Prostitucion Gay una Realidad en Mexico

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La población de bisexuales, lesbianas y homosexuales enfrenta diversas formas de prejuicio y exclusión social, como discriminación y violencia interpersonal, por lo que , las instituciones gubernamentales deben ampliar los programas de bienestar y salud para ese sector.

Así lo revela el estudio «Efectos de la violencia y la discriminación en la salud mental de bisexuales, lesbianas y homosexuales de la ciudad de México» de Luis Ortiz Hernández y María Isabel García Torres, del Departamento de Atención a la Salud de la de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Unidad Xochimilco.

Según un comunicado de la UAM, la investigación se aplicó a 506 personas entre bisexuales, lesbianas y homosexuales que acudían a organizaciones e instituciones que atienden a esta población.

De ese total un tercio -27 por ciento- presentó sintomatología indicativa de trastornos mentales comunes y una quinta parte mostró riesgo de tener alcoholismo; en los varones bisexuales y homosexuales la frecuencia fue de 17 por ciento, mientras que en las mujeres bisexuales y lesbianas ascendió a 21 por ciento.

Sobre los indicadores del estado de salud, la mayoría, 76 por ciento era bueno o muy bueno; sin embargo, en el trabajo se menciona que cuatro de cada 10 tienen una idea suicida y 25 por ciento comunicó intento de suicidio.

Los autores indicaron que la violencia y la discriminación contra los bisexuales, lesbianas y homosexuales deben ser resueltas, en tanto que representan una limitación para el goce pleno de los derechos humanos de esta población.

De acuerdo con el estudio, las formas más frecuentes de discriminación fueron la no contratación en un empleo, 13 por ciento; amenaza de extorsión y detención por policías, 11 por ciento; y maltrato de empleados, 10 por ciento.

Entre las formas de violencia más frecuentes se reporta las ofensas verbales con 32 por ciento, acoso sexual con 18 por ciento, asalto 12 por ciento, los siguieron o fueron perseguidos 12 por ciento y amenazas verbales 11 por ciento.

Entre los varones bisexuales y homosexuales existió una mayor proporción de ser víctimas de ofensas verbales, mientras que las mujeres sufrieron agresión física con más frecuencia.

Hablar de prostitución es siempre un tema controvertido y toca inevitablemente las fibras morales de cualquier persona, y, en general, es un tema que desata el desprecio, la burla y el rechazo social hacia las personas que la ejercen (y, curiosamente, no así contra quienes la contratan). Es un hecho que, en México y en la gran mayoría de los países hispanoamericanos, las personas que se dedican a éste, «el oficio más antiguo de la humanidad», son consideradas como habitantes del sub-mundo social, residentes de las cloacas donde los humanos se transforman en una especie de fauna nociva y, como tales, son personas confinadas a los márgenes, a zonas de tolerancia pretendidamente asépticas y a la más profunda oscuridad de las ciudades donde la identidad de los «indecentes» no es reconocible (sobre todo para la comodidad y beneplácito de los contratantes).

La prostitución es definida, en términos generales, como «la venta de servicios sexuales a cambio de dinero u otro tipo de retribución. Una persona que ejerce la prostitución recibe el nombre de prostituta o prostituto. Para el caso que esa persona sea mujer también se usa mujer de compañía o coloquialmente puta, palabra que conlleva una fuerte connotación despectiva. La versión masculina, puto u hombre de compañía equivale de forma más formal a la palabra ‘gigoló’ pero se usa más comúnmente en Europa, pues puto se usa en varios países de iberoamérica de forma homófoba para referirse a cualquier homosexual, no necesariamente a quien presta sus servicios a cambio de dinero.» (Ver Prostitución en Wikipedia)

Si fuéramos literales con lo anterior, muchas relaciones humanas que se establecen en las sociedades actuales están prostituidas (como bien lo son ciertos tipos de matrimonio heterosexual); pero hoy sólo se le reconoce como prostituta a aquella persona que, durante un encuentro específico, intercambia una cantidad de sexo por una cantidad de dinero (o tarifa). Así, una prostituta o un prostituto es aquella persona a la que se le contrata en la calle, telefónicamente, vía Internet o en un antro, se le lleva a un sitio para tener sexo y se le paga por ello. En la era de las comunicaciones, las vías y posibilidades de contratación de este servicio se han multiplicado.

