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M A G A Z I N E 
198   Domingo 13 de julio de 2003
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COMO UN BALÓN | GRASA INTRA-ABDOMINAL. Es la que popularmente se conoce como “barriga cervecera”. Nace de la base del externón, es tersa y muy pronunciada. Representa un serio riesgo para la salud pues afecta, sobre todo, al funcionamiento de las vísceras
HOMBRES | LA OBSESIÓN DEL VERANO
El descrédito de la barriga

Michelines residentes, tripa cervecera, flotador... La barriga es un asunto que cada vez preocupa más a los hombres. Si hace décadas confería prestigio, hoy pasa por ser un signo de negligencia y de falta de salud. Quizá por ello es la zona del cuerpo que más inquieta a los varones. Pero no es fácil luchar contra los genes.

 
COMO UN FLOTADOR | LIPODISTROFIA GRASA. Por razones genéticas, los hombres acumulan grasa en el perímetro abdominal. En este caso, los depósitos son superficiales, es decir, subcutáneos. Aunque una dieta adecuada y el ejercicio pueden reducirlos, cabe una solución quirúrgica: la abdominoplastia.
 
 
COMO ASAS | DEPÓSITOS EN LOS FLANCOS. Es el tipo de acumulación adiposa que lleva a más hombres al quirófano. En este caso se aplica la técnica de la liposucción. Con todo, no es la intervención más solicitada por los hombres. En primer lugar están las bolsas bajo los ojos y la papada.
 

por Flora Sáez, ilustraciones de Dodot


UNA OBSESIÓN PROMINENTE. Una preocupación que se hincha y se dilata como las paredes de un balón inflable. Eso es la barriga para muchos hombres. Cada día, para más. Así es que no extraña que los creativos de El Laboratorio, cuando la firma Frudesa les encargó la elaboración de un anuncio para su producto de verduras salteadas ultracongeladas, pensaran de inmediato en el abdomen de un varón. Ya se sabe lo magníficos olfateadores sociales que resultan ser los publicistas.

¿Recuerda el anuncio? Ante el espejo del cuarto de baño, con la toalla anudada a la cadera, un hombre, ni muy joven ni muy mayor, se afeita ufano. Su mujer entra en escena y le piropea, cariñosamente, escrutándole la figura en el espejo y alabando los aparentes beneficios que las “verduritas” están obrando en ella. Pero llega la prueba del algodón, el momento crítico, ése en el que ella le echa mano a la cintura y le tantea los michelines: “Y las tapitas del bar, las cervecitas...”. La cara del hombre es ahora todo un poema. No hay espuma de afeitado suficiente para ocultar su autoestima caída por los suelos.

Porque la tripa masculina –barriga cervecera, flotador, vientre abultado, abdomen prominente o como quiera llamársele– preocupa. Y no podían faltar en EEUU, el país de las estadísticas, datos que corroboren hasta qué punto hablamos de una inquietud creciente entre los hombres. La revista Psicology Today los aporta muy interesantes: tres estudios realizados, respectivamente, en 1972, 1985 y 1997, sobre una muestra de 30.000 personas, hombres y mujeres, llevaban a la conclusión de que, con el transcurso de los años, la insatisfacción masculina con la imagen corporal había aumentado proporcionalmente más que la femenina y que la barriga se estaba convirtiendo, precisamente, en uno de sus principales motivos de inquietud. Así, mientras en 1972 eran el 36% los hombres que decían estar a disgusto o preocupados por la apariencia de su contorno abdominal, 13 años después el porcentaje alcanzaba a la mitad y en 97, arañaba ya el 63%.

Rosa Raich, psicóloga de la imagen de la Universidad de Barcelona, también tiene datos que aportar a este respecto. En un estudio que llevó a cabo en i996 con sus colegas Torras y Figueras encontró que, respecto a la apariencia física, lo que más inquieta a los hombres (en su muestra, estudiantes universitarios) es “el abdomen o la sobrecintura y, después, la zona de las nalgas y las caderas, la altura y el cabello”. Una aclaración: al contrario que las mujeres, ellos no procuran perder kilos sino, en cierto modo, ganarlos, pues en su caso se supone que, a mayor peso, más masa muscular. Y otro detalle más, éste de tipo semántico: “Prefieren hablar de abdomen o sobrecintura que utilizar la palabra barriga”, explica Raich.

