jueves, 3 de septiembre de 2009

Visiones de al-Andalus: Entre el esplendor árabe medieval y el exotismo romántico


Por Maritza Requena

Considerando que la realidad es siempre representada a través de imágenes o visiones se puede afirmar que, tanto la Edad Media como el Oriente islámico, han sido producidos discursivamente. La imagen tradicional que se tiene de al-Andalus corresponde a un tiempo y un espacio determinados: la Edad Media islámica y la Península Ibérica, respectivamente. De manera que al-Andalus viene a ser un espacio imaginario que se ha ido construyendo a lo largo de la historia a partir de una gran variedad de textos y representaciones pictóricas, derivándose de ello la existencia de distintas perspectivas para concebir el pasado andalusí, por ejemplo, ha sido fijado por la comunidad árabe como el mito del paraíso perdido, también como una Edad de oro, tópicos revitalizados en la poesía árabe contemporánea por Adonis y Nizzar Kabbani. Por el contrario, Serafín Fanjul ha llegado a plantear la destrucción del mito de la convivencia entre las culturas árabe, cristiana y judía planteada. En general, para los árabes, al-Andalus es siempre un pasado glorioso del Islam, mientras que la visión de al-Andalus, creada por el Romanticismo europeo, aparece cargada de exotismo y de nostalgia.

¿Cómo se concibe al-Andalus en la poesía de Ibn Zaydún en comparación con la visión de las obras románticas de Washington Irving y Chateaubriand? Para responder a esta interrogante se problematizará la configuración de una imagen particular de la España musulmana, establecida en los Cuentos de la Alhambra (1832) de Irving y El último Abencerraje (1826) de Chateaubriand, relatos surgidos a partir de la experiencia del viaje.

Orientalismo y Medievalismo

«Medievalismo» y «orientalismo» designan la forma en que la Edad Media y Oriente han sido representados por la literatura.

El concepto de orientalismo, instalado por Edward Said, nos permite especificar la mirada del siglo XIX sobre el pasado andalusí, en la medida en que el autor analiza cómo las construcciones imaginarias se fijan en la escritura. De acuerdo a su planteamiento, el proceso de construcción del «otro» se basa en el enfrentamiento entre la identidad y la alteridad, esto es, entre lo familiar y lo extraño, dicho proceso se realiza de manera textual o discursiva: “el orientalismo es, después de todo, un sistema constituido por citas de obras y autores” (Said 44). Orientalismo constituye, para Said, un discurso propio de la relación entre oriente y occidente, la cual es siempre una relación de poder y dominación, de manera que oriente ha sido inventado por un sistema de ideas occidental.

Del mismo modo que la cultura europea ha formado una imagen de lo oriental, reduciéndolo a categorías fijas, el medievalismo, es decir, el conjunto de disciplinas cuyo objeto de estudio es la Edad Media, ha instalado dos visiones de este periodo de la historia que se mantienen en las mentalidades de la actualidad. En una recopilación de entrevistas Jaques Le Goff habla de una Edad Media «negra», oscurantista, lúgubre, y una Edad Media, «dorada», esto es, idealizada, estilizada, que, en definitiva, se limita a invertir, la versión negra. Estos clichés proceden de los siglos XVI y XIX, respectivamente. Para el Renacimiento el medioevo es esencialmente premoderno, mientras que el Romanticismo elogia el gótico, considerando que éste es el «tiempo de las catedrales».

La recuperación de la Edad Media durante el siglo XIX es una manifestación de la búsqueda romántica de lo extraño, asimismo se puede entender el proceso de representación del mundo oriental. El pasado medieval, entonces, deviene en una construcción imaginaria, una invención, en la que, desde un presente se re-crea o re-construye el pasado, tal como occidente ha definido oriente.

