as delicadas "relaciones" entre Senegal y Mauritania
sólo permiten dos ferries diarios que desde la ciudad mauritana de Rosso
traslada a los viajeros hasta la ciudad senegalesa de Richard Toll, pues el
río es la frontera natural entre ambos países.
Un encuentro casual con
el policía del puesto fronterizo de Maka Diama a 93 km de Rosso, que esa
misma mañana se traslada a su comisaría, nos cambia los planes
iniciales. Al no disponer de medio para desplazarse hasta el puesto nos propone
llevarle hasta allí y de esta forma nos evitará cruzar la
frontera por barco, esperar colas y todo lo que conlleva pasar por un
transitado puesto fronterizo africano como Rosso. Aceptamos la
proposición y emprendemos la ruta a través de un dique de tierra
compacta, una estela de polvo se convierte en nuestra inseparable
compañera durante todo el trayecto.
Dicho dique discurre
paralelo al Parque Natural senegalés de Djoudj, uno de los santuarios de
pájaros más importante del mundo. Durante nuestro descenso hacia
la frontera senegalesa atravesamos numerosos arrozales y cañaverales
entre los cuales podemos descubrir la presencia de todo tipos de patos, ibis,
incluso enormes pelícanos. Y por fin cruzamos la frontera por encima de
la presa, un paso rápido y sencillo sin ningún tipo de colas,
pues siempre está solitaria. Mientras recorremos el margen del
río comprendemos como el agua tiene mucho que decir en la historia del
país.
Su propio nombre
procede de la segunda lengua más hablada en el país
después del francés, el wolof (principal etnia del país).
"Sunugal" significa "nuestra piragua" y pone de manifiesto la importancia que
el río y el mar tiene para ellos. Fuente de vida por un lado y de terror
por otro, puesto que el propio océano fue el que trajo hasta sus costas
los primeros barcos portugueses que desencadenaron un arrasador capítulo
en su historia.
Nos vamos adentrando en
el país y un estallido de colores se pasea ante nuestros sorprendidos
ojos. Los brillantes y vaporosos vestidos de las bellas senegaleses, dignos de
admiración, se combinan con delicados y artesanales peinados que
completan una hermosas imagen difícil de olvidar.Y cuando paseamos por
sus coloristas mercados parece que asistimos a una exposición de pintura
naïf donde no se desperdicia ni una sola escena de la vida cotidiana
senegalesa.
HERENCIA COLONIAL
La primera ciudad
importante que nos encontramos es la colonial Saint Louis. Esta primera colonia
francesa en África, fue fundada a orillas del río Senegal en el
siglo XVII. Se trata de dos islas paralelas, estrechas y alargadas que los
francesas unieron al continente mediante un puente. Hoy en día la ciudad
primitiva permanece en esas dos curiosas islas pero la moderna se ha
establecido en el continente.
A orilla del río
se levantan los antiguos edificios coloniales y en la "Place de l'Ille -antigua
Plaza del Gobierno- se erige el "Hotel de la Poste". No sólo se trata de
uno de los edificios más interesantes y mejor conservados de la ciudad
sino que es uno de los lugares más cargados de historia. Es un placer
sentarse en su terraza y contemplar el puente por donde desfila una de las
muchedumbres más pintorescas de Senegal. Pero lo más
característico de la ciudad son las antiguas mansiones de las
"signares", aunque actualmente han perdido el esplendor de otras épocas.
Las "signares" es el
nombre con el que se designaba a las mestizas, hijas y nietas de los
matrimonios "consuetudinarios" entre africanas y franceses. Un "matrimonio" que
duraba tan solo la estancia del "esposo" europeo. Cuando este se marchaba,
junto a su esposa francesa en Europa, donaba una generosa dote a su mujer
africana, dejándola por supuesto, con los hijos habido durante el
matrimonio. Pero más allá de la isla "noble" se encuentra la isla
"popular": la Lengua de Barbarie, una banda de terreno entre el
Atlántico y el río Senegal de unos 100 m. que protege a la isla de
los envites del océano.
En ella se encuentra el
barrio de pescadores, donde las antiguas cabañas se aprietan unas contra
otras a orillas de la playa. Desgraciadamente poco a poco van siendo
sustituidas por chabolas de uralita, pues el océano golpea con fuerza a
las que están en primera línea siendo fácil suponer que
sus habitantes prefieran acondicionar sus casas para luchar contra las
agresiones de la naturaleza que por conservar la tradición. Es una pena,
pero es la ley de la supervivencia. En cambio el ambiente de los pescadores
sigue intacto. Estos se encontraban zurciendo sus rasgadas redes, las mujeres
secaban el pescado al aire libre y freían el pescado más fresco,
mientras tanto los niños jugaban entre las piraguas, motivos de sus
juegos hoy pero su instrumento de trabajo en el futuro.
