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OPINIÓN
CON LUPA ,  Jesús Cacho

Rato y Botín o el eterno conflicto entre lo público y lo privado en España

Jesús Cacho - 14/01/2008

Fue uno de los grandes escándalos económico financieros del franquismo. Corría el año del Señor de 1965, y el ex ministro de Hacienda y entonces gobernador del Banco de España, Mariano Navarro Rubio, ordenó la intervención del Banco de Siero que presidía Ramón Rato Rodríguez-Sampedro, casado con Aurora Figaredo Sela, miembros ambos de destacadas familias de la burguesía asturiana. A Ramón Rato lo cazó el Régimen en un asunto de tráfico ilegal de divisas, del que su propio abogado, el fundador de la CEDA, José María Gil Robles, dijo en privado que era “indefendible”. El día de los esponsales de María de los Ángeles Mani Rato Figaredo, vicepresidenta de la Asociación de anticuarios de Madrid, casada en segundas nupcias con José de la Rosa, la policía irrumpió en pleno banquete –antiguo Hotel Castellana-Hilton, hoy Intercontinental- y se llevó esposado a Ramón Rato y a su hijo Moncho, camino de la cárcel. El novio se llamaba Emilio García Botín, hijo de una hermana de Emilio Botín Sanz de Sautuola, y por tanto primo carnal de Emilio Botín Ríos.

Se cierra el círculo. Los Rato han argumentado siempre que aquello fue venganza política del Régimen –que luego entregó el Banco de Siero al Opus Dei-, explicación poco creíble para los que conocieron la historia de primera mano, y en el ánimo de Ramón Rato anidó siempre un espíritu de revancha que le llevó a educar a su hijo Rodrigo -hombre culto, de educación exquisita y porte soberbio- en la aspiración subliminal de que un día llegara a redimir el honor mancillado del apellido encaramándose a la presidencia de un gran banco o, mejor todavía, gobernando el Banco de España, el gran responsable del oprobio familiar, aspiración que marcó la vida de Don Rodrigo y que explica no pocas de las vicisitudes habidas, incluso legislativas, en los ocho años de Gobierno Aznar.

Los Botín y los Rato vuelven a encontrarse, aunque en realidad nunca viajaron en vagones lejanos, que en España es tradición la situación de encame colectivo en el que, de Juan March a esta parte, conviven poder político y poder económico, sin duda la mayor lacra que sufre nuestra peripatética democracia, algo que explica mejor que mil tesis el Estado de Corrupción en que vivimos. Nada que objetar al fichaje del ex director gerente del FMI por Lazard, una boutique bancaria extranjera a la que difícilmente podría haber afectado, para bien o para mal, cualquiera de las decisiones administrativas tomadas por Rato en el ejercicio de su cargo entre 1996 y 2004, pero no puede decirse lo mismo del Banco Santander o de cualquier otro banco o empresa española.

A finales de noviembre de 1998, el Ministerio de Economía que entonces tutelaba Rato modificó el artículo 159 de la Ley de Sociedades Anónimas relativo a las ampliaciones de capital en ese tipo de sociedades. Hasta entonces, las ampliaciones en las que se excluía el derecho de suscripción preferente de los accionistas obligaba a los Administradores a emitir los nuevos títulos conforme a su valor real de mercado (el de Bolsa, en el caso de las cotizadas), cosa lógica para el accionista: si no iba a poder suscribir nuevas acciones, por lo menos que se valoraran a precio de mercado. La modificación Rato echó por tierra ese requisito, de modo que el entonces BSCH –y otros bancos- pudo, gracias a la referida modificación, ampliar capital valorando las nuevas acciones a unos 2,70 euros (valor nominal), cuando los títulos del banco cotizaban en Bolsa a más de 10 euros. Ese favor permitió a Botín comenzar su aventura en Sudamérica con la compra de bancos como el Río (Argentina), BANESPA (Brasil) y SERFIN (Méjico), utilizando para ello las nuevas acciones emitidas, tasadas a su valor nominal, que no al real.