Y ya que andamos en asuntos de lenguaje, ¡qué lejos quedan aquellos tiempos en los que se hablaba de la curva de la felicidad! “Creo que ya no hay nadie a quien se le ocurra utilizar esa expresión. ¡Suena tan antigua! La última vez que la oí fue en una película francesa de hace algunos años, que se titulaba precisamente así. Pero hace ya mucho que no oigo nada semejante. Aquella época en la que parecía que un hombre casado necesitaba tener algo de barriga para ganar respetabilidad ya es historia”, comenta Raich.



NEGLIGENCIA. En efecto, hace algunas décadas la grasa prominente sobre la cintura no era considerada, como sí lo es hoy, un signo de insalubridad o negligencia sino una marca de riqueza, vigor y respetabilidad social. La irrupción de las dietas para adelgazar se produjo en el periodo de entreguerras y forma parte de una amplia y compleja operación en la que el cuerpo es rehabilitado social y culturalmente frente a una tradición cristiana que lo hacía blanco permanente del pecado y la sospecha, y en la que los cánones de salud y belleza comienzan a asociarse a la delgadez y no a las figuras corpulentas y rollizas.

Los mecanismos que vinculan peso y respetabilidad social, aunque a menudo actúen de modo inconsciente, suelen ser bastante poderosos. Así lo explica la antropóloga norteamericana Margaret MacKenzie: “En un contexto en el que sólo el rey puede controlar recursos alimenticios y mano de obra suficientes para comer y no realizar trabajo físico, de modo que engorda, el prestigio proviene de los signos de abundancia. Una persona delgada es demasiado pobre para consumir calorías y posiblemente también realiza tanto trabajo físico que no puede engordar. Por el contrario, cuando las personas pobres son gordas –porque la comida basura es barata y asequible, están menos concienciadas de sus riesgos y no pueden permitirse la comida sana y cara–, resulta que la moda consiste en estar delgado y las restricciones impuestas por las dietas y el ejercicio físico constituyen los signos de prestigio”.

Nancy Etcoff, psicóloga, especialista en neurociencia cognitiva y autora de La supervivencia de los más guapos (Ed. Debate) se suma a la misma teoría, aderezada con cierta sorna: “Con tantos relojes y bolsos de imitación ya no resulta fácil distinguir a través de los accesorios a una persona rica de otra que no lo es. Sin embargo, lo más probable ahora es que una persona rica haya modelado su cuerpo en el gimnasio, con la ayuda de monitores personales, de la liposucción y de implantes, una auténtica distinción social”.

Y en un contexto de progresiva equiparación entre los sexos, ellos no iban a quedarse al margen de la corriente. Hoy el ideal estético masculino se sitúa en el tipo fitness: un hombre definido, sin grasa y con músculos bien desarrollados. Un cuerpo parecido al de los modelos de bañadores, con torso en forma de V, una especie de pirámide invertida que se afina desde unos hombros anchos a una cintura y caderas estrechas y, por supuesto, sin grasa sedimentada. Según varios estudios, lo que más desagrada del cuerpo de un varón es la forma de pera: hombros estechos y cintura y trasero anchos. Lo que ocurre es que no siempre es fácil luchar contra los malos hábitos y menos aún –por no decir imposible– doblegar la tendencia de nuestros propios genes.

La forma de la cintura está definida por la grasa, los músculos y la salud de los órganos internos. En las mujeres premenopáusicas sanas la proporción entre cintura y caderas es de 0,67 a 0,80, es decir, que la primera mide entre siete y ocho décimas partes lo que las segundas. La misma proporción en los hombres suele oscilar entre 0,85 y 0,95. La diferencia no es gratuita: ocurre que, en ellos, la testosterona estimula que la grasa se deposite en la región abdominal (así como en la nuca y en los hombros) y dificulta su acumulación en las caderas y los muslos, circunstancia de la que se deriva el esquema corporal androide, la figura en forma de manzana. Mientras, la silueta femenina o ginoide es la del reloj de arena, en la que la grasa se acumula en las caderas. Un aumento moderado de peso no altera estas formas básicas de hombres y mujeres, que se repiten en todos los pueblos con independencia de sus diferencias de talla y peso.



