miércoles, 11 de agosto de 2010

Carta de un recién nacido




A tu hora intempestiva de reloj de mano, he nacido yo.
En mi sonrosada piel, no se vislumbra etiqueta alguna.
Mi desnudo cuerpo no tiene puesta la etiqueta de los precios, tampoco lleva a rastras ni juicios, ni experiencias,  ni cicatrices.
Soy un ser libre ajeno a ideales, ajeno a convicciones.
En esta madrugada, la no etiqueta de tus juicios me confiere ante tus ojos con total aceptación.
Hoy, puedo dormir junto con otros seres, que, al igual que yo, gimotean o sonríen desde sus capazos y cunas completamente desnudos.
Incluso puedo soñar y comunicarte con babas aquellos sueños que, por primera vez, penetran en mí.
Hoy, seguramente te rías al escucharme y me proporciones tiernos besos y arrumacos.
No obstante, dentro de unos años, cuando me confieras como adulto, con este mismo sueño, seguramente me taches de idealista y ladees tu cabeza, como muestra de desaprobación y descontento.
Aún así, lo más importante, de hoy en adelante, es aquello que primero yo piense de mí mismo.
Si las etiquetas surgen y el juicio y el prejuicio llegan a gobernar mi vida, habrá nacido el Ego.
Si esto ocurre, habré cambiado la libertad del ser por la esclavitud de un rol.
Si esto ocurre, llegaré incluso a olvidar que únicamente nací para experimentar.
Si esto ocurre, olvidaré que lo más importante en esta Vida es obrar con y desde el corazón.
Soy un ser libre y todo aquello que me rodea vive en total libertad.
Yo no soy ninguna etiqueta, por muchas que existan, por muchas que me confieran.
Yo tan sólo soy, y soy las una y mil caras que adopta el amor.


Vanessa Aguilar

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