Hasta Rayar
Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta rayar el alba.

Enterrando nuestra carga

Bien, pues esta es la historia. No es de las más conocidas, no es de extrañar! Uno puede hacerse cargo porque esta escabrosa historia no se presta a reclamo publicitario alguno. Una historia de pasión desenfrenada y de disparatado amor, de discursos indulgentes y de revancha morbosa indecente.

La historia de la deshonra de Dina o si queréis, la historia de la deshonrosa venganza por la deshonra de Dina.

Yo no sé realmente donde arranca el conflicto de las naciones con Israel, pero mucho antes de la noche de los “cristales rotos” existió un día que dejó traslucir como un inaugural pacto se hacía añicos, en el día en que los hijos de Israel aplicaron la “Solución Final” para los habitantes de Siquem.

Siquem, hoy la actual Nablús, la ciudad más importante en Cisjordania, dicen que es un enjambre de insurgentes con sed de venganza.

Si en algún sitio queda manifiesto es en esta historia: V de Vendetta, no debería llevar la misma V de Victoria.

Porque tras la violación y la violencia, todavía hoy seguimos teniendo violaciones de derechos humanos y una escalada de violencia incesante: terrorismo y asesinatos selectivos, asentamientos y campos de refugiados, incursiones suicidas y represalias. En definitiva, pactos rotos y política de hechos consumados. De cananeos a palestinos, los pueblos han ido sucediéndose: Israel no.

Yo me pregunto si en el epicentro de esta espiral de violencia que ha llegado como un huracán a nuestros días, pueda encontrarse esta historia, con un pueblo que sigue siendo tan odiado y misteriosamente bendecido.

Esos hermanos ya no toman la espada rebanando cabelleras, pero con los mandos de sus helicópteros Apache siguen asestando golpes mortíferos a prójimos del suicida inmolado. Mártires que en su ignorancia anhelaron ser príncipes en el paraíso tratando de ganar para sí un séquito de vírgenes más sumisas que Dina. Mártires que montan su sanguinaria fiesta haciendo saltar por los aires la dignidad de esta hermana mientras tomaba plácidamente el postre en la pizzería más fashion de Jerusalén. Mártires originarios de Nablús.

Pero no empecemos por el postre sino por el entrante. ¿Qué sabemos acerca de Dina?

No demasiado. Era hija de Jacob y de Lea, como Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón. Fue además la única hija que tuvo Jacob, y la penúltima entre sus 12 hermanos (el menor era José ya que todavía estaba por venir Benjamín). Lo siguiente que sabemos es lo que hemos leído en el v.1:

¿Qué puede significar salir a ver las hijas del país?

El historiador Flavio Josefo sugiere a principios de nuestra era que Dina iba de fiesta, y no pocos comentaristas lo secundan. Aunque no hay base para tal conjetura, sé que muchos, yo entre ellos, podemos llegar a pensar que la actuación de Dina es, cuando menos, poco sensata.

Pero no hace falta volver a la pizzería para preguntarnos si aquella joven estaba en el lugar equivocado en el momento inoportuno ya que ante tal pregunta podríamos frivolizar y decir que pecaría ella o quizás sus padres o hermanos, porque nada resulta más extraño que decir que fue para que se manifestase la voluntad de Dios.

Cabe resaltar que el texto no imputa a Dina responsabilidad alguna sobre lo ocurrido, pero sí condena entera y taxativamente al príncipe Siquem por su acción perpetrada (v.7) así como después el lamento de Jacob por la reacción de sus hijos. (v.30)

¿Toma Dina riesgos innecesarios saliendo?

Es posible. Pero también salieron Abraham y Sara a tierras sin temor de Dios y llenas de vanidad porque había hambre en la tierra. Pero Dina no pasaba hambre, aunque no solía comer pizza ya que su padre era el principal ganadero de la región.

También sabemos, por lo pronto, que Dina no participaba con sus hermanos en las actividades en el campo cuando fue a ver mundo, quiero decir, a ver a las hijas del país.

Ello no debería de preocuparnos tanto como la posibilidad de que Dina no se sintiera valiosa entre sus hermanos, y con complejo, quizás, de mujer florero, llegó a exhibirlo donde más lo apreciasen. Cuando al florero le roban su flor, expresado de la forma más cursi, los burdos hermanos toman un interés inusitado por Dina, y en lugar de pasar por la floristería, brotan de ellos planes siniestros introduciendo la rosa de la circuncisión para todos los hombres de Siquem.

Ellos podían estar seguros de no equivocarse pero nada resulta más arriesgado que creerse los intérpretes de la justicia divina. “Es la fuente de todos los iluminismos, de las intolerancias más brutales, de los proselitismos y de los fanatismos.” (P. Tournier)

De Simeón y de Leví que nadie diga que estos hermanos actuaron por amor a Dina. ¿Fue la misma clase de amor que la que tuvieron por el hermano menor de Dina, José, en la que tiempo después Jacob enviándolo, precisamente a Siquem, donde debían estar el resto de sus hermanos apacentando ovejas, y éstos al verle, trazan un plan para matarlo porque es un soñador y lleva puesto una odiosa túnica de colores? Un atuendo bastante femenino por cierto. Al final el plan no prospera y venden a José como esclavo, y acaban tiñendo la túnica con la sangre de un cabrito degollado con el propósito de engañar a su padre para hacerle creer que José había sido devorado por las bestias. Sí no llega a ser por Rubén y Judá, de buen seguro, que hubiera sido así, por Simeón y Leví como mínimo. Su celo no tiene justificación y su ardor no debería entrar en la casa de Dios.

Ciertamente, cuando Jacob, en su lecho de muerte, profetizó sobre sus hijos, ellos dos no obtuvieron la bendición que la indignación de estos dos hermanos parecía merecer: (Gen 49:5-7)

5 »Simeón y Leví son chacales; sus espadas son instrumentos de violencia.
6 ¡No quiero participar de sus reuniones, ni arriesgar mi honor en sus asambleas!
En su furor mataron *hombres, y por capricho mutilaron toros.
7 ¡Malditas sean la violencia de su enojo y la crueldad de su furor!
Los dispersaré en el país de Jacob, los desparramaré en la tierra de Israel.

Efectivamente la historia cuenta como estos dos hermanos no heredaron la tierra, los hijos de Leví se confinaron en ciudades de refugio por todo el pueblo de Israel como presuntos sacerdotes.

Los hijos de Simeón también fueron esparcidos y solo Judá pudo acogerlos por pura misericordia.

El pueblo de Dios todavía los soporta, a ellos y a su celo religioso.

¿Y que debería hacer el pueblo de Dios ante casos como los de Dina?

Hay una escena, la escena final de la película “Algunos Hombres Buenos”, que para mí ilustra la auténtica honra. La película trata del caso de dos marines acusados del homicidio del soldado William Santiago por aplicarle un código rojo. (Ésto es, una orden recibida en su base de Guantánamo para aleccionarle, pero él tiene una extraña alergia y acaba muriendo). Los marines hicieron solo lo que se hacía habitualmente en Guantánamo, aunque ello no quiere decir que obraran justamente.

Al final, los marines acusados se libran de la carcel gracias a una magnífica actuación de su abogado, el teniente Cathy (interpretado por Tom Cruise), pero les van a licenciar con deshonor por lo ocurrido y al salir del juicio el teniente Cathy le dice a uno de los dos marines, al cabo interino Harold Dawson, diciendo: Harold…
A lo que responde el Cabo Interino Dawson: – Señor.
Y mirándole fijamente el T.C. y sabiendo que es el último día que llevará puesto el uniforeme le dice: – El honor es mas que una pegatina en el brazo.

Es curioso que hasta ese momento el C.I.D. no había respetado a su abogado, pese a que también tenía más graduación que él. Supongo que si Leví y Simeón, en lugar de blandir la espada, hubieran dicho a Dina lo equivalente a: “El honor es mas que una pegatina en el brazo”. Dina, de bien seguro, hubiera recocido también el honor de sus hermanos más nítidamente que por su matanza indiscriminada y encolerizada.

Al final el Cabo Interino Dawson se cuadra y exclama: –¡Firmes! Hay un oficial en la sala.

Bien es cierto que vivimos tiempos en los que esta clase de honor se ha banalizado.

Así muchos viven enteramente para satisfacer sus instintos. Como algunos jóvenes, que en medio de un ruido ensordecedor, para satisfacer sus instintos, entre ellos su instinto sexual y su instinto de violencia, golpean fuerte y de este modo obtienen lo que desean. Llegará un tiempo en que estos jóvenes se desencantan de estos instintos porque no pueden llenar el vacío existencial que sólo Dios satisface. (P. Tournier)

Pero hay más, porque todavía hay que buscar ser príncipes íntegros del lugar donde Dios prometió la tierra a Abraham, en Siquem por cierto, más que contentarse en ser príncipes deshonrosos de nuestros pensamientos.

Porque sino Siquem seguirá representando lo que se prometió pero no se recibió, propio de una etapa que no ha llegado a cumplirse sino que se prolonga bajo un horizonte sombrío. En ningún otro sitio, sino en Siquem, debe despertar el temor, y no apretar el acelerador mirando impasible los relámpagos de alrededor. No digas que su clamor de justicia no te hace estremecer y no renuncies a percibir la realidad de su fulgor, declinando la advertencia de su estrépito. Si su tenebroso aspecto no te impresiona es porque tu exiguo saber conviene que después de la tormenta viene la calma..

Ciertamente Dina pasó por una tormenta bochornosa debido al calentón de su alteza consentida. Cabría esperar que después de su embestida ella buscara refugio en quienes debían haberla protegido. Como no sucedió así se supone que quedó secuestrada, pero yo tengo mis dudas, ya que el v.17 y v.26 pueden interpretarse de ambas maneras. El texto nos dice que Siquem le habla al corazón. Es difícil creer que alguien hable al corazón a su amada teniéndola recluida bajo custodia. Hay además otros 2 indicios que me hacen sospechar que quizás no fuera un rapto:

1) Siquem y su padre Hamor van a pedir la mano a Jacob y están dispuestos incluso a circuncidarse para formalizarlo. ¿Tiene sentido presentarse en casa de Jacob teniéndola encerrada?

2) ¿Cómo se enteran realmente Jacob y sus hijos de lo sucedido si Dina estaba incomunicada?

Entonces: ¿Qué razón habría tenido Dina por la que teniendo posibilidad de volver a su casa no lo hiciera?

Los Evamgelios cuentan la historia de una mujer que lavaba los pies de Jesús en casa de Simón el fariseo. Nadie dijo nada a la mujer, pero el fariseo decía para sí y cito textualmente “Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora”.

No hace falta decir más, si todos somos capaces de asumir porque Dina podría haber decidido permanecer en Siquem es porque todos somos capaces de saludar sustentando la deshonra. No hace falta distinguir a un violador de mucha o poca monta para creernos defensores de la causa fraternal.

Ya que, como dice P. Tournier. Cada uno tiene su razón en un conflicto, al menos buenas razones desde su punto de vista, por lo cual es imposible arbitrar con justicia. Que la propia agresividad siempre parece a uno legítima y la de los otros culpable. La violencia de los demás la vemos siempre colosal, escandalosa; la nuestra, en cambio, la vemos insignificante. La violencia que leemos en los periódicos o vemos en TV es la de los enemigos, la de los terroristas y criminales, la de los opositores, pero jamás la nuestra. Pero lo que descubro cuando oro y leo la Biblia es que los justos no están a un lado y los pecadores del otro, así como tampoco los pacíficos y violentos están divididos con un buen criterio para distinguirlos, sino que la violencia está en el corazón de todos los hombres.