No nos detendremos aquí a analizar el papel incluso sagrado que tiene la prostitución en ciertas culturas o los ritos de iniciación al sexo que, en muchas sociedades latinas, llevan a cabo los padres con sus hijos varones en los prostíbulos. Tampoco buscaremos los motivos por los cuales una persona decide voluntariamente o se ve forzada a dedicarse a esta actividad, o por qué -a final de cuentas- hay quienes la utilizan a pesar de su apreciación de que es algo intrínseca o socialmente malo (a veces pareciera demasiado obvio). Este artículo simplemente busca retratar un fenómeno social -el de la prostitución-, situándole para ello en un grupo social específico (el colectivo gay de la Ciudad de México) y de cuyas observaciones pudiéramos derivar conclusiones aplicables a la generalidad.

 Finalmente, los varones con preferencias homosexuales contaban ya con un servicio semejante al que, para esos años, tenían a su disposición muchos hombres heterosexuales que contrataban fácil y rápidamente a chicas prostitutas que se anunciaban en las revistas pornográficas. También en aquellos días, en los años setenta, surgieron verdaderos paraísos de la prostitución (tanto masculina como femenina) en países asiáticos; el principal ejemplo es Tailandia, cuya capital -Bangkok- montó una verdadera industria de la prostitución para los visitantes extranjeros y que, años más tarde, le llevaría a ser la región más golpeada por el VIH en aquel continente.  Así pues, el acceso a la prostitución fue entendido como parte de esa libertad que el movimiento gay comenzó a ganar.

– Prostitución gay en la Ciudad de México.-

Si hacemos una investigación hemerográfica sobre el fenómeno de la prostitución masculina en México, encontraremos referencias aisladas sobre personajes intrépidos y poco frecuentes en el panorama urbano del país. El conocido diario de la nota roja, el Alarma, refería ocasionalmente crímenes en los que estaban envueltos «lilos» o «mujercitos», algunas veces dedicados a la prostitución. Sin embargo, no parece haber una clara línea fenomenológica que nos indique a la prostitución masculina como una actividad visible en el México del siglo XX.  Si la existía -lo que es seguro-, ésta se daba de manera muy marginal y en una clandestinidad a la que muy pocos tendrían acceso, ya sea por su carácter exclusivo o debido a su sordidez inaudita. Lo que sí es un hecho, es que no existe en la «historia rosa» de México ningún personaje destacado por ser un prostituto homosexual (sino, quizás, hasta Adonis García, «El Vampiro de la Colonia Roma«, o -más recientemente- Viktor «el Ruso», como lo asegura Lara Ripoll en un interesante artículo sobre prostitución masculina publicado en La Jornada, en el año 2002. Aunque quizás habría que considerar a Alfredo Cervantes Landa, sexoservidor que saltó a la fama en el 2007 por haber atacado cobardemente y lesionado al conductor de televisión Fabián Lavalle); y sí, en cambio, hay decenas de historias de mujeres de la vida galante que posicionan a la prostitución femenina en un sitio específico y hasta relevante de nuestra historia (y de ello da amplio testimonio el cine y la música vernácula mexicana).

No es sino hasta la década de lo setenta cuando, gracias a las denuncias públicas de la extorsión policíaca en las calles de la Ciudad de México, el fenómeno de la prostitución gay comienza a adquirir cierta visibilidad a los ojos del resto de la sociedad.

 

 

Los vacíos y la ambigüedad de las leyes al respecto en el Distrito Federal, permitieron durante muchos años incontables abusos por parte de la policía en contra de hombres que se dedicaban a la prostitución en la vía pública y, desde luego, también en perjuicio de quienes les contrataban.