Una huida precipitada
marcó nuestra salida de Saint Louis. Pudiendo comprobar que el juego
preferido de la policía senegalesa es inventar la multa más
inverosímil. Ver un coche extranjero es sinónimo de ingreso extra
y el simple hecho de parar el coche junto a un policía para preguntarle
una dirección nos supuso la petición de los papeles del coche y
el intento de multa por "estacionamiento indebido". Fue tal la
indignación que le arranqué los papeles de la mano y
aceleré dejándole "plantado", soltando improperios y tocando el
pito. Así que cuando en el resto de las ciudades divisábamos a un
policía que se acercaba con un block en la mano... salíamos
disparados en dirección contraria. Casi todas las noches acampamos en el
inmenso sahel, siempre rodeados de arbustos y de los vigilantes baobabs. Y como
cada noche, al caer el sol, comienzan a llegarnos el sonido de los tam-tam y
los cánticos.
Con la oscuridad, en
los poblados dispersos por la sabana a la luz de los fuegos, todos se
reúnen par expresar a través de la danza y la música sus
más intensos sentimientos. La música forma parte de la vida
cotidiana senegalesa y cualquier acontecimiento sirve de motivación para
expresarlo a través de ella. Cada grupo étnico posee sus propios
géneros musicales, ritmos, ritos e instrumentos. Resulta reconfortante
oír en el silencio de la noche los sonidos que nacen de los más
profundo de la tierra africana.
MADERA DE EBANO
Nunca nos han
atraído las grandes ciudades y Dakar no va a convertirse en una
excepción, máxime cuando es considerada como una de las ciudades
más inseguras de África. Pero a pesar de todo decidimos no
ignorarla ya que era etapa obligatoria para obtener los visados que nos
permitirán entrar en otros países y poder avanzar en nuestra
ruta. Realizamos una visita a pie por toda la ciudad pues la mejor manera de
captar todos los detalles del espectáculo que ofrece la calle en pasear
sin prisas.
Hoy en día Dakar
es una capital de rascacielos entre los que circula una flota de
vehículos cada vez más densa. Rara vez han surgido tentativas
para combinar las necesidades de la arquitectura moderna con el entorno
africano, así la impresión que da es de una ciudad fuertemente
europeizada. Pero es en la periferia y en los mercados donde se encuentra las
raíces africanas. En el mercado Kermel situado a un paso de la Plaza de
la Independencia, se produce una sinfonía de colores: puestos de flores
llevados por señoras ataviadas con llamativos vestidos de fuerte
colorido; montañas de frutas de naranjas, aguacates, mangos y papayas
que impregnan el ambiente de un aroma exquisito. Y junto a ellas se encuentran
los puestos de artesanía africana con máscaras, telas, estatuas y
un sin fin de objetos de muy diversa calidad.
Las señoras
visitan los mercados acompañadas de chavalines que por una monedas les
llevan los bultos de las compras. La moda europea se extiende entre los hombres
pero muchas mujeres todavía siguen envueltas en paños
multicolores y tocados con enormes turbantes recubiertos de ligeras gasas. Es
todo un espectáculo cautivador que provoca admiración por la
elegancia y belleza de las senegalesas.
Cuando empezamos a
recorrer la Cornisa de Dakar, rocosa y elevada, divisamos no muy lejos una mole
de basalto de 900 m de longitud y 300 m de ancho que emerge del mar a apenas 3
Km. de los rascacielos de la capital. Es la legendaria Isla de Gorée o
Isla de los Esclavos. "Esclavos que franqueáis esta puerta infernal,
perded toda esperanza", esta es una de las horripilantes leyendas que pueden
leerse en los muros de la ex-casa de los Esclavos (hoy transformada en museo).
La llamaban Gorée, la gozosa, por las desenfrenadas licencias que se
concedían los marineros europeos mientras contemplaban la carga de
mercancía humana para sus barcos negreros. Los barcos de los negreros
portugueses, ingleses, holandeses y franceses anclaban en su puerto para cargar
"la madera de ébano" como llamaban a los esclavos.
Enviados al prometedor
Nuevo Mundo, donde existía una gran demanda de brazos humanos para las
plantaciones, pensaron ¿quién mejor que los esclavos negros, que
ni siquiera recibían un salario? Todo comenzó en el año
1444 y tuvo que pasar cuatro siglos para que esta barbarie acabará. En
efecto, la última carga de africanos llegó a América en
1881. Otro triste pero significativo episodio en la historia de la humanidad
que pone de manifiesto que la ley del más poderoso (o la de la
ambición) puede cambiar el rumbo de la historia de muchos
países.
