SOBRE
LA RAZON DE SER Y EL SENTIDO
DE
LA CORRIENTE “SOMOS IGLESIA”
(Ponencia introductoria del Encuentro Estatal de la
Corriente Somos Iglesia
«Abriendo caminos a la esperanza», en noviembre de 1998)
Objetivo principal que persigue la ponencia: suscitar un diálogo que nos permita profundizar, con
la participación de todos/as, en la identidad propia de la Corriente SI.
Objetivo consecuente: si logramos tal profundización podremos igualmente
clarificar mejor sus funcionalidades,
es decir, cual es su “espacio” propio, poniendo así de manifiesto que
SI. En modo alguno quiere suplantar o entrar en competición con los colectivos
existentes (movimientos, comunidades, organizaciones de diverso signo...) o
duplicar innecesariamente sus actividades.
1 - Sobre la identidad
La identidad de la corriente SI. Está esencialmente referida a
un modelo o “nuevo” rostro de Iglesia (modelo que considera no sólo legítimo,
sino deseable, por entender que es profundamente evangélico). Sin pretender
exhaustividad alguna digamos que ese modelo o “nuevo” rostro se perfila así:
· Considera la categoría “pueblo de Dios” como básica
y nuclear en la estructuración y comprensión de la Iglesia.
· El servicio al Reino de Dios – en función del cual
la Iglesia existe – tiene que realizarse desde una actitud de diálogo, con el
alcance que seguidamente intentaremos precisar.
· La Iglesia ha de acreditarse a si misma como
institución crítica y liberadora en el seno de la sociedad, siendo pobre y de
los pobres.
1.1– La Iglesia, pueblo mesiánico de Dios
El Concilio Vaticano II quiso centrar como
punto de partida para centrar la constitución eclesial la categoría de “pueblo
de Dios” y para ello le dedicó todo un capítulo de la “Lumen Gentiun” el 2º, que antepuso a las realidades
sectoriales de la Iglesia, incluida la jerarquía.
El centro de la Iglesia está en el pueblo
creyente. Lo que la constituye primariamente es nuestra condición común de
personas creyentes, convocadas a formar parte de un pueblo de iguales, en tanto
que llamadas al seguimiento del único Maestro, hijos e hijas de Dios, que
portan el mismo Espíritu y que son todas corresponsables de la tarea
evangelizadora.
La experiencia de fe que constituye, como
decimos, la comunidad eclesial, se inscribe en el plano de la eclesialidad
primera o de la realidad sustantiva de la Iglesia. Este plano debe ser
cuidadosamente distinguido del plano de la eclesialidad segunda, configurada
por la diversidad de carismas, tareas y ministerios. Con categorías
neotestamentarias: uno es el nivel de la “koinonía” o comunión eclesial
(eclesialidad primera) y otro es e nivel
de las “diakonías” o servicios diversos (eclesialidad segunda),
instancias relativas, puesto que existen precisamente para estar al servicio de
la comunión.
Es necesario subrayar con fuerza que toda
la comunidad creyente es discipular y ministerial, al servicio de la comunión
eclesial y en función de anunciar y hacer presente el Reino de Dios. El eje central
que configura a la Iglesia de Jesús es el de la comunidad-ministerios.
A partir de estas muy breves
consideraciones habría que considerar la distinción clérigos–laicos, la
distinción–oposición entre Iglesia docente y discente, la cuestión, la cuestión
de los ministerios “ordenados” y no ordenados, incluyendo la reconsideración
del celibato, hoy obligatoriamente vinculado al ministerio de los presbíteros
de la Iglesia occidental; el modo de ejercer la autoridad en la Iglesia; la
situación de intolerable discriminación de la mujer en ella y su derecho a
acceder a todos los ministerios; la cuestión de la posible democratización
eclesial; la recuperación de la primacía de la Iglesia local y la significación
de las pequeñas comunidades, etc.
1.2– La Iglesia servidora del Reino desde una actitud
de diálogo
con nuestro mundo
secular y plural
Otra de las grandes aportaciones del
Vaticano II consistió en subrayar la necesidad que tiene la Iglesia de cumplir
su misión de servir al Reino de Dios desde una actitud de diálogo con el mundo.
Es lo que se ha llamado el “giro copernicano” promovido por la Constitución
Pastoral “Gaudium et Spes”.
Frente a una concepción de Iglesia
“baluarte” o “fortaleza” - replegada sobre si misma, retirada en sus cuarteles
de invierno para fortalecerse e identificarse sin fisuras en el plano
dogmático, moral y organizativo, que se hace presente en el mundo con cierta
agresividad confesional para comunicar su verdad ya poseída y clarificada – el
Concilio Vaticano II parece propiciar una Iglesia en diálogo honesto y crítico
con el mundo de nuestro tiempo, sabiendo escuchar y sin dejar de ofrecer su
propio mensaje, siempre susceptible de ser enriquecido.
En nuestro mundo actual el diálogo –
informado siempre por una actitud de comprensión y de acogida – debe mantenerse
con otras confesiones cristianas, otras religiones no cristianas y,
naturalmente, con las diversas culturas existentes y sus plurales ofertas de
valor. Esta “exigencia epocal” de diálogo así concretada sitúa a la Iglesia
ante alguno de los más serios y complejos desafíos del momento en que vivimos.