La visión nostálgica de Ibn Zaydún

Ibn Zaydún nació en Córdoba el año 1003 y murió en Sevilla el año 1070. Pasó la mayor parte de su vida exiliado de su propia ciudad. Su poesía está profundamente marcada por las circunstancias históricas de la época, específicamente por la situación de decadencia del Califato omeya de Córdoba durante el siglo XI. El poeta cordobés nació justamente un año después de la muerte de Almanzor, quien había asumido la administración del Califato en el 976. El califato español encontró su punto cúlmine con su gobierno, bajo su poder la España musulmana alcanzó su máximo desarrollo hasta que, finalmente, en el año 1031 se produce la fragmentación del Califato de Córdoba, quedando al-Andalus dividido en una serie de pequeños reinos independientes.

A partir de la experiencia del destierro, de la caída del Califato y la instauración de los reinos de taifas, Ibn Zaydún desarrolla en sus Casidas el motivo de la nostalgia, en ellas, también está presente el tópico de la Edad de oro, puesto que el poeta se refiere a al-Andalus como una época y un lugar perfecto, el cual es permanentemente añorado. Sus poemas constituyen una verdadera elegía de la patria perdida. En su poesía abundan los lamentos por el lugar perdido de su origen, unidos al dolor por la juventud pasada, en “Arruzafa/la Rusafa” evoca la ciudad y su juventud:

“(...)
aún en Arruzafa brotan muchas flores muy sonrientes
en sus almunias tan regadas por las nubes abundantes;
¡cuán hermosos jardines de diversión que en su sombra
todavía nos escancian vino de locura los obsequiantes!
Tiempo aquel en el que eran muy verdes todos los arriates
de la vida, y las aguas del buen gozo eran muy abundantes;
si lejos de mí sus horas se han marchado, brasas ardientes
es lo que siento ahora por mis maltrechos huesos dolientes;
de mis días pasados siempre me acuerdo apenado, lágrimas
me brotan, como se desatan de súbito unas perlas tan brillantes;
asimismo extraño, echo de menos aquellas ilustres gentes
(...)
por todo ello, siempre ruego y rezo por mi anhelada Córdoba,
que el cielo la riegue con lluvias tan suaves como suficientes;
Córdoba es patria amada que nos ha enriquecido con deleites
(...)” (98-100)


En este poema la añoranza por la ciudad de Córdoba se manifiesta en el recuerdo de sus jardines y su gente. En “Córdoba lozana” se suman al recuerdo los aromas: “Aspiro la fragancia que me llega de mi ciudad / y me hace recordar la juventud y la amistad”. Aludiendo a su exilio, aparece también en este poema el tema medieval de la rueda de la fortuna: “resisto lo que la Fortuna me arroja desde su archivo”; y más adelante: “lo que tiene principio no ha remedio que tenga afortunado fin muy pronto; / y yo, en espera de buen remedio del Sino, resisto mucho, y fuerte aguanto”.

La maravillosa ciudad real de Madinat al-Zahra, ubicada a cierta distancia de la capital y residencia del califa junto a los árabes dirigentes, también es recordada por Ibn Zaydún como el paraíso de la comunidad islámica:

“¡Qué maravilla era Medina Azahara y qué precioso su panorama!
¡Qué robustez en su esencia, qué suavidad en su aliento y aroma!
¡Qué belleza en su construcción, qué adornada por encima!
¡Era un Paraíso de Edén y el Río Kawtar para nuestra gran Umma!
Su vista alegre aumentaba la vida en prosperidad llegando a su máximo colmo.” (108-110)

En estos versos se expresan los deseos de unificación de al-Andalus y el anhelo de recuperación del antiguo esplendor. De manera que se puede concluir que Ibn Zaydún recrea una imagen idealizada de al-Andalus cuyo símbolo es su capital Córdoba, que además es la ciudad natal del poeta.

