martes, 29 de junio de 2010

Confesiones...El Sonido de los Pájaros

   
   Como un alma en pena caminó hasta el centro del parque. Ambos, húmedos y desolados. Sólo era observado por los pájaros que esperaban, como era costumbre, que les lanzara algunas de las migajas que cargaba en una pequeña bolsa. Esa vez no lo hizo. Los pájaros se comían las migajas y, sin decir gracias, se iban de ahí en busca de otra fuente de alimento. Por esa razón no se las dio, no quería que se fueran, no quería estar solo ni un día más. La tarde fue esplendida y daba tristeza no disfrutar cada momento de ella hasta la muerte del sol. En ese parque y en esa banca había vivido las tardes desde hacía 20 años, todas soleadas, sin una sola nube gris que se asomase por el cielo, nunca. Desde hacía 20 años esos pájaros comían de sus migajas y se largaban. ¿Qué pasaría por sus pequeñas cabezas en ese momento? Creyeron que se había vuelto loco.

   En las mañanas no hacía nada. Se sentaba en una sala a ver pasar recuerdos: personas, olores, sonidos y situaciones que habían significado algo para él en un pasado no determinado, pasaban una y otra vez en frente de sus narices. En ciertos momentos entraba a uno de ellos, desde un ángulo opuesto cada vez, pero aquél día que se negó a darle de comer a los pájaros, ninguna de esas imágenes hizo su desfile. Fue la mañana más desolada de su vida. Esperó durante una eternidad a que se asomara un recuerdo, el más miserable, una situación incómoda o un olor desagradable. Nada. Durante ese martirio, sus sentidos no recibieron el más ínfimo estímulo. Tal vez fue esa desolación tan injusta la que le empujó a comportarse de tal manera con sus asiduos visitantes. Pobres pájaros.

   Esa noche tampoco lo acompañó la rutina. No salió corriendo del parque en cuanto se escondió el sol ni esquivó el tumulto de almas que corrían siempre, igual que él, asustadas y en distintas direcciones, y tampoco se encerró en su habitación. Ese día no, ese día se hartó de todo eso. ¿Habitación? Bueno, hay que darle algún nombre a esa cueva pequeña y oscura en la que difícilmente cabía acostado. No ha habido sitio más silencioso. Usualmente, en las noches, mientras estaba allí, recordaba las cosas de la mañana y el sonido que hacían los pájaros en la tarde, pero esos pájaros sólo hacían sonidos mientras comían, de lo contrario se quedaban estáticos, observándolo con sus inmóviles ojos. Sabía que esa noche no tendría nada para recordar, por eso se quedó en el parque. Su primera y última noche en el parque.

   Tuvo que sentir algo de arrepentimiento, al menos antes de comprenderlo todo. Está claro que eso estaba escrito. En estas tierras no pasa nada sin que alguien antes lo anuncie, ese era su premio o su castigo. Nadie, hasta ese entonces, había visto como era una noche en el parque, no porque estuviese prohibido sino porque nadie quería ser el primero. Él tuvo la oportunidad de serlo, y no sólo eso, ha sido el único. Siempre hemos creído que es mejor no enterarse de cierta cosas, la salida más fácil será hacernos los desentendidos, los desinteresados. Al principio, sintió algo muy liberador y refrescante, pero cuando miró de cerca la realidad que los demás habían siempre evadido, quedó estupefacto. Mientras avanzaba la noche, aquél lugar se llenó de horrorosos sonidos, la humedad aumentó y una espesa niebla cubrió todo. En un segundo el cielo se despejó y el sol empezó a mostrarse mientras los pájaros se congregaban en torno a su banca, ya era de tarde. 

   Para él sólo había pasado un segundo desde el atardecer, un segundo devastador en el que descubrió que aquellos pájaros eran los sueños que nunca alcanzó a cumplir, y que él, en efecto, era un alma en pena.


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