La amenaza de hacer saber a sus familias sobre la práctica de la prostitución (ya fuera como vendedor o comprador) y, peor aún, respecto de su homosexualidad, obligaba de inmediato a estas personas a incurrir en una conducta que sí es un crimen perfectamente tipificado (pero poco castigado en México): el soborno de servidores públicos. Ya en años recientes, en la Ciudad de México, una gran cantidad de clientes de la prostitución gay han venido siendo víctimas del crimen organizado y de una perversa alianza entre prostitutos y policías.

Sucede que el cliente sube a su auto a un chico «sexoservidor» (eufemismo de prostituto) y, una o dos cuadras adelante, son detenidos por una patrulla de la policía capitalina para recibir amenazas y extorsiones; los policías simulan llevarse al prostituto a la delegación, pero en realidad se reparten el producto de la extorsión al cliente y, desde luego, repiten la acción una y otra vez más. Jugoso negocio, ¿no?

 

 

Existen infinidad de relatos de personas que han sido extorsionadas, violadas, golpeadas y hasta encarceladas por prostituirse en la vía pública o, también, por contratar a estos chicos. Una referencia muy valiosa de esta práctica en los años setenta es el famoso libro del escritor gay guerrerense Luís Zapata, El Vampiro de la Colonia Roma, que relata algunos pasajes novelados de la vida de Adonis García, un famoso prostituto del Distrito Federal al que, efectivamente, se le veía caminar en la búsqueda de clientes -mostrando bajo su pantalón un miembro escandalosamente grande- allá por las calles de Aguascalientes e Insurgentes (donde está una tienda Sanborn´s), en la colonia Roma; todavía a principios de los años ochenta, Adonis andaba activo en el negocio y, como muchos otros «chichifos«, cotidianamente enfrentaba los abusos de policías que encontraban en este mercado carnal una enorme oportunidad para hacerse de ingresos adicionales fáciles.

 

 

Durante los años setenta y gran parte de los ochenta, la prostitución gay en la Ciudad de México se situó en la famosísima «Esquina Mágica», ubicada en la intersección de la Avenida de los Insurgentes y la Avenida Baja California, en la colonia Roma, justamente afuera del Cine de las Américas. Por mucho tiempo, fue el sitio favorito de clientes gays de todas las edades y con cierto poder adquisitivo y, desde luego, el de chicos con apariencia varonil dedicados a la venta de placer. Decían los bien informados que se le dio este nombre a la prodigiosa esquina porque, cuando uno conducía por ahí de noche o en la madrugada, se veía a uno o dos chicos parados y aparentemente esperando al transporte público (muy escaso o prácticamente nulo a esas horas); pero, al volver a pasar por ahí a los pocos minutos, los más guapos ya habían desaparecido como por «arte de magia». Ya durante la segunda mitad de la década de los ochenta el lugar se transformó y comenzó a ser frecuentado por «vestidas» (travestís callejeros), que atraían a otro tipo de clientes, más violentos y poco identificados con el gay común. Después, con la apertura de una estación del metro y con la invasión de los puestos de vendedores ambulantes, la «Esquina Mágica» pereció definitivamente.

También sobre la Avenida de los Insurgentes, pero en su intersección con la Avenida Félix Cuevas, en Mixcoac, se ejerció la prostitución gay por más de una década. Comenzó como un punto de encuentros casuales, de ligues callejeros, porque a escasos 100 metros de ahí fueron abiertos un par de antros (el L´Barón y El Vaquero) que -a diferencia del mejor bar de la Zona Rosa, El Nueve– cerraban sus puertas hasta el amanecer. La movida esquina cayó por su propio peso a mediados de los años noventa, pues la paulatina y descarada complicidad entre los prostitutos y las patrullas de la policía terminaron por ahuyentar a los muy numerosos clientes.