La Comisión Europea, por cierto, ha instado recientemente al Gobierno español a que modifique ese aspecto de la Ley (Dictamen motivado, referencia SG -2005- D/200100), evitando el fraude que supone para los accionistas. Sin duda se trata de una casualidad, pero a finales del 98, Banesto –la mejor operación ever de Emilio Botín, gracias a los buenos servicios de Luis Ángel Rojo, hoy también a sueldo del Santander- llevó a cabo la compra a la familia Rato de “Aguas de Fuensanta”, por la que pagó cerca de 1.000 millones de pesetas pese a tratarse de una Sociedad en quiebra técnica, tras haber dado pérdidas durante tres ejercicios consecutivos. De modo que, en lugar de exigir el pago de un crédito de 500 millones que adeudaba “Aguas de Fuensanta” y del que era avalista la familia Rato Figaredo, lo que hizo el Banesto de la bella Ana Patricia, acreditada especialista en obras de caridad, fue comprar la empresa por 1.000 millones de pesetas. ¿Entienden por qué no será posible poner coto al Estado de Corrupción en que nos hallamos mientras radicalmente no cese el compadreo entre poder político y poder económico?

Las opiniones que el fichaje de Rato por Botín ha merecido en la comunidad empresarial no han podido ser más negativas, pero todo el mundo calla -la omertá siciliana que rige en la sociedad civil española- al socaire, como siempre, del estruendoso silencio de los grandes medios de comunicación, parte esencial en el apestoso maridaje entre poderes que ensucia nuestra democracia. Peor aún, los grandes medios impresos nos adelantan, muy ufanos, que el ex ministro va a repetir fichajes varios con distintas empresas españolas. Y se me ocurre: ¿Qué tal el consejo latinoamericano –no sé si existe, pero se puede crear ad hoc- de Endesa? Seguro que a José Manuel Entrecanales le encantaría tenerlo en casa para el caso de que suene la flauta y Mariano Rajoy nos sorprenda ganando las elecciones de marzo. Lo mismo vale para una gran constructora. ¿Qué tal el Consejo de Sacyr Vallehermoso, cuyo presidente, el inefable Luis del Rivero, necesita también tender puentes con un eventual, aunque improbable, Gobierno Rajoy?

Y así podríamos seguir ad nauseam, hasta lograr un razonable estipendio anual para el señor Rato, de modo que se haga realidad ese aserto podrido según el cual los políticos españoles cobran una miseria cuando están en ejercicio, pero a cambio se aseguran suculentas sinecuras para cuando dejen el poder. El señor Rajoy, en lugar de cerrar el pico (lleva desde junio sin responder a las llamadas de Rato, asunto que tiene al ex del FMI cabreado en extremo), ha dicho que le parece muy bien la cosa, el fichaje, un tipo de tanta sabiduría y prestigio, pero que muy requetebién, y bla, bla, bla, lo que indica que la situación no tiene remedio y que en este país se ha perdido hasta la vergüenza. El partido del Gobierno, por su parte, se ha callado cual muerto, que al final todos chapotean en el mismo barro, aunque ya verán ustedes cómo el PSOE sacará a pasear a este muerto si pierde las elecciones.

El único que se salva de esta quema es precisamente Emilio Botín, un hombre ya por encima del bien y del mal en el páramo castellano. Si Rato –gracias a los buenos oficios de Jaime Castellanos- se le pone a tiro, Botín lo ficha y asunto concluido, con el atenuante de que el envite le sale por dos perras gordas, 200.000 euros de nada, lo mismo que va a cobrar Javier de Paz en la Telefónica de Alierta, otro que tal baila, con la diferencia de que el ínclito De Paz no tiene oficio ni beneficio, y no ha necesitado ser ministro ni gerente del FMI para llegar al mismo perdedero.

En todo lo anterior, señor Rato, no hay nada personal. De verdad: sin acritú, que diría Felipe González. Se trata, simplemente, de hacer realidad el sentido del deber de quienes, románticos que somos, todavía creemos y queremos vivir en una sociedad abierta, con separación radical entre lo público y lo privado. Sé que a usted El Confi le cae regular tirando a mal, quejoso de que este diario no se sume al coro de quienes le bailan el rigodón. No se preocupe. Por nosotros no ha de ser: a estas alturas, y tras haber hipotecado su prestigio en cómodos plazos de a 200.000, apenas es usted un bulto en el desván de la Historia reciente de este país. Que sea usted feliz y gane mucho dinero. Ciao.

 

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