martes, 6 de marzo de 2007

Del paternalismo al abandono del paciente (o sobre la perversión del consentimiento informado)

· Marcia Angell, profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard y ex directora del New England Journal of Medicine, publicó ayer en The Boston Globe una tribuna de opinión bajo el título ‘Añoranza de los tiempos en que los médicos aún daban consejos’ (Longing for days when doctors still advised).

· Angell razona cómo la conversión del paciente en usuario de los servicios de salud le ha convertido en lo más parecido a un cliente soberano, con derechos; la cruz es que los médicos se han tornado en dependientes asépticos, que se limitan a ofrecer las distintas opciones de tratamiento y evitan inclinarse por ninguna en particular, incurriendo en un genuino abandono de la persona en situación vulnerable. Ofrecemos un extracto de la tribuna.


Cuando te enfrentas a una enfermedad grave contra la que no existe una opción única, ¿quién decide? Así, por ejemplo, en el cáncer de próstata, en el que tratamientos distintos ofrecen resultados similares; o en otros tipo de cáncer, donde la quimioterapia puede prolongar la supervivencia pero con un gran coste en términos de calidad de vida.

Érase una vez un tiempo en que la respuesta era sencilla: los médicos decidían. Te daban el diagnóstico -y eso sólo si lo estimaban conveniente- y te decían lo que se debía hacer. El papel del paciente se limitaba a seguir «las órdenes del médico».

Afortunadamente, esa época pasó. A comienzos de los setenta, surgió [en Estados Unidos] el movimiento de derechos de los pacientes, cuyos epítomes fueron el reconocimiento de los testamentos vitales con el fin de rechazar el soporte vital y la exigencia del consentimiento informado antes de someterse a un tratamiento o participar en un ensayo clínico. En efecto, la relación entre médico y paciente se rediseñó para incorporar los deseos del enfermo a las decisiones clínicas. A partir de entonces, los médicos debían ofrecer consejos a partir de su experiencia, pero serían los pacientes quienes tomasen las decisiones en última instancia.

Y, sin embargo, en los últimos diez años ese modelo admirable ha derivado en algo muy distinto. Los médicos son ahora proveedores y los pacientes clientes, que operan en un mercado de servicios. El paciente se encuentra con que debe asumir la responsabilidad de sus decisiones: elegir y diseñar su propio plan terapéutico, con poca o ninguna ayuda del médico. Por supuesto que el médico explicará cada una de las opciones, con sus pros y sus contras, pero que nadie espere que decida qué es lo mejor para el paciente. Si el enfermo pregunta «¿qué debo hacer?», lo más probable es que el facultativo responda con generalidades: «He visto pacientes a los que les va muy bien con la opción A».

En apenas unas décadas hemos pasado de un extremo a otro. (...) Los pacientes son ahora clientes soberanos que eligen entre un menú de opciones que sus médicos les ofrecen. Hoy buscan información en internet y cambian impresiones con amigos y otros pacientes antes de decidir. Y, mientras tanto, los médicos optan por la neutralidad.

(…) Pero decidirse por un tratamiento contra el cáncer de próstata no es lo mismo que elegir una marca de embutido. El paciente que se ve abocado a asumir toda la responsabilidad sobre las decisiones clínicas es fácil que sufra ansiedad y se sienta abandonado. Si el resultado de su elección deriva en complicaciones, es posible que acabe recriminándose a sí mismo y que la enfermedad empeore. La persona enferma necesita de su médico no sólo una exposición académica de las distintas posibilidades, sino un consejo sobre qué hacer, y el facultativo debe aceptar la responsabilidad del resultado. No añoro los viejos tiempos del paternalismo, pero podemos hacer mucho más que dejar a los pacientes a la deriva ante la variada oferta de tratamientos.

La mejor opción para el paciente es preguntar al médico qué haría él en su lugar, e insistir hasta obtener una respuesta sin ambages. En el peor de los casos, eso obliga al profesional a ponerse por un momento en la piel del paciente y tal vez medite detenidamente sobre qué es lo mejor que se puede hacer.

El buen médico ofrece juicios de valor a partir de su experiencia clínica y su interpretación de la literatura científica. El paciente siempre puede optar por no seguir su consejo, pero tiene derecho, al menos, a recibirlo. Cuando se sufre una enfermedad grave, uno necesita un médico, no un muestrario. El médico tiene la obligación de decir al paciente qué es lo que él piensa que se debería hacer.
Más información:
- Texto íntegro de la tribuna en The Boston Globe.