Cuando todo el mundo está preparando sus disfraces para Halloween, el sábado pasado organizamos en nuestra casa una fiesta de disfraces ajena a toda celebración socialmente multitudinaria. Celebrábamos el cumpleaños de mi novio, y para darle un poco de vidilla al asunto, nos disfrazamos de estaciones de metro. Es una pena que no pueda colgar las fotos en el blog (podría hacerlo, pero prefiero permanecer en el anonimato, aunque la mayor parte de la gente que entra en el blog me ve la cara todos los días).
Si alguna vez hacéis una fiesta de disfraces y no sabéis de qué disfrazaros, os recomiendo que propongáis esta temática. A la gente se le ocurren ideas de lo más peculiares, y una misma estación de metro puede dar lugar a disfraces totalmente distintos. Además, si lo piensas, prácticamente puedes disfrazarte de todas las estaciones: algunas por el nombre (Sol, Colón, Quevedo, etc.) y otras por el lugar en el que están o por lo que representan (Ventas, Chueca, Casa de Campo, etc.).
Por ejemplo, un amigo mío se disfrazó de cura (estación de Iglesia) y luego llevaba en la mano un bollito de pan al que le había puesto unas alitas y una aureola (estación de Pan Bendito). Otro gran disfraz fue el de guardia civil armado de una porra (Palos de la Frontera). Otro amigo mío se pegó por toda la ropa fotocopias de billetes de 50, 100 y 500 euros (estación de Prosperidad). Una amiga iba vestida de médico (Gregorio Marañón), otra de azafata (Barajas)… Yo me disfracé de Tribunal. Al principio iba a ir de juez, pero como no encontraba el atuendo adecuado, me disfracé de la Justicia (para qué nos vamos a rebajar a ser sólo el que imparte justicia, cuando podemos ser la Justicia en sí misma). Así que llevaba una túnica larga y blanca, una espada y una balanza (al más puro estilo mitológico greco-latino).
En fin, a lo mejor somos un poquito raros, pero, ¡y lo bien que nos lo pasamos!
Pues si, me imagino que lo pasastéis muy bien, porque disfrazarse tiene mucho de ejercicio de ingenio, y el ingenio es un músculo muy cercano al de la risa y que interesa desarrollar: no solo es muy divertido, sino que es también muy útil; es el que encuentra soluciones cuando la vía más rigurosa se cierra, el que abre caminos en la obscuridad y el que nos hace sentirnos creadores. Y desde luego, eso no tiene precio. Tomaré nota de la idea de jugar al disfraz, aunque me pierda mi afán antiguo de ser auténtica: pero ¿hay algo más verdadero que jugar a disfrazarse?.
¡Qué bueno! Se lo recomendaré a mi amigo Javier, que para su cumpleaños siempre organiza una fiesta temática. La de este año fue «La crisis».
Qué bueno!!! pon alguna foto hombre! lo que tienes que hacer es pintar una rallita negra en los ojos, como a los hijos de los famosos, y entre eso y el disfraz no te reconoce nadie! 🙂
Y también me puedo poner un tomate en la cara, como hacían los de ese fantástico programa de Telecinco que, lamentablemente, dejaron de emitir.
JAJAJAJAJA, qué bueno!, sois geniales!!!! Me encanta vuestras ocurrencias!!!! Un beso a los dos M.