Una nueva técnica permite diagnosticar la hiperactividad infantil y evaluar la eficacia del tratamiento

Los menores hiperactivos suelen tener el cerebro ligeramente más pequeño que el resto, según un estudio
Por EROSKI Consumer 13 de enero de 2005

El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) es una patología que afecta a entre el 3% y el 7% de los niños. Los especialistas ahora disponen de una prueba determinante para establecer si un niño sufre esta enfermedad. Se trata de la Tomografía por Emisión de Positrones (PET), que permite verificar la existencia del problema y constatar la mejoría que experimentan los pacientes en tratamiento. Un estudio realizado con este procedimiento en un hospital de Bilbao ha constatado que los menores hiperactivos suelen tener el cerebro ligeramente más pequeño que el resto de los chavales, en torno a un 3%.

«Ahora tenemos una prueba que demuestra que el déficit de atención y la hiperactividad no son algo propio de la edad y que se pasará con el tiempo, como creen muchos padres. La PET revela que existe una disfunción cerebral y que, por tanto, debe ser tratada», explica el psiquiatra que ha dirigido el trabajo, Juan Antonio Hormaetxea.

La hiperactividad es una complicación neurológica, más típica en los niños que en las niñas, que comienza a los 3 ó 4 años y se agrava en la edad escolar. Los que la padecen suelen ser «muy movidos, un trasto, generalmente, el ‘malo de la clase'», aunque no siempre responden a un mismo patrón. «Los casos más preocupantes resultan, de hecho, aquellos en los que el pequeño es más tranquilo y nunca actúa de manera impulsiva, porque son los más difíciles de diagnosticar», precisa el experto.

A la imposibilidad de estarse quietos un momento, lo que se conoce como hipercinesia, se suma la incapacidad de controlar los impulsos. Realizan actos «sin reflexionar demasiado o nada» sobre sus posibles consecuencias y se ven involucrados en accidentes domésticos y peleas con mayor frecuencia que el resto de chavales. Las dificultades para mantener la atención y la concentración, que es el síntoma más característico, a menudo se traducen en fracaso escolar. Y eso es, casi siempre, lo que lleva finalmente a los padres a la consulta de un especialista.

El componente genético tiene, según Hormaetxea, un peso limitado en la aparición del trastorno, en el que también intervienen factores ambientales como unas relaciones familiares conflictivas o la influencia de otros niños problemáticos.

Las investigaciones realizadas en los últimos años han demostrado, asimismo, la incidencia en el trastorno de alteraciones metabólicas en neurotransmisores del cerebro, como la dopamina y la noradrenalina. Partos complicados, infecciones intrauterinas y traumatismos ocurridos durante los primeros años de vida también influyen en la posterior aparición de la hiperactividad.

Mejoría

Las imágenes obtenidas con la PET, además de otras pruebas de alteraciones físicas en el cerebro de los niños hiperactivos, también evidencian la mejoría clínica de los pacientes sometidos a tratamiento. Juan Antonio Hormaetxea afirma que está técnica puede servir, por ello, como un marcador de la eficacia de la terapia farmacológica. «La PET, en cualquier caso, debe entenderse como una herramienta para la realización de pruebas complementarias». El diagnóstico, en su opinión, «debe seguir siendo clínico. Por bajas que sean las radiaciones, no podemos someter a ellas a todos los niños en los que tengamos que diagnosticar un posible déficit de atención e hiperactividad».

Una terapia adecuada, «que combine medicación con psicoterapia», permite corregir la disfunción cerebral y superar el problema, al menos, de momento. Aunque es muy habitual que la hiperactividad de la infancia desaparezca con la madurez, «aún es pronto para aventurar si la normalización de la función que vemos en las imágenes de la PET es permanente o hace falta seguir con la medicación por tiempo indefinido», concluye el experto.

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