Lo leí en menos de tres horas. Fue como un latigazo a mi dormida pasión literaria, un sumergirse en ese túnel en el que a veces se convierte la existencia y tomar el mismo ritmo vertiginoso que te arrastra al fatal desenlace.
Una historia paradójica y angustiosamente racional que se conjuga en una relación de amor patológica y anticonvencional sustentada en el raciocinio masoquista de un pintor sin identidad propia: Juan Pablo Castel, y una esposa mal avenida que se encuentra inmiscuida en una vida absurda y vacua donde no se siente viva.
Desde su encierro en prisión por el crimen de María, Juan Pablo va desvelando el espanto de su propia destrucción a través de la destrucción de lo único que le da algo de sentido a su vida.
Cada una de las piezas de la novela ejerce su función inexorable mientras nos desliza por un túnel, ese túnel existencial al que alude el autor, donde nada puede escapar y conduce irremisible a un desenlace autodestructivo. La soledad es la excusa, la falta de comunión con el mundo del personaje y el anhelo de encontrar una luz en la despiadada búsqueda de sí mismo, algo que le alivie de su enigma existencial y que acabará creyendo encontrar para luego destruirlo. Su propia necesidad se une a la de María. Ambos se identifican, pero ella no se deja arrastrar por la desesperación de él. Juan Pablo no puede resistir creerse la ilusión de verse reflejado en alguien que sabe ajeno a él y a la vez forma parte de su lado más despreciable y en ese masoquismo contradictorio toma la decisión de destruir lo único que ama porque a la vez le lleva a la culminación de todo aquello que él odia en sí mismo, de todo lo terrible de su persona. Conforme avanzamos en las páginas, el fatal desenlace de la novela se hace casi imprescindible y necesario; la pérdida del control es en realidad una liberación del propio sufrimiento que no le deja vivir y con la destrucción de María acaba también destruyendo al fin una parte de sí mismo.
Creo que lo que le sucede a Castel es que queda mirando siempre hacia atrás y por tanto hacia si mismo, no tiene la capacidad de interactuar con su realidad presente que es María, tal cual es. Quiere a la María que él busca detrás de la ventanita, su otro yo, no a un ser real, siempre acabará matándola, eternamente, como indica Borges…