SEDENTARISMO. Si al mandato de los genes añadimos los estragos ocasionados por el sedentarismo y una alimentación inadecuada –atención al alcohol, grasas saturadas, harinas y dulces– el flotador está servido. Pero este desagradable compañero es tan sólo un primer estadio del problema cuyos inconvenientes son fundamentalmente estéticos. Cuando el flotador se convierte en algo parecido a un balón de playa (¿tiene usted uno de esos vientres inflados, duros y tersos, difíciles de pellizcar?) hemos cruzado la línea roja. La grasa ha dejado de ser superficial, es decir, no está entre la piel y el músculo, sino debajo del abdomen. Se ha infiltrado y está afectando al funcionamiento de las vísceras, del corazón y, sobre todo, del hígado, dando lugar a muchos más riesgos metabólicos (diabetes de tipo dos, colesterol, triglicéridos...) y cardiovasculares (infartos de miocardio, anginas de pecho, hipertensión...).

“No hace falta ser muy obeso para que este tipo de grasa acumulada represente un serio problema de salud”, informa Xavier Formiguera, endocrinólogo del Hospital Hermanos Trias i Pujol, de Barcelona, y hasta hace pocas semanas presidente de la Asociación Europea para el Estudio de la Obesidad. “El marcador que nos indica si estamos en una situación de riesgo es el perímetro de la cintura. Si esta medida es, en un hombre, superior a los i02 centímetros y, en una mujer, está por encima de los 88, estamos ante un problema”. Tanto es así que, en Estados Unidos, las compañías aseguradoras están midiendo el perímetro abdominal de sus clientes y tomando en consideración su índice de masa corporal para calcular la cuantía de sus primas. Para este tipo de obesidad, no cabe el remedio quirúrgico. Sólo un tratamiento prolongado a base de constancia, ejercicio físico y un cambio en los hábitos alimenticios puede deshinchar el vientre y, lo que es más importante, no comprometer el funcionamiento del hígado y del corazón. “Dependiendo del grado de obesidad, con un tratamiento de este tipo se pueden empezar a ver resultados a los seis meses. Si ha llegado al grado de convertirse en una enfermedad crónica, además de la acción combinada de dieta y ejercicio, pueden ser necesarios algunos medicamentos”, añade Formiguera.

Sólo cuando la grasa es superficial, es decir, subcutánea, puede eliminarse en un quirófano. La abdominoplastia es una técnica de cirugía mayor –puede precisar de dos a cinco horas de intervención– con la que se retira el exceso de piel y de acumulación adiposa y los músculos de la zona son apretados para lograr que la pared abdominal sea más firme. Como el cirujano estira la piel hacia el pubis, el ombligo debe ser reemplazado a su posición inicial. Los michelines laterales, sobre la cadera y la cintura, pueden reducirse mediante una liposucción.



CIRUGÍA. Aunque los hombres están incrementando su presencia en las consultas de los cirujanos plásticos de manera sensible –ya son un 3,2% los que han sido sometidos a alguna intervención de este tipo– no es el perímetro abdominal el que más les empuja a acudir a ellas. “Una de cada 10 intervenciones que practicamos en varones viene a ser una abdominoplastia y dos, una liposucción de flancos. Lo que más operamos son bolsas en los ojos y papadas”, informa Jaime Lerma, cirujano plástico y director médico de Corporación Dermoestética. “Suelen ser pacientes de cierta edad descontentos con su abdomen, pero todavía los hay que se refieren a él con cierta sorna. ‘Lo que yo tengo aquí es un cementerio de langostas’, me decía un día un paciente”.

No todos se refieren a una tripa abultada con tanto desenfado. Cuando apenas comienza a asomar la primavera, las revistas masculinas, siguiendo la estela de sus homólogas y antecesoras, las destinadas a mujeres, empiezan a hacer sonar los clarines que anuncian que la prueba del verano y su consiguiente bañador se acercan irremediables. Cabeceras como Men’s Health y GQ no dejan pasar por alto el asunto. “¿Tripilla cervecera?, ¿michelines residentes?, ¿pectorales flácidos? Primero, reconoce al enemigo; después, ataca con una estrategia realista sin esperar milagros, pero sí resultados”. Así abría la última de ellas uno de sus reportajes destacado en portada, el pasado mayo. ¿Recetas? Las consabidas: dieta equilibrada, ejercicio físico y el apoyo añadido de algún producto cosmético. La presión por mantenerse vistosos y en forma comienza a ejercerse sobre ellos casi en la misma medida que sobre ellas. “Los que no han podido adquirir el hábito de practicar deporte semanalmente no están exentos de la preocupación por mantenerse en forma. Viven con el permanente plan frustrado de hacer algún ejercicio o bien sufren remordimientos, y en eso sólo se diferencian de las mujeres en que no lo proclaman públicamente”, reflexiona la periodista Joana Bonet en Hombres, material sensible (Plaza & Janés).

