Korda camina de un lado a otro ante la improvisada tribuna ubicada en la esquina de 23 y 12. Corría marzo de 1960. Hacía frío. El pueblo de la capital y la joven dirección de la Revolución despedían para siempre a las víctimas del sabotaje al barco La Coubre. El dolor y la cólera flotaban en el aire. El fotógrafo va pasando el lente de su gastada Leica por la primera fila del estrado. Entre los presentes están Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Se encuentra a unos escasos diez metros del entarimado cuando, de repente, el Che abandona la segunda fila y se acerca para ver la multitud. Fue apenas medio minuto de presencia, el tiempo suficiente para que el artista apretara el obturador en gesto instintivo unas tres veces, impresionado por la expresión severa del Comandante Guevara.  El guerrillero, enfundado en una chaqueta cerrada hasta lo alto del cuello; en la cabeza, la mítica boina de la estrella solitaria, la melena rebelde y, en la cara, resumido el sentimiento de los presentes.

El fotógrafo sabe que ha hecho una buena foto pero el periódico no la publica. Pasan siete años, el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli visita el estudio de Korda, en La Habana, y este le regala dos copias de aquella instantánea. Unos meses después el Che cae asesinado en Bolivia, y Feltrinelli difunde miles de carteles con aquel rostro irrepetible del Guerrillero Heroico. Había nacido la foto más famosa del mundo.

Cincuenta años después, en la galería de arte ubicada en la misma esquina en que se tomara la foto, veinte artistas cubanos reverencian la imagen que le ha dado la vuelta al mundo.