El hombre es en efecto un ser de violencia y de pecado, y Jesús lo demuestra: “No hay justo ni aún uno”. Lo que Jesús impugna aquí son las hábiles distinciones que los hombres hacen entre los grados de violencia para jactarse de ser inocentes y juzgar a los otros culpables. Todos son violentos. No se puede vivir sin enfadarse, sin dar sombra a otro, sin experimentar agresividad y hostilidad hacia aquellos que nos colocan obstáculos. Como no se puede vivir sin ser orgulloso, sin mentir, sin alimentar deseos impuros, sin ser celoso y egoísta, sin falta de amor, en resumen, sin pecar. Entonces, la pretensión del moralismo de vivir sin pecar no es más que un engaño en sí mismo, una vanidosa utopía que siembra en el corazón de los fieles un miedo obsesivo y enfermizo a pecar.

Tal es el mensaje bíblico: “No hay un solo justo”. No hay dos campos, el de los violentos y el de los no violentos, por mayores que sean los esfuerzos que hacen estos últimos para esconder su violencia. Pero si Jesús pone a todos los hombres en el mismo campo, no es para condenarlos a todos, sino, por el contrario, para otorgarles a todos la gracia divina.

Es necesario decir que Jesús advirtió los dos casos, uno al lado del otro, en el sermón del monte: al moralista que condena el sexo fuera del matrimonio le viene a decir: “Tú también eres adúltero, pues codicias a la mujer que no es tuya” y al que se jacta de no violento le viene a decir: “cualquiera que se enoje contra su hermano responderá ante el tribunal”. Pero Jesús, recibe a los hombres no por sus virtudes sino por sus debilidades. El Evangelio perdona a aquellos que se reconocen culpables, mientras que por el contrario despierta la conciencia de ser culpables en aquellos que se jactan de no serlo.

Todos llevamos algo de Siquem, algo de Simeón y Leví y algo de Dina dentro.

Es por esto que esta historia no acaba como lo hace el cap. 34, no debería hacerlo. Y Jacob, que en todo ese cap. aparece reservado y abatido, reaparece ante el nuevo y vivo llamado de Dios hacia su pueblo. Gn 35:1-5

1Dijo Dios a Jacob: «Levántate, sube a Bet-el y quédate allí; y haz allí un altar al Dios que se te apareció cuando huías de tu hermano Esaú». 2Entonces Jacob dijo a su familia y a todos los que con él estaban:

—Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, limpiaos y mudad vuestros vestidos. 3Levantémonos y subamos a Bet-el, pues y allí haré un altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia y que ha estado conmigo en el camino que he andado.

4Ellos entregaron a Jacob todos los dioses ajenos que tenían en su poder y los zarcillos que llevaban en sus orejas, y Jacob los escondió debajo de una encina que había junto a Siquem. 5Cuando salieron, el terror de Dios cayó sobre las ciudades de sus alrededores, y no persiguieron a los hijos de Jacob.

Sería bueno que cuando mirásemos a Siquem, en lugar de recordar las deshonras de antaño pudiéramos constatar como fuimos liberados enterrando nuestra carga debajo de una encina junto a Siquem. A ello hemos sido invitados.

Pasaron muchos años, y en la región de Siquem, precisamente una mujer con desorden matrimonialle preguntó a Jesús una cuestión controvertida de la época, ya que el tema de la discordia era el lugar en que se debía adorar (si Jerusalén o Garizim). Podría Jesús haber citado algún versículo indescifrable, sin embargo respondió a la mujer samaritana: Mas la hora viene y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4:23)

No hay respuestas to “Enterrando nuestra carga”

Deja un comentario