Cuentos de la Alhambra: el pasado andalusí entre visiones


Washington Irving (1783-1859) llegó a España como diplomático de la embajada de su país en el año 1826. En 1829 realizó una excursión desde de Sevilla a Granada en compañía de un amigo, miembro de la embajada rusa en Madrid. Irving vivió por algún tiempo en la Alhambra, que entonces estaba habitada. En los Cuentos de la Alhambra el autor relata su experiencia del viaje hacia Granada y la estadía en el palacio, además de narrar numerosas leyendas en torno a ella. El propósito de estos relatos es reconstruir la historia de al-Andalus, conocerla a través de sus restos o vestigios y también reflejar una experiencia personal en la que el autor advierte que el elemento arábigo es parte de la identidad española, tal como lo manifiesta en la dedicatoria a su amigo David Wilkie:

“Recordará usted que, en las andanzas que realizamos juntos una vez por algunas de las viejas ciudades de España –singularmente Toledo y Sevilla–, advertimos una fuerte mezcla de lo sarraceno con lo gótico, reliquias conservadas desde el tiempo de los moros; y que fuimos sorprendidos con frecuencia por escenas e incidentes callejeros que nos recordaban pasajes de Las mil y una noches. Entonces me estimuló usted a que escribiese algo que pudiera ilustrar esas peculiaridades, “algo al estilo de Harum al Raschid” que tuviese regusto de ese perfume árabe que todo lo impregna en España. Traigo esto a su memoria para hacerle ver cómo, en cierto modo, es usted el responsable de la presente obra, en la que he recogido algunos “arabescos” de la vida y de las leyendas, basados en tradiciones populares, pergeñadas principalmente durante mis estancia en uno de los lugares más morisco-españoles de la Península.” (Irving 17)

El viajero norteamericano responde al perfil del intelectual, de manera que, como prototipo del historiador romántico, reúne lo histórico y lo literario, mezclando realidad y fantasía, así lo señala en “El palacio de la Alhambra”:

“Para el viajero imbuido de sentimiento por lo histórico y lo poético, tan inseparablemente unidos en los anales de la romántica España, es la Alhambra objeto de devoción como es la Caaba para todos los creyentes musulmanes. ¡Cuántas leyendas y tradiciones, ciertas o fabulosas; cuántas canciones y baladas, árabes y españolas, de amor, de guerra y de lides caballerescas, van unidas a este palacio oriental!” (53)

Efectivamente, los Cuentos de la Alhambra combinan mito y realidad, puesto que contienen algunos datos verídicos y otros ficticios, cuya fuente son las abundantes leyendas existentes sobre aquellas tierras. A la crónica se une la búsqueda de lo maravilloso, lo mítico y lo fantástico. Los cuentos de Irving intentan reproducir al modo oriental algunas leyendas de princesas cautivas, de amores entre cristianos y musulmanas, de encantamientos, de tesoros escondidos, etc. Todas ellas tienen un trasfondo histórico y han sido recogidas, principalmente de Mateo Jiménez, su guía y escudero, y de los vecinos de la Alhambra en reuniones celebradas en el palacio.

La experiencia de Irving proviene esencialmente de sus lecturas y de su conocimiento de la historia, es así que asimila lo visto con lo leído en el Quijote, en los romances árabes y en Las mil y una noches, incluso llama por el nombre de Sancho al criado que los acompaña durante el viaje, dada su similitud con el escudero. Otro ejemplo de la tendencia del autor a reconocer en la experiencia lo aprendido en los libros, es la relación que establece entre uno de los habitantes de la Alhambra, la viejecita María Antonieta Sabonea, conocida con el nombre de “Reina Coquina”, y Scherezade.

La visión romántica, tanto sobre la Edad Media como sobre Oriente, tiende al exotismo, de manera que el imaginario romántico incide en la fascinación de Irving por la descripción de maravillas orientales, recreando una España llena de magia, cargada de elementos sobrenaturales, tal como la describe en “Importantes negociaciones”:

“Estoy pisando una tierra encantada y me encuentro rodeado de románticos recuerdos. Desde que en mi lejana infancia, a orillas del Hudson, recorrí por vez primera las páginas de la vieja y caballeresca historia apócrifa de Ginés Pérez de Hita sobre las guerras civiles de Granada y las luchas de sus valientes caballeros Zegríes y Abencerrajes, fue siempre esta ciudad objeto que despertó mis sueños; mi fantasía recorrió con frecuencia las románticas estancias de la Alhambra.” (71)

El autor intenta recuperar una época histórica a través de las leyendas y de su propia observación: desde la torre de Comares, Irving recrea ciertas imágenes que corresponden a escenas de la España musulmana, sus visiones no son estáticas sino que abunda en ellas la descripción de cuadros móviles en los que personajes de la época como Colón, Boabdil, los reyes católicos Fernando e Isabel, entre otros, son revividos. También alude al descubrimiento de América, un hecho crucial que delimita el fin de la Edad Media y el inicio de los tiempos modernos. Así, en estas narraciones al-Andalus es re-construido a partir de la experiencia de la ruina; el palacio de la Alhambra, Andalucía y Granada se vuelven espacios míticos.

