domingo, 7 de octubre de 2007

La Quinta de Bolívar, en Bogotá

Foto: JAO
El comedor, que debió lucir majestuoso en aquella época y aún impresiona, fue mandado a construir por el vicepresidente Francisco de Paula Santander. “Colocado entre dos jardines y con grandes ventanas rasgadas, era elegante en forma de una elipse disimulada; tenía pintadas al fresco las cuatro estaciones y otras figuras alegóricas"

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Este pozo de la huerta fue descubierto durante los trabajos de restauración. Allí se encontraron algunos fragmentos de lozas que correspondieron a la época en que la familia de Diego Uribe habitara la quinta, en las últimas décadas del siglo XIX

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Exquisitos detalles de la decoración

Foto: JAO
Se cree que el Libertador hizo los planos del Mirador y baño de asiento. Una especie de jacuzzi, donde podía asearse hasta dos veces diarias con las frías aguas de la quebrada de San Bruno y del río San Francisco. Desde allí tenía una vista privilegiada de la ciudad. Charles Stuart Cochrane, un capitán de la Marina Inglesa, escribió tras visitar la Quinta en 1823: “(...) Ahora se construye sobre una loma una pequeña casa veraniega al estilo chino, con base en un plano dibujado por el mismo Libertador. Hay en el jardín un lugar para bañarse, del que mucha gente hace buen uso ya que esta comodidad falta en Bogotá (...)”

Foto: JAO
Este es el Salón de Manuelita. Ella llegó a la Quinta en 1828, cuando Bolívar se enfrentaba a las adversidades de la fracasada Convención de Ocaña. La presencia de la “amable loca” le imprimió a la quinta un ambiente festivo y resuelto, bien propio de su carácter. “Apenas basta una inmensa distancia. Te veo, aunque lejos de ti. Ven, ven, ven luego. Tuyo de alma”. Bolívar

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Hasta 1820 la quinta perteneció a la familia Portocarrero. El 16 de junio de ese año fue regalada a Bolívar, por el gobierno neogranadino, en reconocimiento a sus servicios prestados a la causa de la Independencia. El Libertador la dejó a principios de 1830, el mismo año de su muerte. Desde entonces la casona tuvo diversos usos: colegio, curtiembre, fábrica de cerveza, casa de familia, razón por la cual sufrió muchas modificaciones

Foto: JAO
Foto: JAO

La cama del Libertador (alto 153 cm. Largo 190 cm. Ancho 130 cm.) Se estima que le fue obsequiada por un inglés de apellido Powell y que en ella descansaba la noche en que fue objeto del atentado septembrino, en el Palacio de San Carlos, entonces sede del gobierno. Muchas piezas ahora presentes en la Quinta estuvieron antes en ese Palacio