Por si a estas alturas todavía no había quedado claro hasta qué punto la tripa masculina es un asunto caliente añadamos otro dato: cuando Biotherm puso en el mercado Abdosculp, el primer anticelulítico para hombres, la remesa inicial se agotó en apenas un mes. En España, la firma había previsto vender durante la campaña de lanzamiento unas i4.000 unidades y vendió 40.000. Algo similar ocurrió en el resto de Europa. El producto desapareció durante algunos días de las tiendas porque se había agotado.

Para quienes nunca se han aplicado una crema anticelulítica, para quienes no consiguen regularizar su visita al gimnasio, para quienes ni piensan ni quieren privarse de la cerveza, para quienes este verano no lucirán su bañador tan a gusto como quisieran, hay consuelo. Lo proporciona la norteamericana Nancy Etcoff, en La supervivencia de los más guapos. “No somos ni perezosos ni hipócritas, ni comilones ni malos; somos humanos. Y tenemos que luchar contra millones de años de evolución que han contribuido a que comamos en abundancia, acumulemos lípidos y tomemos cuanta más grasa, sal y azúcar podamos”. Forma parte de nuestra adaptación como especie. Y la batalla por cambiarla no es sencilla.


 
 
 
Aquellos ilustres barrigones

por Jesús Pardo
Entre los mamíferos, el cazador suele ser el macho; los leones son una rara excepción, pues es el gran felino melenudo el que ojea y levanta la presa y ella la que la mata, pero lo normal es lo contrario: macho equivale a cazador, en todos los sentidos de esta palabra. Por eso la barriga irrita y humilla instintiva, irracionalmente, al macho humano y choca a quienes le miran, despertando recelo, sobre todo, en la hembra.

Bien notó esto Johnny Weismüller, el mejor Tarzán que salió de Hollywood: a medida que, película tras película, crecía su fama, crecía también su barriga, y esto fue lo que acabó forzándole a renunciar a saltar de árbol en árbol desencadenando el escalofriante aullido del mono macho en todos los cines del mundo: su abdomen, mal domado por los maquilladores hollywoodienses. Y el pobre hombre tuvo que dedicarse a vender piscinas.

Su barriga crecientemente indómita fue la desesperación de Benito Mussolini, pero no turbó jamás a Francisco Franco, que ostentaba la suya en todos los “nodos” como insolente reto a los machos españoles en una época en que engordar era dificilísimo. El Ejército español de entonces abundaba en generales gordos, que eran el hazmerreír de los ejércitos europeos. “¿Cómo pueden luchar con tanta barriga los generales españoles, si no es jugando al dominó y en la mesa del café?”, me preguntó una vez en Londres el delgadísimo general inglés Sir Brian Horrocks, curtido en cuatro continentes. Pero es que olvidaba que el general español de entonces no era militar, sino burócrata uniformado, y la barriga es prenda de honor del burócrata triunfante.

A Adolf Hitler le encantaban los espaguetis, y hacia el comienzo de su carrera como jefe del Estado alemán iba con frecuencia a cierto restaurante italiano de Berlín, donde los hacían de miedo. Hubo de acabar por dejar de ir, porque es lo que él mismo decía: “La barriga es incompatible con la jefatura del Estado alemán”. En cambio, Stalin y Franklin Delano Roosevelt, que fueron los verdaderos ganadores de la II Guerra Mundial, eran esbeltos como tigres hambrientos, que es lo que fueron, en el fondo, toda su vida. Y a eso atribuye más de un historiador su victoria sobre el gordo Mussolini y el “engordeciente” Hitler. Y si Winston Churchill quedó como simple finalista en esa guerra, es fama que fue por la oronda prepotencia estomacal que ostentaba. La barriga masculina es, en cierto modo, un símbolo de derrota. Desde la prehistoria, y hasta hace poco, seguía consagrado como papel de los machos el salir de caza: ya fuese a por la carne del día o a por esa carnaza moderna que es el dinero, y no digamos cuando lo que salían a cazar era carne femenina. En este último caso se le permitía, y hasta se le recomendaba, la reciedumbre, la robustez, pero no la grasa, excepto si era anuncio de dinero abundante. Recordemos que en los siglos de “mendicancia” femenina se elogiaba al hombre casadero diciendo de él que era “muy hermoso”, queriendo señalar que estaba gordo: es decir, la belleza y la gordura entendidas como sinónimo de riqueza. Era la época de los sultanes turcos de abdomen desmesurado y los terratenientes árabes redondos como bolas de sebo, ante quienes las mujeres se desmayaban de cachondez hechas un suspiro. Pero ahora que la mujer se ha incorporado al mercado venatorio como cazadora de pleno derecho en todos los sentidos del término, y no busca prosperidad en el macho, sino pura y simple “machez”, esa excepción tiende a desaparecer por razones obvias.
 
