miércoles, 23 de junio de 2010

Lecturas para el próximo encuentro


Estimados compañeros, en el encuentro venidero trabajaremos sobre el texto que el "Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social" (CEBI) elaboró desde México para la Corriente.
Agradecemos a los autores: Felipe Meneses Tello y Óscar Mayo Corzo por poner a disposición de este colectivo su trabajo intelectual que nos permitirá "desmenuzar" y significar algunos conceptos que parecerían encriptados...
Solicitamos la lectura previa del texto para poder aprovechar al máximo los tiempos del encuentro.



Grupo Organizador -
Corriente de Trabajadores en Bibliotecas por el Cambio Social

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EL TRABAJO DE BIBLIOTECA Y EL TRABAJADOR BIBLIOTECARIO EN TORNO DEL CAMBIO SOCIAL
[Mayo/2010]

Felipe Meneses Tello

Óscar Mayo Corzo

En primer lugar, los miembros del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (CEBI) enviamos, desde México, cordiales y solidarios saludos a la Corriente de Trabajadores en Bibliotecas por el Cambio Social. Deseamos que esta primera reunión sea fructífera con la finalidad que comiencen a construir, con bases sólidas, una fuerza de trabajadores bibliotecarios en la República de Argentina, territorio en donde los servicios de lectura e información colectiva han logrado importantes avances a través del desarrollo notable de bibliotecas, como las de carácter popular.

La búsqueda de alternativas de quienes encarnamos las instituciones bibliotecarias está en concordancia, sin duda, con el proceso conocido como cambio social, el cual, según entendemos, tiende hacia la modificación de la estructura social, es decir, apunta hacia la innovación de las relaciones entre las instituciones y los grupos sociales que conforman la sociedad.

Los bibliotecarios, profesionales y auxiliares, para que logremos incidir en los procesos que implican cambios sociales podemos motivarnos a través de la diversidad de factores económicos, políticos, sociales, ideológicos y culturales que de manera directa o indirecta afectan nuestras fuentes de trabajo.

A menudo leemos, observamos y escuchamos que las bibliotecas son instituciones que contribuyen al cambio social. Esto es cierto porque ellas coadyuvan a la transformación y al desarrollo social. La historia de estos espacios públicos, libres y gratuitos para todos los habitantes de la comunidad, es clara en este sentido. Pero hay que agregar que los centros bibliotecarios también son agencias de cambio político. James Thompson, en su libro Library power, afirma que las bibliotecas, desde una perspectiva general, “son instrumentos de cambio social y político”. Empero, las bibliotecas no sólo son dispositivos que favorecen el cambio social sino que también son un producto de los cambios sociales y políticos que se han suscitado a través del tiempo.

En esta perspectiva, bibliotecas y cambios sociales son dos fenómenos correlativos. El centro bibliotecario está ideado para estar presente en todas las etapas y las relaciones que conforman la vida social e individual de las personas. De esta forma, se trabaja alrededor del mundo para que las instituciones bibliotecarias se conviertan y se consoliden en una fuerza social, capaz de producir cambios en las diferentes capas e instituciones que constituyen la organización en sociedad. Desde este ángulo, las bibliotecas son símbolos de cambios sociales importantes; son motores culturales que pueden provocar relevantes cambios en materia de comportamiento ciudadano en las diferentes esferas de la sociedad y del Estado. Así que las bibliotecas siguen siendo, acorde con los avances del conocimiento tecnológico y científico, factor y objeto del cambio social. Desde esta óptica, ellas son, en efecto, una fuente institucional de cambio, empero, en virtud de su naturaleza, también están sujetas a los diversos procesos de cambios sociales y políticos. En esta tesitura, los bibliotecarios son, la minoría, protagonistas y, la mayoría, son simples observadores de esos cambios.

El modelo que considera a las bibliotecas como elemento de cambio social se construye sobre la convicción de que estas instituciones pueden producir importantes impactos en la sociedad mediante el acceso y el uso libre de los acervos que desarrollan y los servicios de información que gestionan los trabajadores de la biblioteca. Actos de trabajo profesional y auxiliar conjunto que implican acción social. Consecuentemente, los trabajadores bibliotecarios estamos convocados a participar activamente en el fomento del cambio social y político. Y así es porque somos personas constitutivamente sociales y políticas; porque las bibliotecas y quienes las hacemos funcionar no estamos al margen de lo social ni fuera de lo político; porque, en fin, las bibliotecas sirven en un entramado de política social. En razón de esto, necesitamos esforzarnos para crear foros de diálogo, círculos de estudio, grupos de intercambio de ideas, centros de formación política, clubes de debate comunitario, entre otros mecanismos de reflexión y acción, de praxis bibliotecaria. La práctica bibliotecaria (biblioteconomía) es tanto social como política porque reconoce e involucra valores, proyectos, actos y utopías que reproducen, legitiman, cuestionan o transforman las relaciones predominantes que prevalecen en la sociedad; el trabajo bibliotecario nunca ha sido ni es ni será neutral, pues siempre ha estado, está y estará a favor del opresor o del oprimido, de la dominación o de la liberación. Maticemos esto.

Tradicionalmente, en los ámbitos profesionales se ha impuesto una percepción que tiende a identificar a las bibliotecas como instituciones "neutras". Es decir, a partir del supuesto que las bibliotecas deben ser entidades incluyentes, abiertas, en donde deben evitarse (o minimizarse) las contradicciones y los conflictos de clase, género, pertenencia política, opción sexual, creencia religiosa. Así, se ha implementado un modelo aséptico que evita las polémicas o la representación de rupturas. Todo referente político, de compromiso social, de identidad ideológica, suele quedar reducido al contenido de los textos y bajo la responsabilidad de sus autores, cómodamente resguardados en los estantes y archiveros. Esto hace suponer que las bibliotecas y su personal son sólo agentes, y nunca actores; proyecciones incompletas de la realidad.

