Dionisio Mejía "Guandulito"


EL MÁS ORIGINAL Y CREATIVO de cuantos acordeonistas dominicanos
han aparecido en los medios de comunicación nació
en La Güízara, Higüey, el 23 de marzo de 1911, según datos
cedidos gentilmente al redactor de estas líneas por el periodista
y locutor Danilo Arzeno, que los obtuvo con el propio
Mejía, el 4 de junio de 1972.
Su nombre real era Dionisio Mejía, pero se le agregó el
pegajoso apodo de Guandulito por que tenía los ojos verdes,
“como do grano ‘e guandule”, conforme con lo que una vez
contó en entrevista radial el mismo acordeonista. Su mamá
se llamaba Adelina Mejía.
A los siete años Guandulito pasó a vivir en La Romana,
junto a un tío suyo que se llamaba Andrés Mejía. El tío Andrés
tocaba acordeón y en ese instrumento aprendió Guandulito.
Cuando tenía 13 años tocó una fiesta entera en un campo
de La Romana. Siguió con su música por el Este y a los
20 años decidió venir a probar suerte en la Capital. Aquí
encontró oportunidades de ganarse la vida porque también
reparaba acordeones, cosa que aprendió con un viejo artesano
higüeyano que se llamaba Severo.
Dionisio Mejía–Guandulito–
En entrevista que le hiciera el periodista Hugo Antonio
Ysalguez, resumen de la cual fue publicada en el número
630, del 8 de diciembre de 1975, de la revista Ahora, Guandulito                                                          aporta datos importantes sobre su propia biografía.
Según esa publicación, la primera grabación de este
acordeonista, cantante y compositor, fue para el empresario
Bartolo Primero. En 1958 Mejía entró en relación con
el señor Radhamés Aracena, propietario de un sello disquero
y de la emisora Radio Guarachita, que salió al aire
en 1964. La recompensa era insignificante: –Radhamés me
pagaba 35 pesos por cuatro merengues míos–, dijo Guandulito
a Ysalguez.
Fue a los finales del gobierno de Trujillo cuando más
renombre y popularidad alcanzó Guandulito. Como todos
los grandes músicos típicos de ese tiempo, Mejía tocó y cantó
merengues de alabanzas a Trujillo y su dictadura. Todos
lo hicieron, pero pocos fueron tan empalagosos como lo fue
Guandulito.
Cualquier cosa del gobierno era motivo suficiente para
que ese hábil músico y fértil compositor se inspirara. Las
alabanzas a la guardia, la Policía, los centrales azucareros,
la política del gobierno, la persona del tirano, eran motivos
constantes de las creaciones y la música de Guandulito, con
la circunstancia de que por la forma directa y graciosa en
que lo hacía, el mensaje resultaba sumamente efectivo.
Dijo Guandulito en la entrevista ya citada que hacía todo
eso “para defenderme”, porque, según aseguró, Trujillo le
regalaría una casa. Pero tuvo tan mala suerte que cuando
llegó la orden de que se la entregaran, casi enseguida mataron
a Trujillo y Guandulito se quedó sin casa.
A pesar de ese aspecto negativo de su labor, que fue
común a todos los merengueros de todos los ambientes en
el régimen trujillista, había en la actuación de Guandulito
una extraordinaria calidad. Sin la formalidad de otras, la música
de Guandulito se caracterizaba por la buena digitación,
el ajuste y la maestría en las pasadas y sobre todo, por un
estilo muy personal, que hacían de esa música y el canto de
este artista algo inconfundible e inimitable.
Creativo, ingenioso, Guandulito introducía cuentos y
comentarios graciosos en el desarrollo de sus merengues, y
las letras de sus composiciones estaban también amenizadas
con ese toque de flexibilidad y espíritu creador que llevó
en el alma ese singular personaje del folclor nativo.
Ganó público y fama desde que se le escuchó por la radio,
que para finales de los años cincuenta, era el medio de
comunicación por excelencia para llegar a la mayoría.
Cuando cayó Trujillo, empeoró la suerte del popular
merenguero. A él más que a cualquier otro músico de aires
típicos se le hizo blanco del repudio de las mismas masas
que antes habían aplaudido y bailado con delirio las interpretaciones
de Guandulito.
–Por cantarle a Trujillo me rompieron varios acordeones
y me dieron un palo en la cabeza–, contó Mejía, en la
referida entrevista.
Varios años después, Guandulito recuperó su espacio, y
lo hizo a fuerza de calidad y de talento. Un talento asombroso
por lo fresco y espontáneo. Volvieron a sonar sus grabaciones,
surgieron creaciones nuevas, casi todas suyas, con
el sazón de un acordeón hábilmente manejado y con una
gracia en el canto que conquistó de nuevo la aceptación de
mucho público.
El Cuento de la Guinea, el de Las dos Garzas, La Cariñosa,

El Rebú, El Pájaro del Agua, Amores Escondidos, En los
Guandules te Espero, y otros números vinieron a sumarse a
viejas interpretaciones como Jovinita, dedicada a su mujer
Jovina Rivalde, y que fueron parte de una producción que,
al decir de Guandulito, alcanzó ocho discos de larga duración
y trescientos sencillos.
No obstante, el resurgir de Guandulito fue muy pasajero.
La competencia se hacía fuerte, porque habían salido al
ruedo nuevos intérpretes como Tatico Henríquez, Bartolo
Alvarado y Paquito Bonilla; y lo que a Guandulito le dejaban
de beneficio las grabaciones, resultaba cada vez más
insuficiente en un medio en el cual la vida se iba encareciendo
vertiginosamente. Además, con los años, vinieron los                                                                          inevitables achaques de salud.
La feroz comercialización del arte popular sacó de competencia
a Guandulito, y como viejo león expulsado de la
manada, el artista fue a dar a una maltrecha pieza de un
patio de la calle Alonzo de Espinosa, en la parte alta de la                                                                   Capital. Allí vivía en condiciones deplorables, con sus diez
hijos y su idolatrada y muy cantada Jovinita.
La estrecha habitación en que vivían costaba diez pesos
apenas de alquiler, pero ni siquiera para pagar esos diez pesos
aparecía. –Usted no sabe como vivo yo–, dijo Guandulito
a la revista Ahora. –Los hijos míos tienen que dormir en
las casas de los vecinos… El gobierno me daba una pensión
de 150 pesos, pero hace casi un año me bajaron 50 pesos y                                                                  ahora sólo recibo cien– contó con amargura. –Esa suma no
me alcanza para nada. Para poder comer tengo que empeñar
mi acordeón y las ropas que usa mi mujer y yo. Mi acordeón
no sale de la compraventa–, dijo Guandulito en la parte
más desgarradora de su relato.
–Mire, siguió diciendo, cuando yo estoy solo y me pongo
a pensar en estos problemas, parezco un niño llorando. No
hay un día que deje de llorar porque no puedo hacer otra
cosa que llorar mis penas… Ningún músico ni amigo me visita…
En parte yo vivo así porque algunos empresarios dominicanos
no me pagaron lo que valía mi trabajo–, recalcó                                                                                  Dionisio Mejía –Guandulito–, gran intérprete, compositor,
y maestro de la creatividad en el merengue típico.
Antes de que te vayas...
RAFAEL
CHALJUB MEJÍA

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