TRADICIÓN POPULAR
Pero abandonamos por
fin la capital para conocer mejor las raíces del país. Durante el
recorrido atravesamos varios poblados y la curiosidad por conocernos los unos a
los otros era compartida sin tapujos. Los wolof son el grupo étnico
más numeroso del país, principalmente musulmanes, son altos,
delgados y con un porte distinguido. Se dedican primordialmente a la
agricultura, el mijo es el principal cultivo pero con la colonización el
cultivo del cacahuete se extendió por delante de otros cultivos
tradicionales.
Otras etnias que
pueblan esta región central son la de los sereres y niominkas, menos
numerosos que los anteriores. A veces somos invitados por algunas familias para
que conozcamos su humilde hogar y a su numerosa e inquieta prole. La imagen de
África son las escenas de las mujeres golpeando con unos mazos
alargados, y con gran energía, el mijo o el sorgo, principales alimentos
de su pobre dieta alimentaria. Incluso con los hijos más pequeños
mamando de sus pechos o colgado a sus espaldas siguen golpeando una y mil veces
el sustento que alimentara a toda su familia.
Imágenes duras
de jóvenes que en numerosas ocasiones suelen tener apenas trece
años, con un trabajo y responsabilidad familiar demasiado dura para su
corta edad y que por desgracia son escenas muy normales en esta
sociedad.
A TRAVÉS DE LA SABANA
A lo largo de todo el
recorrido por Senegal siempre nos ha ido acompañando una figura
especial, la de los erguidos "baobab", genuinos centinelas del sahel. Como la
palmera para el desierto el baobab es para la sabana su imagen singular. Baobab
significa "árbol de mil años", su crecimiento es en efecto por
así decirlo ilimitado. Sus ramas retorcidas le confiere un aspecto
inconfundible y al atardecer cuando oscurece proyecta una imagen
fantasmagórica sobre nuestro campamento. Tambacounda es la
población que marca el punto más oriental de
"civilización" y aprovisionamiento de Senegal en la ruta hacia Mali a
través de las pistas que cruzan el solitario sahel.
Tras la última
revisión del vehículo, bien cargados de gasoil y con nuevas
provisiones adquiridas en su animado mercado nos disponemos a recorrer las
últimas centenas de kilómetros por Senegal. El asfalto deja de
existir y no lo volveremos a encontrar hasta 1.000 km después, en las
cercanías de Bamako. Su lugar lo ocupa una polvorienta pista que aparece
y desaparece a su antojo. A lo largo del camino vamos descubriendo los
devastadores efectos de las recientes lluvias teniendo que sortear numerosas
lagunas que ocultan por completo la pista. Afortunadamente son poco profundas
pero hace tan sólo hace dos semanas todo estaba totalmente
inundado.
Algunos tramos de la
pista están completamente destrozados por los camiones que se han
quedado atascados cuando el terreno estuvo pantanoso. La maleza en ocasiones es
quemada, accidental o intencionadamente, así que son numerosos los
tramos donde el humo y el polvo del camino trata de colarse por todos los
rincones del coche. También la insoportable tôle onduleé
hace acto de presencia y los botes y rebotes van amenizando el ya entretenido
viaje. Durante el recorrido estamos acompañados de algunos
pájaros que alegraban un poco el monótono paisaje. Pájaros
de colores llamativos que contrastan con el entorno seco y áspero que
nos rodea.
Los baobabs son cada
vez menos frecuentes y los arbustos van inundando el terreno, arbustos
totalmente secos pero de los que brotan unas preciosas flores fucsias. Pero a
pesar de avanzar con más o menos dificultad, nuestro compañero de
viaje, José Antonio, lleva varios días encontrándose mal del
estómago y va empeorando así que el "entretenido" camino no es
precisamente una efectiva cura de reposo. Nuestro objetivo es entrar en Mali y
acampar cerca de una de las hermosas cascadas del río Senegal... y
confiar en la recuperación de nuestro amigo.
Por fin después
de 250 kilómetros de polvo, botes y humo alcanzamos la ciudad de Kidira,
ciudad fronteriza con Mali. Esta ciudad descansa al borde del río
Senegal. Como ocurre entre Mauritania y Senegal, con Mali la frontera natural
vuelve a ser el río. Recientemente se ha construido un puente que une
ambos países sin necesidad de tomar un barco para cruzar de un
país a otro. Así que después de formalizar los papeles
para abandonar el país, repostamos gasoil y cruzamos el puente entre las
dos naciones africanas. Empieza a anochecer y Mali nos reserva sorpresas de
todo tipo.
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