La leyenda de Boabdil, último rey nazarí de Granada, motiva a Irving a establecer la verdad en torno a su huida y, luego, a revivir la ruta que hiciera el monarca musulmán. En varios cuentos se menciona la leyenda del encantamiento de Boabdil, su corte y ejército, quienes se encontrarían encerrados en una montaña y una vez al año, en la víspera de San Juan, quedarían libres del hechizo para salir a visitar sus antiguas residencias. Este acto mágico sería una forma de mantener vivo el pasado musulmán de España.

Veremos que el mismo personaje es el punto de partida de la novela de Francois René de Chateaubriand (1769-1848) El último Abencerraje.

En definitiva, en los Cuentos de la Alhambra se exhibe la visión de escenas que mezclan imaginación y conocimiento. A partir de la observación de las ruinas y la evocación de hechos históricos, Irving realiza un proceso de reconstrucción del pasado andalusí, atraído, al igual que otros viajeros europeos románticos, por la aventura, las leyendas, el exotismo, las historias de bandoleros, todo ello unido a la literatura y las construcciones arquitectónicas de legado árabe.


El último Abencerraje: la mirada sobre el mundo primitivo

El viajero francés visitó Granada en 1807 y se inspiró en ella para su novela. El último Abencerraje narra el regreso de Aben-Hamet a Granada, veinticuatro años después de la salida de Boabdil hacia el norte de África.

El personaje se traslada desde Túnez, región donde los Abencerrajes fijaron su morada, motivado por el recuerdo de la antigua patria y con el propósito de buscar algún descendiente de los Vivar para salvar el honor de su familia en un duelo. En Granada se enamora de Blanca una española cristiana, nieta del Cid. Durante un paseo por la Alhambra, los amantes, ignorantes de la verdad sobre su estirpe, se declaran su amor, estableciendo una condición: Blanca le dice a Aben-Hamet que como musulmán sólo será su amante sin esperanza, pero como cristiano será su esposa feliz. Por su parte, Aben-Hamet le responde: “Cristiana, seré tu desconsolado esclavo; musulmana, seré tu afortunado esposo”. De esta manera, queda fijado un pacto basado en la conversión del «otro».

Antes de volver a Túnez, para despedirse de su madre, aquejada de una enfermedad mortal, Aben-Hamet le jura a Blanca amarla por siempre y tomarla por esposa “cuando haya conocido al Profeta”, regresando a Granada todos los años para ver si ha renunciado a su fe. En el mismo tono, Blanca le responde que lo esperará y que lo recibirá por esposo “cuando el Dios de los cristianos haya tocado su infiel corazón”. Transcurrido un año se mantenía el amor entre Aben-Hamet y Blanca, pero también la adhesión de los dos amantes a la religión de sus padres. Al tercer año, Aben-Hamet encuentra a Blanca en compañía de su hermano Carlos, quien mantenía el odio hacia los infieles heredado de la sangre del Cid. Finalmente, Aben-Hamet decide renunciar a su culto y va en busca de Blanca, quien se encontraba junto a su hermano en una fiesta en el Generalife. Sin embargo, el Abencerraje se entera, en ese momento, del linaje de Blanca y da a conocer quién es realmente, tras ello, Blanca le pide a Aben-Hamet que vuelva al desierto.

En El último Abencerraje las dos religiones en pugna constante, musulmanes y cristianos, son presentadas en contraste y se ponen en juego el honor, la nobleza y los sentimientos caballerescos. Por otro lado, el exotismo se manifiesta en la descripción de la ciudad de Granada, se dice, por ejemplo, que los ríos del Genil y el Darro arrastran oro y plata.

