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 DIRECTORIO   Domingo, 25 de Enero de 2009, número 693
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LA OTRA BIOGRAFIA
EL ULTIMO BORBON «GUILLOTINADO»
JOSE MARIA ZAVALA

El 30 de enero de 1989, Alfonso de Borbón Dampierre, duque de Cádiz, moría descendiendo una pista de esquí en la estación estadounidense de Beaver Creek, enclavada en el corazón de las Montañas Rocosas.Un cable de acero, levantado inopinadamente a su paso por un empleado del centro que después desaparecería como tragado por la tierra, le seccionó parte del cuello. El misterio que decapitó a una rama del árbol Borbón sigue rodeado de incógnitas cuando están a punto de cumplirse 20 años. Ni mucho menos se cerró con la indemnización millonaria que recibiría su hijo, Luis Alfonso.

Aquel día, acompañado del ex campeón austriaco Tony Sailer, de la esposa de éste, Gabi, y del encargado de seguridad de los campeonatos, el canadiense Ken Read, el duque de Cádiz inspeccionaba el estado de la pista cerrada al público. Era la víspera de la prueba de descenso del campeonato mundial de esquí alpino. Mientras marcaban el trazado del recorrido, Tony Sailer reparó en la existencia de un cable trenzado de acero de cuatro milímetros de grosor que atravesaba la pista y avisó al duque de Cádiz, que le seguía a unos metros de distancia.

-¡Alfonso, cuidado que abajo están trabajando!

El empleado de la estación, Daniel Conway, manipulaba un cable que debía soportar la pancarta de meta al día siguiente. Cuando estuvieron a su altura, Tony Sailer, Gabi y Ken Read pudieron esquivarlo, pues el cable se hallaba casi a ras de suelo. Pero segundos después, al llegar Alfonso de Borbón, el cable se izó a una altura de 1,65 metros sobre la nieve. Sin saberlo, el duque de Cádiz (1,83 de estatura, 83 kilos) había encarado la muerte como un cordero que iba a ser degollado.

-¡Oh, Díos mío! ¡Dios mío! -exclamó Tony Sailer segundos después, al verle tendido en la nieve, cuando eran las 15:56 del lunes (las 23:56 en España).

Nada se ha vuelto a saber de Conway, el empleado que colocó el cable, misteriosamente desparecido desde aquel día y a quien yo mismo he intentado localizar infructuosamente. El informe de la autopsia confidencial describía así la herida que el duque de Cádiz tenía en el cuello, «justo debajo del mentón»: «Una gran incisión en forma de media luna que mide 20,32 centímetros de longitud y que llega a penetrar hasta 4,44 centímetros».

Por la propia inercia del descenso, el cable se deslizó hasta el cuello y lo desnucó, partiéndole las cervicales. En una palabra, «lo desconejó», como me recordaba hace unos años, con gran expresividad, el ex campeón olímpico Paco Fernández Ochoa, que acompañó a su infortunado amigo en sus últimas horas en Beaver Creek. Resonaron entonces en mi memoria las agoreras palabras que Mirta Miller, compañera sentimental del duque de Cádiz durante nueve años, escuchó de éste meses atrás: «Si viviera en el siglo XVIII, ya estaría guillotinado ».

La asistencia tras el accidente no fue muy diligente. El cuerpo aún con vida de Alfonso de Borbón permaneció durante más de media hora tendido en la nieve, sin que nadie le socorriese. El médico había dado instrucciones de que no se le trasladase al hospital hasta que no se personase en la pista la policía local. Cuando al fin llegaron los agentes y la ambulancia, el duque tenía ya el pulso muy débil.

Luego, lo introdujeron con sumo cuidado en la furgoneta para trasladarle al Vail Medical Center. Pero una vez allí, a las 16:48 de la tarde, el forense certificó su muerte. Al cadáver se le tomaron más de un centenar de fotografías, que fueron destruidas inexplicablemente por la propia policía de Beaver Creek.