1.3– La Iglesia,
institución crítica y liberadora en el seno de la sociedad,
siendo pobre y de
los pobres.
Esta tercera característica ha sido
ampliamente desarrollada, a partir del Concilio Vaticano II, por la llamada
“nueva” teología política europea y las distintas teologías de la liberación.
Desde la actitud de diálogo referida,
siendo muy consciente de que la Iglesia no está primariamente al servicio de la
afirmación de si misma, sino al servicio del Reino, es decir, de la afirmación
histórica de la salvación, afirmada y realmente ofrecida a quien quiera oírla
(lo que se ha llamado su “esencia relacional”), la Iglesia nos dice Metz,
“tiene que acreditarse a si misma como una institución que lleva en su seno un
recuerdo de libertad subversiva, del que ha de dar testimonio público”. Para
ello la Iglesia debe constituirse en la realidad como institución
crítico-social, realizando, como tal institución, una tarea crítica de
significación liberadora.
¿Cómo entiende esa tarea crítica la “nueva”
teología política europea? En primer lugar, la Iglesia ha de proteger al ser
humano individual del peligro de ser considerado simplemente como medio para la
edificación de un futuro racionalizado y dirigido tecnológicamente. En segundo
término, la Iglesia debe criticar todo
intento de apropiación de la historia total por parte de cualquier sujeto
intramundano (sea éste, un partido, un grupo, una nación, una clase...)
Finalmente, la Iglesia “tiene que movilizar aquella potencia crítica que reside
en la tradición central del amor cristiano”. Para ello ha de poner de
manifiesto la dimensión socio-política de ese amor –que en forma alguna puede
restringirse al ámbito del “yo-tu”, ni ser reducido a mera asistencia
caritativa- y entenderlo “como absoluta decisión a favor de la justicia, a
favor de la libertad, y a favor de la paz para los demás”.
Las teologías de la liberación, por su
parte, han insistido de manera especial en la necesidad de que la Iglesia, para
realizar esa misma tarea crítica y liberadora con talante propiamente
evangélico, ha de ser pobre y de los pobres. Una Iglesia pobre es la que asume
la pobreza real en su propia vida personal y en sus estructuras institucionales
y una Iglesia de los pobres es la que se constituye y se configura a si misma,
a todos los niveles, desde la solidaridad con la causa de los pobres, es decir,
que tiene en los pobres su centro integrador o que está orgánicamente
configurada por la opción por los pobres y su causa en sus estructuras
doctrinales, sacramentales, administrativas y jerárquicas.
Entre su ser pobre y ser de los pobres hay
una relación estrechamente dialéctica, como ya insistió el mismo Concilio
Vaticano II en el número 8 de la “Lumen Gentium”. Siendo pobre, despojándose
del poder, estará en condiciones de ser de los pobres, y siendo de los pobres
entrará en una dinámica real de despojo de poder que le permitirá ser realmente
pobre.
Digamos finalmente que las teologías de la
liberación (latinoamericana, africana, asiática), con matices distintos pero no
excluyentes, insisten en la necesidad de incluir en la lucha por la justicia o
praxis de liberación que implica la opción por los pobres, como aspectos
fundamentales en el estado actual de conciencia de la humanidad, las cuestiones
mayores relacionadas con las culturas marginadas y las razas despreciadas, la
situación especialmente injusta en que frecuentemente vive la mujer por el
hecho de ser tal y el asunto ecológico.
Así podrá la Iglesia de Jesús ser
sacramento de salvación en la historia, al servicio de la justicia social, la
libertad y la felicidad de todos los seres humanos.
SI se identifica con este modelo o “nuevo”
rostro de Iglesia, tan brevemente perfilado, y por ello se compromete a
promoverlo. No sería difícil incluir en las tres características mencionadas
los diez puntos de su Manifiesto para 1998.
2 – Sobre las
funcionalidades
La tarea de SI. es fundamentar y promover
este modelo o “nuevo” rostro de Iglesia con el que se identifica, contribuyendo
a su concreción en nuestro país y a su implantación real. Para ello parece que
SI. debería centrarse en tres tareas fundamentales:
-
Elaborar el “mapa” de los distintos colectivos cristianos
existentes en nuestro país que se identifican sustancialmente con el modelo
presentado, valorando de forma realista si significación en el seno de la
Iglesia y la sociedad españolas.
-
Tejer una red entre las personas y los colectivos del mapa
mediante un adecuado proceso de comunicación que permita el intercambio y el
mutuo apoyo, propiciando, cuando se estime conveniente, tomas conjuntas de
posición.
-
Fomentar espacios de encuentro de las personas y colectivos
que forman la red SI. Con otras personas y colectivos informados por
tradiciones distintas, pero con los que es posible converger en la lucha por la
justicia social, la paz, la libertad y la felicidad para todos.
Encuentro estatal de la corriente Somos Iglesia
«Abriendo caminos a la esperanza»
20 y 21 de noviembre de 1998.