Si bien, lo anterior no necesariamente es una manifestación negativa puesto que las bibliotecas buscan, genéricamente, nunca marginar o excluir bajo el pretexto de los dogmas o prejuicios sí lo es en el momento que grupos o individuos (incluido el personal bibliotecario) manifiestan la necesidad de cambio, o simplemente participan en alguna acción cívica o de ruptura. Es aquí donde el aséptico modelaje institucional tiende a ser una expresión de la inmovilidad, de la permanencia conservadora, de la no acción, negando en la práctica el sustento mismo de la biblioteca como institución social. Esto es
evidente en numerosas bibliotecas instaladas en espacios marginados, zonas urbanas populosas o comunidades rurales. Las bibliotecas se identifican, sin lugar a dudas, como "faros de saber" o "islas del conocimiento", y como tales, aisladas de su circunstancia social; salvo las que han sido creadas o mantenidas por alguna comunidad o grupo que promueve o participa en acciones de cambio social (sindicatos, cooperativas comunitarias, grupos de trabajo u organismos no gubernamentales).

La participación social de las bibliotecas queda entonces reducida a una presencia sin consecuencia, a pesar que casi todas colocan en sus pizarras de actividades múltiples programas que, bien vistos, forman parte de toma de posiciones en temas relacionados con ejercicios políticos o cívicos. Sin embargo, al quedar suscritos bajo el esquema de no uso de la crítica o praxis de algún tipo, de la no contaminación con las opiniones personales o la reflexión colectiva, su potencial benefactor y de cambio se diluye en la corrección institucional. Y entonces, las bibliotecas quedan reducidas a vitrinas (algunas, por cierto, muy bellas) que reflejan el entorno pero no permiten que éste se apropie de la institución; a escenarios en donde se representan versiones acríticas, correctas, inmaculadas inclusive, de la realidad.

¿Qué hacer entonces? Las soluciones no parecen ser fáciles. El límite entre las buenas intenciones, los compromisos, la necesidad de cambio y la demagogia, es muy delgado. El límite entre la opinión personal y la pontificación, la opción individual y la opción colectiva, la decisión de partido y el interés común, suele ser también frágil. Hay, además, ingredientes tales como el deber ser, la amabilidad ideológica, o el espíritu de apoyo que pueden desvirtuar los mejores programas de solidaridad y participación social. Urge entonces definir el carácter, el sentido, la dirección y la forma como las bibliotecas asumen compromisos sociales y de participación colectiva, más allá de las posturas románticas, de las ambiciones personales y los protagonismos que suelen terminar en ejercicios autoritarios de poder y control, así se llamen o proclamen "revolucionarios". Urge tomar la decisión de crear una biblioteca del siglo XXI, que no puede estar ya aislada como una ínsula, sino se construya como una célula y una matriz de la permanente acción social.

La conducta social de nosotros, los trabajadores bibliotecarios, debe estar fundada en valores tales como la cooperación, la solidaridad, el respeto a la diferencia, la libertad, la equidad, la igualdad, y la justicia. Nuestro trabajo debe guiarse por estos valores que rechazan la exclusión social; que cultivan, por ende, la inclusión social. Hoy es ineludible un nuevo paradigma del trabajo bibliotecario, mismo que esté basado en una tesis de principios, de ética social, de necesidad de cambios sociales profundos y extensos, y no solamente orientado por la serie de procesos técnicos que minusvalora el papel social y político tanto de la biblioteca como de quienes la hacen funcionar como un bien público. De tal modo, la práctica bibliotecaria requiere de una revolución cultural que ayude a impulsar, junto con otras prácticas culturales, cambios sociales que apunten a la gestación de la emancipación de mujeres y hombres .

La lucha contra la exclusión social debe ser a favor de los derechos económicos, sociales, étnicos, culturales y políticos, pero no solamente de los usuarios de las bibliotecas, sino también de sus bibliotecarias y bibliotecarios. Esta lucha conlleva realizar acción colectiva contra, por ejemplo, la segregación, el desempleo, la discriminación de las minorías, el acoso de género, la negación de oportunidades, los obstáculos legales y la marginación de usuarios y de personal de biblioteca. Batallas sociales y políticas que cuestionen el orden social fundado en lacras como la injusticia, la dominación y las desigualdades abismales. Luchas, en consecuencia, basadas en acciones que quiebren los esquemas injustos preestablecidos. Los bibliotecarios no podemos ni debemos quedarnos al margen de las disputas que significan cambio social.

Los problemas de las bibliotecas, consecuentemente los de los trabajadores de éstas, son siempre problemas sociales y políticos, pues tienen que ver con el mundo que diariamente nos empeñamos en construir mediante el servicio y la convivencia con las diversas comunidades de lectores y usuarios, con la sociedad. En tiempos difíciles las acciones de organización alternativa, de trabajo colectivo, tanto en la teoría como en la práctica, son preponderantes. La suma de puntos de vista y de esfuerzos individuales y colectivos puede apuntar hacia el lema: «construyendo proyectos para el cambio social». Estas acciones deben ser aspiraciones de política ciudadana. Sin esta naturaleza de acciones sociales, no puede haber movimientos sociales y sin estos movimientos no hay cambios sociales. En concordancia con esto, nuestra consigna progresista que sugerimos es: ¡Servicio, Trabajo y Cambio Social!

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