ciegas simplemente por el bombardeo diario. (De lo que se habla a todas horas, eso es lo bueno.) Es en ese punto en donde su popularidad se dispara, convirtiéndose de la noche a la mañana en figuras de notoriedad mundial al mismo tiempo que payasos de feria.

La subjetividad es un ingrediente muy valioso a la hora de la creación, pero no en todos los casos para el resto del proceso del arte, en su conceptualización, su difusión y transmisión... Sucede que, al atender con fe ciega a los datos subjetivos que nos llegan del exterior, “obligándonos” a posicionarnos intelectualmente de forma resolutiva, morimos cada día un poco más. Precisamente porque la mentira del sistema establecido está basada en la publicidad, comercialización y venta de todo lo contrario. Parcialidad interesada, oculta bajo las formas y los condicionantes de una subjetividad especialmente terapéutica.

Reverenciar es consumir; consagrar el rito ancestral de sometimiento al poder. Estricta liturgia de la sumisión.

6.3.08

·· 8. HUIR · en la confusión...

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HUIR

En la sociedad de la irreflexión hemos decidido de común acuerdo lanzarnos al vacío a producir un sinfín de arbitrariedades en forma de objetos, textos, exposiciones, audiovisuales, proyectos, propuestas, sin pararnos a pensar si lo que hacemos tiene algún sentido; si es oportuno, si es necesario, si aporta energía renovada o es más de lo mismo. Si nuestra pájara personal es capaz de convencer a alguien de fuera de nuestro círculo inmediato.

Huimos sin descanso, en definitiva. En la prisa cotidiana nos evadimos al amparo de la inercia gremial, precisamente para no certificar ante nosotros mismos primero, y ante los demás a continuación, que estamos metidos en un lodazal sin escapatoria.

Producir por producir. Si hiciéramos el cristalino ejercicio de trazar un paralelismo entre Ecología y Arte, tendríamos que concluir irremediablemente que nuestro gremio es uno de los más contaminantes que puedan darse bajo el manto solar. Suspenso absoluto en Ecología Mental... y en superproducción de materia superflua, lógicamente.
Asignatura pendiente.

Resulta fácil constatar todo lo expuesto en el instante en que uno decide enfrentarse a la farragosa meta-materia empírica con la que nos maltratan quienes manejan los hilos del arte. O cuando intentamos trazar una lúcida línea divisoria entre lo que es Arte y lo que es sólo "el mundo del arte", desdeñando todo aquello que contribuye a enturbiar las aguas.

Proponer un mensaje limpio, claro y conciso se ha convertido en anatema, en pecado. Es el mundo al revés. Porque al lanzar una propuesta concreta, simple, como es esta, qué coño estamos haciendo y hacia dónde nos dirigimos, nos encontramos inmediatamente ante el vacío sectorial. El incuestionable y conservador miedo al cambio. La ancestral incomprensión de la apatía generalizada. La envidia del que comprende pero está caliente y a mí que no me quiten de donde estoy ni de lo que hago. La facilidad de vivir de los esquemas convencionales maquillándolos de contemporaneidad. El Desierto.

La comodidad puede matar.

25.2.08

·· 7. PROVOCAR · en la confusión...

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PROVOCAR

De la innovación en el arte estamos hablando. En la Confusión de las Mentes casi todo es provocación. Es un artista muy provocador; es una obra tremendamente provocativa. Pero resulta que ese artificioso hostigamiento a la propia sociedad que abraza la propuesta en el seno de “su arte”, es casi siempre anunciado, sumiso, ajustado a derecho y, además, si se lo modula con inteligencia y sosiego organizativo, otorga incluso beneficios.

Es el reino del enredo; del aparente desafío, del reto a medias, de la justa de salón. ¡Innovadora provocación!: estereotipo de conductas superadas que todavía funciona en público como reclamo de aventuras, de una cierta libertad perdida en otros frentes. Cuanto más provocativo, más mediático y, en consecuencia, más comercial... y más caro el producto provocador o provocado. Cualquiera concerniente al engranaje puede provocar en este circo implosivo de la habilidad creativa. Provoca el artista, provoca el intermediario, provoca el director e incluso provoca el continente en donde se ofrecen las funciones. Y el público, cuando lo hay, viendo mientras tanto que le están dando por el culo, soportando la afrenta en silencio, embebido de una cierta mixtificación cultural a la que, por lo visto, tiene que rendir pleitesía. Es la Confusión de las Mentes.

Puede suceder que el ultraje no fluya de manera consciente en la mente de un autor, pero sí en la mente calenturienta de escribas y gestores adscritos a su nueva órbita en ciernes. Porque una parte importante de los terciarios implicados en la comedia necesitan que, de un modo u otro, se sigua jugando este juego. (Lo lleva implícito una forma de modernidad.) Y puede suceder también que al artista acabe gustándole el caldo de esta taza, especialmente si le puede proporcionar notoriedad.

Resulta divertido jugar a hacerse el travieso con el respaldo del sistema del bienestar.

Provocar sin provocar del todo se ha convertido en una parte esencial de la contemporaneidad del Grande Sistema Creatio. Que se siente mucho más atractivo, actual, nuevo, fresco y elitista al ser calificado por la mayoría con apelativos de rango vehemente. Hoy me siento bien al provocar.

·· 6. ESTABLECER · en la confusión...

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ESTABLECER

La imperiosa necesidad de oposición a los planteamientos contra natura que rigen el confuso proceso artístico actual, puede conducirnos a establecer una relación de puntos irrenunciables dentro de esta pugna:

A. Que nada de lo que en estas líneas se va a tratar, o se ha tratado ya, está reñido con la comercialización. Sería muy torpe afirmar a estas alturas que la comercialización es el verdadero mal del arte, como tantos grupos alternativos o colectivos marginales vienen argumentando desde hace décadas. El verdadero problema radica en que la mercantilización es abordada de manera irreflexiva y azarosa, no teniendo en cuenta las implicaciones positivas de una inteligente actividad humanista. Al grito de “maricón el último” se actúa sin orden ni concierto y... cae quien cae, y se glorifica a quien se glorifica.

B. Que ampararse solamente en las vías alternativas al sistema no ayuda a paliar el conflicto en su dimensión más amplia. Podemos utilizarlas para zurcir pequeñas roturas específicas o para calmar nuestras conciencias atribuladas, pero lo incuestionable es que proporcionan una base excelente para que la parte corrompida corrobore su razón de ser. Podría decirse que incluso la hacen más fuerte, ayudándole a proyectar unos limites de marginalidad muy definidos. Lo inteligente es trabajar desde dentro; socavar cimientos y personalidades en el propio campo de batalla; machacar piernas, pómulos y cabezas; minar paso a paso rancias fantasías en el cuerpo a cuerpo. Es obvio que el sistema es viejo zorro, sabe bien qué es lo que le conviene, para perpetuarse, y está más que acostumbrado a la brega. No en balde se ha ocupado a través de la historia de estigmatizar credos adversos y posturas enemigas, adjudicándoselos como propios pasado un tiempo prudente.

C. Que el concepto actual de libertad en el arte, tan sutilmente utilizado en provecho de su propia gestión especulativa, es una patraña descomunal, fruto de inquietudes arquetípicas y de necesidades alejadas de la dimensión poética. Un red de engranajes perfectamente lubricada se encarga de manejar los hilos y de trazar los caminos por donde debemos movernos. Los artistas son libres por definición, sí, pero sólo hasta un punto concreto de sus trayectorias. A partir de ahí, les es negado el evolucionar de forma autónoma. Las normas del mercado, en cada momento, ni lo aconsejan ni lo permiten. Y lo más jodido es que esas pautas no son tangibles, dependen de muchos y muy azarosos parámetros; pueden depender incluso hasta del carácter voluble de algunos de sus dulces o agrios promotores. El Sistema preferirá siempre fundar nuevos genios antes de que los ya existentes decidan de motu propio cualquier desvío -en apariencia- poco rentable.

D. Que Internet y las nuevas tecnologías resuelven muy poco de lo que aquí estamos planteando. A nivel generalizado, la Red es un fiel reflejo del desbarajuste de que está compuesta. No hay que perder mucho tiempo en ella para percatarse de que, en cuestiones de arte, no hace sino reproducir los clásicos conceptos y las viejas prerrogativas conservadoras de la vida moderna. Disfrazada de diseño vanguardista y de interactividad a raudales, mona se queda. Lo que no significa que no tengamos que aprovechar al máximo las amplísimas posibilidades que nos ofrece a la hora de transmitir y de reproducir nuevas ideas y nuevas formas de expresión.

·· 5. CONTINUAR · en la confusión...

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CONTINUAR

Se toma la decisión de continuar, con la convicción de que no estamos solos, de que hay más gente que piensa que hay vida más allá del Desierto.

A partir de ahora, por tanto, deberemos tener la firma voluntad de trazar una contundente barrera entre lo que algunos entusiastas nombran y valoran todavía como “arte”, y su actual proyección antagonista, el “mundo del arte”, exhaustivo e inabarcable producto de gestión especulativa, creación distorsionada y comunicación retórica, que ha acabado por adueñarse de este noble oficio. Porque precisamente es en esa frontera por donde nos vamos a discurrir; donde irán desarrollándose los principios éticos que motivan todo este proceso teórico.

·· 4. RECAPACITAR · en la confusión...

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RECAPACITAR

Un alto en el planteamiento nunca viene mal; en este caso lo lleva implícito el espíritu de esta misma proposición. Sobre todo, después de haber pasado por el punto anterior. Reflexionar sobre la posibilidad de que este documento pase a formar parte del gran pozo de las letras inútiles por no leídas, con el consiguiente fracaso personal, se hace en este punto necesario. Decidiremos en un corto espacio de tiempo si continuar o no con este intento de comunicación incierta.

·· 3. ESCRIBIR · en la confusión...

