En esta nueva revisión de la traducción hemos buscado acercarnos aun más a la carga del corazón del autor.
Hemos deseado interpretar lo más fielmente posible su intención de transmitir esta carga a otros.

La vida de Leonardo Ravenhill abarcó casi todo el siglo veinte.
En el momento de su nacimiento los antiguos reinos e imperios de Europa seguían su curso.
El comunismo y las guerras mundiales eran todavía desconocidos.
Mientras los años de su vida avanzaban vio todas estas cosas nacer y luego desaparecer.
Las guerras mundiales y los esfuerzos de hombre para establecer una paz duradera y una democracia mundial corrieron cansados su curso y fallaron antes que él llegara al fin de su peregrinaje.

Él vio un tiempo cuando los viejos sistemas ya no funcionaban y el nuevo estaba sin descubrir; un tiempo de caos, sin forma y vació.

Él vio este calidoscopio de cambio y, esforzándose por las cosas del Reino de Dios, sus ojos fueron iluminados para ver algo de las fuerzas que operaban alrededor del él y fue sensibilizado para percibir el vacío y lo infructífero de los esquemas y proyectos humanos mucho antes que estas cosas llegaran a su fin.

Fue esta visión que le hizo a él lo que él fue, sin claudicar y sin desviarse. Su religión era del corazón: la esfera donde opera la vida vivificadora del Espíritu. Otras fuentes no podían satisfacerle y producían dentro de él dolor, desprecio, cansancio.
Todos los límites que la razón, o la sociedad, o la debilidad humana pusieran al ministrar del Espíritu de Dios tenían que ser atacados sin tregua.

La visión de un hombre nace en el terreno de su contemplación. Juan el Bautista desde fuera de Jerusalén, desde el desierto, proclamaba su mensaje a aquellos perdidos en su tradición, así también en cierto sentido, el autor de estas páginas habló desde fuera del confort de las actividades y los programas de la iglesia un mensaje de otra esfera.

Más allá de la mente y de las emociones, en la esfera del espíritu, la visión que el corazón ha visto demanda capacidad de visión en el oyente si es que va a ser percibida. En algún punto debe haber un vivificar del Espíritu. Hay cosas que son discernidas espiritualmente, si no, nada se ve.

Acerquémonos a cualquier mensaje dado por Dios, a cualquier mensajero de Dios, con el anhelo de ver lo que él vio; al hacerlo el mensaje puede ser recibido y vivir dentro de nosotros.

Digamos, como el salmista, “Abre mis ojos y miraré”…

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