Algunos otros frecuentaban la prostitución en la Alameda Central y en el monumento a José Martí, en el Centro Histórico de la ciudad; ahí se podía encontrar a jóvenes militares que salían francos (en su día de descanso) o a chicos proletarios que -en ambos casos- habían encontrado en la prostitución un ingreso monetario adicional. Indudablemente, a muchos les resultaba muy atractivo este tipo de chicos, nada parecidos a los sofisticados jovencitos gays a los que se veía en la Zona Rosa o en los antros. También, afuera del restaurante Sanborn´s del Ángel y en las calles aledañas a la Embajada Norteamericana y al Hotel Sheraton, a un lado de la Columna de la Independencia, en la acera lateral del Paseo de la Reforma, fueron sitios muy socorridos por todo tipo de prostitutos gays (incluso «vestidas») y por clientes ansiosos de sexo ocasional.

Con el tiempo, a estas calles también llegaron las extorsiones policíacas y los asaltos orquestados por el crimen organizado, lo que hizo que clientes y muchos vendedores de sexo emigraran a unas cuadras más hacia el poniente del Paseo de la Reforma, allá por los alrededores del edificio que alberga las oficinas centrales del Instituto Mexicano del Seguro Social, entre las calles de Hamburgo, Lieja y Florencia. Actualmente y ya desde hace varios años atrás, esta zona de prostitución gay experimenta el mismo fenómeno que se ha repetido desde los años setenta en las calles de la ciudad: abusos y extorsiones por parte de las fuerzas policíacas en contra de  los prostitutos y de sus clientes, primero,  y, posteriormente, el establecimiento de vínculos de complicidad entre algunos prostitutos y los policías corruptos en afectación directa o en contra de los clientes.

Si bien ha habido esfuerzos aislados de personas u organizaciones por denunciar estos hechos y pretendidamente buscar defender a los sexoservidores de estas zonas de la ciudad, lo cierto es que no lo han hecho como un trabajo socialmente comprometido y que, en última instancia, sólo han buscado cooptar a estos chicos para constituir provechosos negocios (agencias de sexoservicio), como la llamada «Sexy-Clean» (chicos rentados como sirvientes domésticos y sexuales) o la que existió durante algún tiempo en el Hotel Ámbar (en la calle de Pino Suárez) y, después, en el portal Web de un magazine gay. Al parecer, el único tipo de «Unión» que está teniendo resultados en la defensa de los sexoservidores, tanto heterosexuales como gays, es aquella que surge de los mismos actores de la prostitución y en la que no existe la intermediación de tramposos oportunistas o pretendidos líderes sociales.

 

– Prostitución gay «indoors».-

Con el avance y profundización de la crisis económica en el país, la práctica de subir al auto a cualquier desconocido en la calle se volvió algo altamente riesgoso para los gays de las clases medias y altas. Se comenzó a escuchar -cada vez con más frecuencia- sobre asaltos, golpizas y hasta asesinatos en contra de personas conocidas y por parte de supuestos ligues callejeros. La prostitución en la vía pública se transformó en una actividad verdaderamente peligrosa tanto para los vendedores como para los compradores de sexo; en consecuencia, quienes no querían correr riesgos innecesarios, pero gozaban enormemente de contratar sexoservidores, emigraron a otros espacios donde la prostitución gay sí daba garantías de seguridad para ambos: las agencias de sexoservicio (había quienes bromeaban por la creciente inseguridad en la ciudad y decían que: «los taxis, de sitio; y los chichifos, de agencia«).

Quizás la primer agencia de prostitución gay de la que tengamos memoria en la Ciudad de México, fue aquella que era propiedad del famoso drag-queen conocido como «la Xóchitl», allá a finales de los años setenta; sin embargo, ese discreto edificio de la colonia Verónica Anzures en realidad era un burdel de mujeres prostitutas y sólo excepcionalmente su dueño -Gustavo- hacía muy discretos negocios con algunos de sus clientes (políticos del régimen lopezportillista) proporcionándoles los servicios de sus guapos escoltas (como los famosos gemelos rubios o el moreno de cejas pobladas Salvador) o de despampanantes travestís traídos desde el Puerto de  Veracruz o de Jalisco.