Años después, llegó a mis manos una copia de aquel impreso del registro de las imágenes, en cuyo encabezamiento, escrita en inglés y en mayúsculas, sorprendentemente se leía la palabra: «HOMICIDE». Minutos después del ¿accidente?, la radio local había aludido ya al suceso como un atentado. Los abogados contratados por Carmen Martínez-Bordiú presentaron después una demanda civil por negligencia ante los tribunales de Denver, capital de Colorado, en la que pedían una indemnización de casi 600 millones de las antiguas pesetas (cerca de 3,6 millones de euros) para su hijo Luis Alfonso de Borbón. La cantidad reclamada se basaba en los supuestos de que el duque de Cádiz hubiese vivido hasta los 74 años y en que hubiera alcanzado la vicepresidencia o la presidencia incluso del Banco Exterior, donde trabajaba entonces.

Con aquella indemnización, los abogados pensaban cubrir los gastos de formación de Luis Alfonso en los mejores centros de EEUU y Reino Unido hasta que cumpliese los 25 años. Pero cuando estaba a punto de abrirse el juicio oral, los abogados y la aseguradora alcanzaron un acuerdo por el que Luis Alfonso percibiría unos 100 millones de las antiguas pesetas (casi 600.000 euros). Desde entonces, nadie volvió a mentar ya el infortunado episodio.

Lejos, por tanto, de emprender una profunda investigación sobre un posible homicidio que sustentase una acción penal, el asunto se resolvió con el pago de una cantidad por negligencia de los organizadores del campeonato de esquí.

DEMONIOS Y MASCARAS

Alfonso de Borbón Dampierre murió así como había vivido: con infinita más pena que gloria. Hijo del infante don Jaime de Borbón y Battenberg, segundo vástago del rey Alfonso XIII, y de Emanuela de Dampierre, vino al mundo en el exilio de Roma, a las 15:30 del 20 de abril de 1936.

Su abuelo Alfonso XIII trató de arrebatarle su apellido al inscribirle como «Alfonso de Borbón Segovia». El propio duque de Cádiz cambiaría ese nombre 43 años después: «No exagero un ápice», diría él mismo poco antes de su muerte, «se habían ocupado incluso de que no supiera ni mi propio nombre».

Segovia era el título que Alfonso XIII dio a su hijo Jaime con motivo de su matrimonio, en 1935; enlace que el propio rey había urdido tratando de apartar a su hijo de la sucesión al trono de España. Parecía como si Alfonso XIII no hubiese tenido bastante con la carta de renuncia a los derechos a la Corona que hizo firmar a su hijo dos años atrás, en la habitación de un hotel en Fontainebleau, sin notario presente que diese fe del acto, prometiéndole a cambio una seguridad económica para el resto de su vida que resultó mentira.

INFANTE EMPEÑADO

Recuerdo la reveladora anécdota que escuché un día de labios de un Grande de España, según la cual don Jaime pidió prestada una máquina de escribir en la embajada de España en Roma y la llevó luego a empeñar ¡Todo un infante de España!

El duque de Cádiz sufrió un nuevo revés tras la separación de sus padres. Con sólo 11 años él y Gonzalo ingresaron en el internado Montana, un caserón aislado en las montañas suizas donde reinaba un clima de violencia. Más de una vez tuvo que salir en defensa de su hermano pequeño ante las provocaciones de italianos y alemanes.

Aquellos años forjaron el carácter nostálgico del duque, privado del calor de un hogar. Por fin, en 1954, Franco consintió en que los hermanos Borbón Dampierre estudiasen en España. La decisión inquietó mucho a Don Juan de Borbón, cuyos hijos Juan Carlos y Alfonsito se educaban ya en España.

Tanto fue así que, nada más llegar al aeropuerto de Barajas, Alfonso y Gonzalo fueron desviados a Bilbao, donde residirían mientras el mayor de los hermanos (Alfonso) estudiaba derecho en la Universidad de Deusto. Dos años después, pudieron establecerse ya en Madrid, en el colegio mayor San Pablo, donde Alfonso entabló contacto con Landelino Lavilla, que llegaría a ser presidente de las Cortes y ministro de Justicia. Lavilla elaboró una especie de dictamen sobre los supuestos derechos dinásticos de su amigo Alfonso de Borbón Dampierre a la Corona de España.