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ESCRIBIR

Actividad intelectual por la que transitan miles de escribientes que componen alegorías y redactan suposiciones exquisitas, en función de ella y para ella, pero que apenas nadie lee. Da mucho que pensar. Extraña empresa, la de escribir en estas circunstancias y que, a pesar de su esterilidad, se perpetúa en el tiempo con la misma estructura gremial y los mismos vicios decimonónicos. Es la Confusión de las Mentes. Se venden los textos y se trafica con ellos bajo encomienda y a tanto el párrafo, la hoja y el compendio. Se imprimen y se publican, pero no consiguen llamar la atención de los profesionales que no participan activamente de un requerimiento concreto. Lo mismo sucede en sentido contrario, aquellos que no participaron de esa o aquella tribulación estética, encargan a su vez nuevos manifiestos individuales o de asociación, que, continuando con la misma dinámica, son obviados por aquellos que, en su momento, les hicieron partícipes sus propias propuestas en este u otro sentido. Como si no hubieran sido escritos. No obstante, en una esquizofrenia sin precedentes, a modo de carnés de identidad intelectual, estos mismos panegíricos son esgrimidos por artistas, entidades y direcciones de grandes eventos como lujosas cortinas de humo en la primera parte de catálogos y libros ilustrados con imágenes. Cuanto más glorificada es la firma que avala los comentarios, tanto más alta resultará en la dinámica general la distinción implícita a los creadores y a sus obras. Lo que menos importa es de lo que hablan las escrituras, como hemos querido poner de manifiesto. De hecho, la mayoría de ellas resultan muy poco creativas e iluminadoras. Porque suelen componerse a partir de otros productos ambivalentes y de expectativas genéricas, ya existentes en la gran biblioteca del mercado y de la historia. Aderezadas con una serie antecedentes fidedignos y algunas citas siempre enriquecedoras, se utilizan de forma entrelazada de distintos modos, según tengan que hacer referencia a un tema u otro. Un recortar y pegar con toques de cierta sofisticación confusa.
Ni tan siquiera los propios redactores, a quienes se les supone en la mejor tesitura para hacerlo, examinan con verdadera atención los enunciados y las proposiciones de sus análogos de oficio. Vivimos en la era del ego y, sólo en casos extremos de rigurosa necesidad profesional o de un compromiso personal exacerbado, acceden a impregnarse los surcos cerebrales con cavilaciones ajenas. Tanto escritores como potenciales lectores participan al unísono de este ritual característico en el arte, muy poco proclive al esclarecimiento y a la concreción. En reuniones, conferencias y actos sociales, todos hacen como si estuvieran al tanto de los asuntos que salen a colación, pero en realidad la cosa funciona de otro modo más pedestre. Resulta fácil comprobarlo cuando el tema en cuestión le atañe a uno de manera directa; cuando uno mismo ha escrito un texto o lo ha encargado escribir a un profesional de la línea entrelazada. Se aprovecha entonces la coyuntura personal para hurgar en la supuesta lealtad de los demás y en su capacidad de ilustración. Y la mentira no tarda en aflorar. Uno se da cuenta enseguida de que son poquísimos los que le han dedicado un mínimo de atención a “tu” propuesta. Como niños, eso sí, se han recreado sobrevolando las imágenes y los colores de la paginación, a la manera de un insecto. Y juzgarán ahora “tus” trabajos, bien o mal comentados por el teórico, a partir de esa visión inmediata y frívola de la materia en liza. De medias tintas vivimos, bajo mínimos nos movemos y superficialmente expresamos nuestra disposición para comprender al prójimo. Es la Confusión de la Mentes.
Lo que sucede con el periodismo subordinado resulta igual de infausto o quizás peor. Defensores de grupos organizados a nivel ideológico y/o comercial, son muchos los profesionales del texto esclavo que, por vagas y vacilantes razones, cercanas al hambre y a la supervivencia intelectual numerarias, no desean oír hablar de la decadencia del arte como catalizadora de dignidades en extravío. Con las orejeras puestas en cabezada, esta pléyade de copistas y bustos parlantes a sueldo se ha convertido en un ejército repetidor de esquemas ineficaces. Y que cierre la puerta el último, como dice el refrán popular, mientras la profesión o el empleo sigan dando para calentarse y llenar el buche.
El fenómeno de la globalización amplifica la falsedad sistematizada, al mostrarla en toda su diversidad y opulencia. La ejemplariza, la generaliza y la convierte en fenómeno de seguimiento masivo, como es el caso sangrante de la música y la canción. Por otra parte, al no invertir el tiempo y el espacio suficientes en exponer con claridad qué es y qué no es en arte, se ha determinado por ciencia infusa la lacerante habilidad de diseminar una serie de mensajes telegráficos, que ahondan siempre en la banalización de un tipo de artistas, tendencias o movimientos, en beneficio de la proyección sistemática de un conjunto de ensalzados, generalmente imperfectos. Se trata de una catequesis colectiva sincopada que, gota a gota en el tiempo, va dejando en la población y en el grueso del colectivo profesional un poso de irreflexión, a partir del consumo encapsulado de fórmulas y productos liofilizados.