 
 
 
Cómo disimular con la ropa

Por Ana Parrilla
Hacer realidad la frase “lo mal hecho que está y lo bien que le queda el traje” es el objetivo de esta guía que ofrece algunas pautas para hacerse con un fondo de armario básico. Porque seguir las modas que vienen y van puede resultar mortal para la mayoría de los hombres, ya que por norma tener un cuerpo 10, que es el que exigen las tendencias, se ciñe a una pequeña elite de afortunados. Sin embargo, y sobre todo a partir de una cierta edad en la que los kilitos se acumulan en forma de michelines en la cintura, lo que hay que buscar son las prendas estratégicas que los disimulen, como también camuflar los hombros caídos o elevar las bajas estaturas. Lo que debe regir la elección de la indumentaria masculina es la constitución física, de esta forma siempre se estará seguro de llevar la prenda más adecuada. También hay que elegir los colores ateniéndose a las formas, aunque en este sentido la carnación de la piel y el color de ojos y cabellos también cuentan.



  • PEQUEÑO DE ESTATURA Y DELGADO. Chaqueta: más conveniente de corte sencillo, con una sola fila de botones, con tres o cuatro ojales, que hace más alto y atlético. Camisa: con un corte preciso que haga que aparezca más ancha en los hombros y entallada en la cintura. Es importante darle volumen al torso. Pantalón: los de corte recto alargan las piernas. También pueden llevar un par de pinzas en las caderas. Color: confiere más prestancia la paleta de los azules, marino, pastel, petróleo y añil.


  • ALTO Y DELGADO. Chaqueta: le conviene tanto el corte sencillo como la chaqueta cruzada de cuatro o seis botones. Camisa: pueden quedarle muy bien las de corte tradicional, holgadas en la cintura, o las que se ciñen ligeramente. En cualquier caso, nunca amplias ni ajustadas por completo, porque enfatizan la delgadez. Pantalón: para los que sean altos y delgados en exceso lo más apropiado es llevar vueltas en los bajos para compensar el efecto visual. También les favorecen los pantalones de pinzas, que contribuyen a crear un poco de volumen. Color: el abanico de los tierra-arena, marrón, “beige”, marfil, hueso o miel.


  • BAJO Y GRUESO. Chaqueta: para parecer más alto y esbelto, abstenerse de las chaquetas cruzadas, elegir siempre las de corte sencillo con un máximo de cuatro botones. Camisa: nada de pinzas en la cintura. Deben caer sobre el cuerpo, pero sin ser demasiado amplias, sobre todo cuando se lleven por fuera. Pantalón: hay que olvidarse de los de corte estrecho, que engordan. Los que mejor sientan son los que tienen un par de pinzas en la cintura y tela con caída. Nada de vueltas en los bajos que empequeñecen la figura. Color: siempre que sea posible conviene ir en tonos oscuros por arriba, para disimular la corpulencia, y con algo más claro por abajo para intentar elevar la estatura. Los colores, en la gama de los grises, azul marino y negro tanto para chaqueta como para camisa o polo, y el “beige”, “camel”, marfil o blanco para pantalón.


  • DE ESTATURA MUY ALTA Y CORPULENTO. Chaqueta: estilo clásico con una sola botonadura de entre 4 o 6 ojales. Éste es el corte que más estiliza a esta llamativa constitución. Camisa: el problema del cuello grueso y corto se soluciona usando las camisas con las puntas de los cuellos anchas y de pico. Pantalón: corte recto sin vuelta en el bajo. Puede llevar alguna pinza en la cadera. Nunca hay que llevarlos ajustados, que compriman los muslos o ensanchen las nalgas. Color: tonalidades discretas que hagan “desaparecer” parte de la anatomía. Negro, gris, azul marino, verde caqui, marrón oscuro, granate y burdeos.
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