Desde entonces, en el duque de Cádiz prendieron los ideales dinásticos y el convencimiento de que la renuncia de su padre, el infante don Jaime, había sido nula pues, entre otras cosas, no podía renunciarse jamás en perjuicio de terceros; máxime cuando éstos (él y su hermano Gonzalo) aún no habían nacido cuando su padre firmó aquel documento redactado por un grupo de conspicuos monárquicos.

En adelante, el duque de Cádiz se enfrentó a la acusación de conspirador por parte de los seguidores de su primo Juan Carlos.Pero la verdad era que la Ley de Sucesión franquista de 1947 le convertía a él también en candidato a la Corona de España al exigir que fuese de estirpe regia y hubiese cumplido 30 años.

Lejos de ser un conspirador, el duque de Cádiz fue casi el único miembro de la Familia Real que respaldó con su rúbrica a su primo Juan Carlos cuando éste fue designado por Franco su sucesor en la Jefatura del Estado (1969). Alfonso, en efecto, firmó como testigo en El Pardo, aun a costa de granjearse la enemistad de su tío Don Juan.

Por si quedase alguna duda, en mi reciente libro El Borbón non grato. La vida silenciada y la muerte violenta del duque de Cádiz reproduzco una carta inédita de don Alfonso a su abogado y amigo José Antonio Dávila, fechada en Estocolmo en diciembre de 1972, cuando era embajador de España en Suecia. «Cuanto más ancha sea su base, más sólida será la Institución, cuya esperanza nacional encarna mi primo el Príncipe de España», decía.

Adviértase cómo el duque de Cádiz aludía a Juan Carlos como «Príncipe de España»; señal inequívoca de que no le consideraba «Príncipe de Asturias» a efectos dinásticos, sino simplemente sucesor legal de Franco. Aun así, el duque de Cádiz se enfrentó a las acusaciones de confabulador y traidor cuando se casó en 1972 con la nieta de Franco, Carmen Martínez-Bordiú, de la cual estaba profundamente enamorado.

ACCIDENTE DE COCHE

Asunto distinto era que, como mantienen aún algunos autores, Franco hubiese podido designar sucesor suyo a Alfonso si éste se hubiese desposado con su nieta antes de elegir a Juan Carlos.Pero en 1972 ya era demasiado tarde, pues quienes sostienen que el Caudillo pudo aún desdecirse demuestran no conocerle en absoluto.

La infortunada vida del duque de Cádiz sufrió otro nuevo aldabonazo como consecuencia de su separación de Carmen Martínez-Bordiú, cuya sentencia de divorcio se reproduce por primera vez en El Borbón non grato, junto a su testamento dinástico. El fallo dejaba la custodia de los hijos en manos del duque de Cádiz y repartía escrupulosamente las vacaciones: «La semana de la nieve corresponderá al padre los años pares y a la madre los impares», se lee en la sentencia, fechada el 24 de mayo de 1982.

Dos años después, el 5 de febrero de 1984, Alfonso de Borbón perdió a su hijo Francisco en un accidente de tráfico mientras regresaban de esquiar en Candanchú, en el pirineo aragonés. Fran iba dormido en el asiento delantero, con el cinturón de seguridad puesto. Se dijo que don Alfonso se saltó un Stop y que su coche -un Citroën CX Palas- se empotró contra un camión.

Sea como fuere, don Alfonso jamás volvió a ser el mismo. En su última entrevista respondió así a la pregunta de si se sentía viejo: «Viejo, no; pero hace más que 10 y 20 [años], por supuesto.Hoy día la vida es mucho más larga que antes. Mi abuelo paterno murió con 54 ».

Se equivocaba. En aquel frío y desangelado depósito de Idaho Spring, con sólo 52 años, dos menos que su abuelo paterno, terminó abruptamente la historia del duque de Cádiz. El primo del Rey.El yerno de Franco. El Borbón non grato.


Alfonso de Borbón

Duque de Cádiz (Roma 1936-EEUU 1989) y nieto de Alfonso XIII.

Su padre, Jaime de Borbón, renunció (por él y por sus herederos) a la sucesión al trono español.

El viernes se cumplen 20 años de su muerte.

Reedición. José María Zavala es el autor de su única biografía: «El Borbón non grato» (Ed. Altera), presentada en 2008 y reeditada hace unas semanas.



 
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