Esta vez vinimos a completar una visita que había quedado trunca en noviembre de 1998.
Ese año estaban concluyendo los minuciosos trabajos de restauración de la Quinta de Bolívar, avenida Jiménez con carrera 2ª este, en las cercanías de Monserrate, en Bogotá, y no se permitía el acceso del público.
Bastó, en aquella ocasión, que le dijéramos a uno de los guardianes de la reverenciada mansión que éramos venezolanos, para que abrieran de par en par el portón principal, y nos permitieran recorrer sus espacios. Entonces apenas pudimos fisgonear desde lejos el interior y tomar un par de fotografías.
Ahora era totalmente distinto. La quinta lucía hermosa, radiante, digna de recibir en sus preciosas estancias al hombre ilustre que una vez la habitó, al caraqueño y americano de tez morena, rostro entre alargado y ovalado, ojos negros, grandes, vivos y penetrantes, y quien no debió medir, según Ducoudray, más de cinco pies y cuatro pulgadas, algo así como un metro con sesenta centímetros.
Se sabe que Simón Bolívar, ¿de quién más podíamos estar hablando?, vivió en esta quinta exactamente 423 días, no consecutivos, como es de suponer en alguien que llevó una vida tan intensa como peregrina, tras su quijotesco sueño de liberar a la América, designio que, dijo, y probó, amaba más que a su propia gloria.
Fue, ésta, la casa que, en su vida adulta, el Libertador ocupó por un mayor tiempo. Esto, por supuesto, le confiere una relevancia especial al lugar. Además, es la última casona que sobrevive entre todas las que rodeaban a la colonial urbe, desde la época de la Independencia.
En 1800, don José Antonio Portocarrero, contador principal de la Renta de Tabaco de Santafé, compró por 120 pesos un predio en el sitio llamado La Toma de la Aduana, y sobre él levantó una quinta campestre. Cada detalle debió haberlo dispuesto con esmero y particular delicadeza, pues su objetivo no era otro que el de agasajar en ella al virrey Antonio Amar y Borbón, su amigo, en la fausta ocasión del cumpleaños de su esposa, la virreina Francisca Villanova.
Así que de casa concebida para honrar a quien gobernaría el Virreinato de Nueva Granada entre 1803 y 1810 y debió, por cierto, afrontar la caída del dominio español en el territorio bajo su mando, aquellos magníficos aposentos pasaron a acoger al genio llamado a romper las cadenas de la opresión de tres siglos.
De la mano de un joven guía y sus memorizados datos, fuimos recorriendo, con fruición, cada palmo de la quinta. A cada paso era imposible deshacerse de una presencia informe, acuciante, devota. Saber que Bolívar debió haber estado por allí, que caminó por esos pasillos lustrosos, quien sabe si apesadumbrado o jubiloso, y durmió en ese lecho, se bañó en esa especie de jacuzzi dispuesto en aquel insuperable mirador surtido por las frías corrientes de la quebrada de San Bruno y del río San Francisco. Aquí el imponente comedor, donde aún es posible percibir el sereno eco del ruido de las finas escudillas y de las risas deliberadamente apagadas para que sobresalga la fina pero imperioso voz del héroe. Y el Gran Salón, que guarda intacto los estallidos de júbilo por las victorias militares del dueño de casa. Y el Salón de Manuelita, romántico rincón. La despensa, la cocina, como lista para brindar las arepas de maíz que el señor prefiere al mejor pan. Y el cuarto, muy cercano a la habitación principal, que fuera del esclavo liberto José Palacios, fiel mayordomo que lo acompañó hasta su muerte en Santa Marta y presenció asimismo la repatriación a Caracas de los restos del alfarero de repúblicas, en 1842.
La Quinta de Bolívar es Monumento Nacional. Así fue decretada en 1975, justo un mes después de que el grupo guerrillero M-19 incursionara en ella y la violara, para extraer la espada empuñada por el Libertador. Una espada que si bien camina ahora mismo por América Latina, es para alertarnos que “no hay libertad legítima sino cuando ésta se dirige a honrar la humanidad y a perfeccionarle su suerte”.
Visitar la Quinta de Bolívar, es sin duda una experiencia obligante, y gratificante, para todo venezolano.


De Manuelita

“.... De que me vieron me agarraron y me preguntaron: “¿Dónde está Bolívar?”: les dije que en el Consejo, que fue lo primero que se me ocurrió; registraron la primera pieza con formalidad, pasando a la segunda y viendo la ventana abierta, exclamaban, “¡huyó, se ha salvado!”. Yo les decía: “No señores, no ha huido, está en el Consejo”; y “¿por qué está abierta la ventana?”, “Yo la acabo de abrir porque deseaba saber qué ruido había”. Unos me creían y otros se pasaron al otro cuarto, tocando la cama caliente y más se desconsolaron, por más que yo les decía que estaba acostada esperando que saliese del Consejo para darle un baño...”
Memoria de la conspiración escrita por Manuela Sáenz al general O’Leary en septiembre de 1850

Testimonio

“Estaba rodeada la casa de bellos jardines y de árboles corpulentos (de los cuales quedan hoy algunos, tales como un gran nogal y varios lozanos alcaparros, mortiños, cerezos, pinos, todos, sin duda, del tiempo de Bolívar) y a su sombra había, artificiosamente dispuestas, galerías cubiertas de enredaderas, cenadores y rutas caprichosas; bañada, por doquiera, por abundantes y puras aguas, en fuentes y surtidores de mármol”.
Escritor José Caicedo Rojas, quien sirvió de amanuense del Libertador durante su permanencia en la Quinta


Refugio después del atentado

La restauración integral de la casona se cumplió entre 1992 y 1998, hasta el punto de recuperar las características arquitectónicas que, probablemente, conociera el Libertador. Aquí se refugió Bolívar después del atentado del 25 de septiembre de 1828. También aquí fue firmada la negativa a conmutar la pena de muerte de los conjurados por ese mismo suceso

Dos ocasiones de gloria

En 1821 Bolívar ocupó la quinta por primera vez. Ese año disfrutó en ella dos ocasiones ligadas al apogeo de su gloria. Una fue en enero, antes de partir a la campaña definitiva de la Independencia de Venezuela. Luego, en octubre, antes de acometer la Campaña Libertadora del Sur. Un pariente suyo vivió en la casona durante su ausencia, dejándola en un deplorable estado. En agosto de 1826, tres meses antes de que Bolívar hiciera entrada a Bogotá de regreso del Perú, Santander le escribió: “Hice emplear muchos pesos en componer la Quinta que dejó Anacleto arruinada, y aunque no quedará de gran lujo, quedará de gusto y mejor que nunca”


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Acerca de mí

Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela