lunes, 11 de febrero de 2008

¿ Por que perdí mi nombre ?

El sol iba elevándose en el horizonte, su húmeda cama le esperaría al final del nuevo día. De un color naranja intenso, su disco iluminaba todo, pintándolo de mil diferentes colores, el mar, de un color dorado, parecía un espejo de fuego, que se rompía en miles de llamaradas, en su brusco batir contra las rocas.
El pequeño puerto tumbado bajo la ventana, aun no despertaba, las barcas varadas en la arena, parecían pequeños gigantes, esperanban desperezarse para iniciar su diario trabajo.
Las albas casas del pueblo, abrazaban a sus moradores, y les protegían de la fresca brisa de la mañana.
Al otro lado de la ventana, un hombre de rostro inexpresivo, miraba el espectáculo del amanecer, igual cada día del otoño, como si algo irreal fuera a sucederle. Su frente era amplia y despejada, unos profundos surcos la corrían de un extremo al otro, que denotaban su edad ya madura. Su corto y ralo cabello, en un ordenado desorden, mostraban un cierto abandono. Su pijama de un azul pálido se notaba raído. Sus brazos caían a lo largo de su cuerpo, como dos apéndices inútiles y faltos de vitalidad. Unas delgadas piernas lo mantenían pegado a la ventana.
La estancia era sencilla, de paredes blancas, sin adornos, un armario metálico de un color gris pálido, se reclinaba contra la pared en un rincón.
La cama aun sin deshacer, cubierta con una colcha de flores rosa palido, denotaba no haber sido utilizada la noche anterior. Al lado una mesilla del mismo color del armario, sobre ella un despertador y una fotografía de una mujer de pelo casi negro y grandes ojos, estaba reclinada sobre un niño de unos 15 años. Tenía una dedicatoria sencilla, “soy paloma, tu mujer, que te ama”, en otra esquina una puerta daba al baño, al lado, la puerta de entrada a la habitación. De golpe se abrió, una enfermera gruesa de ojos vivos , cara redonda y a la vez atractiva, miró a la cama, e hizo una mueca de desaliento: “otra noche que no ha dormido, pensó”.
¡Nicolás!, vamos, es la hora del desayuno. Acompáñame
¡Nicolás!.- Por fin sabía quién era, no sabía dónde estaba, ni qué hacia allí, pero acababa de conocer su nombre, “Por cuanto tiempo lo recordaría”, era igual, no importaba el tiempo, tampoco sabía cuanto llevaba allí...Pero por fin sabía que se llamaba Nicolás

Tomás González Santos

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