Domino’s Pizza de Gijón es una tienda que hace esquina en una transitada zona del barrio de la Arena. Sus vestuarios, donde se cambian de ropa los repartidores y las repartidoras, reciben el nombre tradicional de «Cuarto de los Ratones». Se trata de un cuarto sin baldosas, con el suelo irregular, donde los cables eléctricos y la poca luz cuelgan a una altura de un metro setenta y cinco. Por él pasa una tubería de aire sujetada al techo por dos hierros desnudos que la sostienen a una altura de un metro cincuenta. Para no tajarse el cráneo hay que ser muy bajo.
Y para transitar por este cuarto sin inmutarse hay que ser muy guarro. La explicación es la siguiente: al hallarse por debajo del nivel de la alcantarilla, existe una bomba trituradora que eleva el orín y las heces al papel higiénico desde los váteres al alcantarillado; cuando ésta es insuficiente para tantas heces (a más pizzas, más heces), todo el sótano se inunda de una culinaria agua que también entra por las taquillas inferiores del pasillo. Sí, es una fosa séptica en medio del barrio de moda gijonés.
No queremos soltar dinero para una bomba más potente. Tampoco pensamos cambiar los cajones de reparto y las taquillas de sitio, tal como hicimos años ha, colocándolas en el almacén en vez de en el Cuarto. Éste nos gusta así, con las cazadoras de los repartidores colgando de una barra que parece pueda caerse en cualquier momento al suelo gris negruzco.
Resumiendo sobre el sótano y nuestro bonito Cuarto: si eres chica y repartidora te tocará cambiarte en el mismo sitio guarro que los chicos; y si eres persona de estatura media alta puedes impactar con los hierros, los cables eléctricos o los marcos de las puertas. Vamos, que para circular por abajo hay que encorvarse noventa grados (sí, sí: agacha el culo). Por algo nos llamamos Domino’s.
Nosotros tenemos clases sociales. Encima está el equipo de gerencia, al cual la empresa le proporciona un bonito uniforme completo; debajo los repartidores, cocineras y telefonistas, que han de pagarse un pantalón de otro color. Además, estos últimos recibirán sólo una de las dos cazadoras a las que tienen derecho al año (habrá de durarles toda su vida laboral). Lo mismo les exigimos con la gorra que les damos. Por cierto que ésta da lugar a un divertido juego colectivo: el que la extravíe recibe una dura humillación pública y un castigo de varios cierres consecutivos. La gracia está en que todo el mundo la extravía tarde o temprano.
En el lugar de trabajo, el suelo es muy distinto al suelo del Cuarto de los Ratones: en vez de ser rugoso, gris, apestoso, tiene bonitas baldosas que se fregan una o dos veces al día. En ellas los trabajadores podrían resbalar, pero eso no es un problema de la empresa, nosotros no tenemos obligación de entregarles calzado antideslizante. «¿Calzado antideslizante? ¿Qué tontería es esa?», pensarán esos trabajadores que nunca han oído del informe de Evaluación de Riesgos Laborales de su puesto de trabajo, y que sigan pensando así porque nunca lo oirán ni lo verán.
Con el paso de los años (si duras), en Domino’s se te olvidan muchas cosas. No sólo hablamos de las humillaciones (mejor olvídalas, o te hacemos acoso laboral), también de los muchos cursillos y manuales de procedimiento interno que te hacemos firmar sin entregarte copia.
¿Copias de qué? ¿Para qué quieres tú copia de eso? Ni de eso ni del convenio colectivo en el tablón sindical; no tenemos ni copia ni tablón. ¿Para qué preocuparte por tus deberes y derechos?, ya te los indicamos nosotros. Y sindicatos, ¿para qué? Aquí los unicos sindicalistas guais son los que nos firmaron nuestro estupendo convenio colectivo.
Sí: «estupendo convenio». Con éste, obligamos al trabajador de una tienda de pizzas a convertirse en trabajador publicitario en el Muro de Gijón, por la playa de San Lorenzo, o por las isletas y medianas de las calles. Hasta conseguimos que hagan el capote con el cartel, publicitando la mejor oferta de pizzas del mundo. Y ningún conductor tiene derecho alguno a molestarse por este inaudito comportamiento taurino en la vía pública, porque en nuestro convenio figuran retratados nuestros trabajadores como chicos para todo. La única que no vale para este digno trabajo es nuestra gerente de la tienda de Gijón: ella sólo vale para planificarlo. Y lo mejor de todo esto es que los grabamos en vídeo y nos reímos un montón después de colgarlo en YouTube (bueno, ésto ya no está en el convenio).
Si os parece que dominamos a fondo a nuestros trabajadores de la tienda de Gijón, no penséis que ha sido tan fácil. Escogemos los más dóciles y jóvenes, y también a los más sanos; pero una vez nos trajeron uno que vino defectuoso: una diabetes de nada, poca cosa. Cuando nos entregó informes médicos con sus horarios de comidas, le pusimos a trabajar justo en esas horas. El muy osado dejaba el trabajo y se ponía a comer o cenar (se traía su comida de casa en vez de comprarnos una pizza, con lo sanas que son). Le amenazamos con descontarle ese tiempo y con sancionarle, pero él erre que erre (zena que zena). Al final le permitimos comer en su casa y, viviendo lejos, le hacemos venir a toda pastilla a trabajar, si no quiere llegar tarde (pero aún así no pudimos sancionarle por impuntualidad).