Sin embargo, las referencias que tenemos de una agencia dedicada exclusivamente al servicio de varones homosexuales se remontan hasta mediados de los años ochenta, donde un personaje de nombre «Dante» se anunciaba en los avisos de ocasión de las nacientes revistas gays de la ciudad (como el Macho-Tips o el Hermes) ofreciendo abiertamente servicios de prostitución (o «acompañamiento»). La mecánica era simple: le llamabas por teléfono, te describía al o a los chicos disponibles, establecía la tarifa y te pedía tu número telefónico para confirmar el trato; a los pocos minutos te regresaba la llamada, pedía la dirección del encuentro y te enviaba al chico a la hora acordada. Cogías, pagabas y se iba. Usualmente, la comisión que el dueño de la agencia (o «lenón») acordaba con el prostituto, iba entre el 40 y el 50% de la tarifa cobrada al cliente. Como es lógico, muchos de estos chicos establecían contacto directo con el cliente para no tener que compartir comisiones con el intermediario; más adelante, a mediados de los años noventa y saliendo de la clandestinidad, surgirían prostitutos dueños de su propia empresa, de su propio nombre (Viktor «El Ruso», Shelton, Martel y otros) y -más importante- con su propia cartera de clientes.

 

 

Poco a poco, y apoyados por una naciente industria editorial gay, a lo largo de los años noventa fueron surgiendo nuevas agencias de prostitutos (ahora llamados eufemísticamente acompañantes -o escorts-, sexoservidores o masajistas). Sin embargo, éstas comenzaron a decaer y a desaparecer ante la llegada a México de dos importantes avances tecnológicos: el teléfono celular y la Internet.

El teléfono celular le dio la posibilidad a los sexoservidores de hablar con sus clientes en cualquier lugar y a cualquier hora, pero -sobre todo- de olvidarse por completo de la intermediación y el pago de comisiones a un lenón o a una agencia. Nuevamente apoyados por los editores de revistas gays, pero también de otras publicaciones impresas (como la sección de «masajistas» de Tiempo Libre), comenzaron a verse anuncios individuales de chicos ofertando sus servicios y con su número de teléfono celular para contactarles directamente. Por su parte, la Internet ha significado también una transformación sustancial en lo referente a la prostitución (heterosexual y gay), ya que ha propiciado nuevas y diferentes vías de comunicación entre los vendedores y los compradores del servicio. Actualmente, si quieres contratar a un prostituto, sólo tienes que salir a la calle para comprar los condones; al chico lo consigues desde la comodidad de tu hogar. Así de simple.

Por su parte, existen dos modalidades para acceder a servicios de escorts (como actualmente está de moda llamarle a los sexoservidores) utilizando la Internet: consultar la sección correspondiente en los principales portales gays del país o la localidad de que se trate, y ver ahí la oferta disponible; o acceder directamente al book o portafolio virtual de un chico determinado. En cualquier caso, ambas partes, el cliente y el prestador del servicio, cuentan hoy con mayores garantías y disminuyen el riesgo de que la transacción traiga consigo sorpresas inesperadas. Como es lógico, estos avances tecnológicos -el teléfono celular y la Internet- trajeron consigo enormes beneficios económicos para los sexoservidores, pero también para los clientes que ahora sacaban de la negociación a ese incómodo tercer actor de la prostitución callejera: la policía corrupta.

– Prostitución y legalidad.-

En México, han surgido diversas iniciativas locales para legislar sobre la actividad de la prostitución, quizás debido a las crecientes denuncias de corrupción y violencia policíaca en contra de quienes la ejercen, o tal vez para regular un mercado en el que fluyen cuantiosos recursos económicos. Lo que sí es un hecho innegable, es que -como en muchos ámbitos de la actividad social- es necesario configurar con precisión, reconocer y dar certeza jurídica a una realidad por demás vigente y actuante.

Cálculos conservadores de los diputados de la fracción del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en el Distrito Federal, indican que alrededor de 40 mil personas ejercen la prostitución sólo en esta ciudad; las premisas fundamentales de la iniciativa -presentada por Juan Bustos, presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa- radican en “reconocer la dignidad de las personas que realizan el servicio de sexo” y establecer la “obligación del Estado, que debe atender y brindarles toda la asistencia social a la que tenemos derechos todos».  El primer paso del proyecto de Bustos sería la anulación del artículo de la Ley de Cultura Cívica del Distrito Federal que considera una “infracción contra la tranquilidad de las personas invitar a la prostitución o ejercerla, así como solicitar dicho servicio” y que fija sanciones económicas para su práctica.

Sin duda, legislar en la materia sería un gran avance para dar seguridad no sólo a los miles de mujeres y hombres que, por uno u otro motivo, ejercen la prostitución en la Ciudad de México; sino, también, significaría erradicar la enorme corrupción policíaca y judicial que -hoy por hoy- vive de la ilegalidad, la indefinición o la ambigüedad jurídica de esta actividad.

 

 

El día que sea reconocido el fenómeno de la prostitución como un componente socialmente funcional (y hasta necesario), entendiéndole sin la contaminación de visiones conservadoras y retrógradas de supuesta moral y  ética, será cuando como sociedad demos un paso hacia adelante en la consolidación de garantías para respetar los derechos humanos y ciudadanos de miles de personas trabajadoras del sexo. Más aún, dicho reconocimiento dará paso a la consolidación, legalización y regulación de un mercado que puede aportar incontables beneficios a la sociedad en su conjunto a través no sólo del pago de contribuciones y/o impuestos públicos, sino mediante el derribo de tabúes inútiles que sólo han escamoteado información vital para comprender a la sexualidad humana en plenitud. También, la naciente industria mexicana de la pornografía, por ejemplo, prosperaría y saldría de la clandestinidad que hoy le oprime y le hace sucumbir ante la aplastante competencia del mercado norteamericano; con reglas claras los beneficios alcanzarían a muchos. En fin, es incuestionable que son mayores los beneficios a los perjuicios que traería consigo el legislar sobre una actividad que -a final de cuentas- existe y se realiza a pesar de cualquiera y de todos.

 

 

– Prostitución homosexual en el mundo.-

El sentido social de la prostitución masculina -y quizás también de la femenina- conserva hasta mediados del siglo XX un velo de misticismo que, incluso, le justifica y le engrandece (pues es intrínsecamente subversiva y, como tal, tiene un vínculo indisoluble con el progreso y con la libertad). En México, el famoso compositor e intérprete naturalizado veracruzano, Agustín Lara, es quizás el ejemplo más destacado de esa valoración casi sacra, dramática y hasta con causa social, que se hizo de la prostitución femenina a mediados del siglo pasado.

Sin embargo, cuando en la década de los años setenta sobreviene la Revolución Sexual y los movimientos de liberación gay (principalmente en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos de Norteamérica), la prostitución homosexual adquiere dimensiones hasta esos días impensables y un carácter más abierto, mucho más vinculado al intercambio capitalista y a la economía de mercado. Así, la actividad es arrancada de la clandestinidad y es llevada a los vistosos aparadores donde se exhiben los productos más exquisitos que despiertan el apetito de los ansiosos consumidores. En las principales ciudades de la Unión Americana -como Los Ángeles, Nueva York, San Francisco, Houston o Miami- y en algunas capitales europeas, comenzó a ser común la publicación de «guías gay» para dar a conocer los sitios de reunión de la comunidad homosexual local, pero también empezaron a publicarse ahí llamativos anuncios de agencias de «hustlers» (o prostitutos gays).

Opinion de Jvan24

17 respuestas to “Prostitucion Gay una Realidad en Mexico”

  1. roberto Says:

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