Este maldito renegado de la buena comida que nosotros servimos nos venía con la absurda idea de que debíamos sellarle los informes médicos, las nóminas y otros papeles. Nosotros no sellamos nada a nadie porque somos los más chulos del sector. Y para chula nuestra gerente en Gijón, muy chula y muy inteligente. Cuando este repartidor venía con sus exigencias, ella elevaba la voz exigiéndole que la dejara trabajar y calificándole de paso de gilipollas y gilipollas; tenemos nuestros testigos. Por supuesto, en su ausencia ella decía de él cosas mucho más sonoras las cuales, sabiamente mezcladas con medias verdades y dobles mentiras, le daban un aspecto demoniaco a ojos del resto de sus compañeros.
Tan oveja negra consiguió que pareciera, que sus compañeros empezaron a dejar de hablarle. Poco a poco logró arrinconarle en el lugar donde tenemos el lavavajillas. Lo hizo de manera muy inteligente: con las nuevas pizaas se requería un nuevo método de estiramiento de la masa, y eso no se aprende de la noche a la mañana, hay que hacer un cursillo intensivo; a él le dejó estirar cuatro y luego propagó por todos los rincones que lo hacía muy mal y que no podía estirar más. Huelga decir que nunca le apuntaron al cursillo y que, habiendo poco trabajo y siendo él hombre laboriosos, se aburría como un parro castigado en una esquina de la casa.
Y es que pedía muchas cosas. Pedía que los horarios se expusieran con la antelación marcada por el convenio (el miércoles anterior). Pedía que los turnos fueran de las dos horas mínimas marcadas. Pero sus peticiones no sonaban mucho gracias a nuestra gerente, quien hábilmente le neutralizaba hablando y hablando (tiene respuestas para todo).
Este trabajador entrecomillado tuvo la feliz idea de convocar a sus compañeros a una reunión en su sindicato, uno muy malo que no firmó nuestro convenio. Luego explicaremos qué pretendía realmente. El caso es que colocó en un tablón la convocatoria a reunirse en tal fecha y hora, pidiendo a sus compañeros nóminas y contrato para solventar sus dudas. También entregó el papelito en mano. Ni uno ni otro le sirvió de mucho: cuando lo pegaba en el tablón nuestra gerente lo despegaba y cuando hablaba con los demás éstos pasaban de él o le demostraban su aférrima adhesión a nosotros, manifestándole debidamente sentirse heridos en lo más profundo de su alma. Y es que no hay nada como la Dominación, con mayúsculas.
Supimos por terceros de terceros que lo que pretendía con esta estrategia era avisarles de los fraudes que les hacemos con sus nóminas, por ejemplo los siguientes: Les quitamos todos los meses cuarenta y pico euros a cuenta del plus de transporte (que no se quejen, que les dejamos cincuenta). No les pagamos los días festivos que les hacemos trabajar ni les compensamos éstos con más días de descanso. A quienes nos caen bien les concedemos un sábado o domingo de descanso al mes, como marca nuestro convenio. Les quitamos un día de vacaciones al año, planificándoles habilmente éstas con cartelitos de quince por quince (quince días hasta junio y quince desde julio). Les pagamos éstas según las horas de sus contratos y no según la media de horas hechas en los últimos seis meses (nos compensa, pues hace más horas de las que les contratamos). Les quitamos diez céntimos por hora nocturna, porque se hacen muchas y porque no se enteran de nada. A los repartidores no les entregamos ningún informe mensual firmado y sellado con los comprobantes de las direcciones de sus viajes; así, les presionamos para que vayan más rápido (si se matan o les multan, no nos importa: lo fundamental es la satisfacción de nuestros clientes).
Perop ya nos hemos encargado de neutralizar a este subversivo. Fue muy fácil: por no haber jugado al juego de la gorra le redujimos las horas. Podemos hacerlo porque lo dice nuestro convenio. Vale, al cabo de tres meses había de haber trabajado de media las horas de su contrato, pero nos da lo mismo. Con esta medida y gracias a la inestimable ayuda de sus bajas médicas (el pobrecito andaba cojeando), casi conseguimos matarle de hambre. El muy chulo nos demandó por esta razón y ahora pide la rescisión del contrato. Nuestro problema es que esta figura jurídica nos cuesta dinero: ¡se cree que por haber sido acosado tiene derecho moral a marcharse cobrando! No señor, si le acosamos fue para que se marchara con las orejas agachadas. Menos mal que dentro de plantilla tenemos una gerente encargada de poner las cosas en su sitio: no para de humillarle y reñirle, y de aclararle una y otra vez que si no le gustan las normas de la empresa a ésta no le gustan aquellos veteranos a los que ha de pagar más conforme a convenios anteriores y mejores y por tanto ya va siendo hora de marcharse voluntario. Es lo natural y lógico en las pizzerías de la dominación, propiedad del Grupo Zena.
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