Las descripciones de Granada se suman a un fragmento de la última parte del Itinerario de París a Jerusalén (1810-1811) donde Chateaubriand relata los detalles de un viaje emprendido entre 1805 y 1806. Para Said la escritura de Chateaubriand corresponde a la categoría de textos orientalistas en la que el viaje a oriente supone la realización de un proyecto personal:

“Chateaubriand llevó a Oriente un montón de objetivos y suposiciones personales que allí descargó, y después se dedicó a tomar el pulso de los lugares, las ideas y la gente de Oriente, como si nada pudiera resistirse a su imperiosa imaginación.” (Said 211)

Se advierte en su discurso la idea de una Europa civilizada en contraposición a un Oriente en estado salvaje, así en El último Abencerraje se califica a los musulmanes de «primitivos» y «simples». De manera que la construcción del «otro» se basa en presupuestos ideológicos que tienden a imponer una visión preestablecida de lo oriental, el autor francés se apropia de la realidad andalusí y la representa a su manera como un campo de disputa religiosa en tono caballeresco, es decir, como una nueva cruzada en la que triunfa, final y definitivamente, el Cristianismo y sus valores.

Conclusiones

Los autores estudiados se remontan a distintos periodos de al-Andalus y a diferentes símbolos de su historia. Cada uno de ellos recrea al-Andalus a partir de un tiempo y un espacio particular, así Ibn Zaydún se centra en Córdoba durante el siglo XI, época de la caída del Califato, mientras que para Irving el palacio de la Alhambra lo motiva a rememorar el antiguo reino de Granada (1232-1492), dominado por los nazaríes, el último periodo de la historia de al-Andalus. Chateaubriand escoge algunos personajes claves, como Boabdil y el Cid, además del linaje de los Abencerrajes, para revivir un mundo de musulmanes ya vencidos tras la conquista de Granada por los Reyes Católicos.

Como románticos Irving y Chateaubriand coinciden en el desarrollo del gusto orientalista, atrayéndoles lo maravilloso y lo exótico de al-Andalus, su mirada es mucho más distante que la de Ibn Zaydún, para quien al-Andalus es símbolo de grandeza y orgullo, de esplendor incomparable. Tanto Irving como Chateaubriand se inspiran en las leyendas caballerescas de Zegríes y Abencerrajes, pero mientras el francés recurre a ellas para potenciar su narración, el norteamericano niega su veracidad.

Ambos autores forman parte de un grupo de escritores y viajeros que salieron en busca de Oriente durante el siglo XIX, dejándonos su interpretación al respecto. La diferencia de perspectivas sobre al-Andalus se manifiesta en el tono narrativo, la clase de imágenes, los temas y motivos que cada autor utiliza en su escritura. En los textos revisados el «yo» del escritor se apropia de la realidad visitada (al-Andalus) formando una visión en la que actúa su ideología, su cultura y su nacionalidad, de manera que cobra vital importancia el punto de vista o punto de hablada en la práctica discursiva, dado que el sujeto que escribe siempre tiene una posición particular con respecto a la realidad referida, ya sea oriental, ya sea medieval:

“Porque si es cierto que ninguna obra humanística puede permanecer ajena a las implicaciones que su autor tiene en tanto que sujeto humano, determinado por sus propias circunstancias, debe ser cierto también que ningún europeo o americano que estudie Oriente puede renunciar a las circunstancias principales de su realidad: que él se enfrenta a Oriente, primero como europeo o americano y después como individuo.” (Said 31)

¿Qué era Oriente para el viajero del siglo XIX? Una realidad exótica, mágica, atractiva, primitiva y premoderna, como también ha sido considerada la época medieval. En este sentido es evidente que, si Edad Media y Oriente se reducen a las mismas categorías fijas ‒desde la perspectiva europea moderna‒ el Islam resulta un conservatorio de costumbres «medievales». Producto de la expansión colonial, se construye una imagen primitiva del «otro» para justificar la dominación, lo cual se traduce en la aplicación de “toda clase de metáforas medievales, sobre todo el vocabulario de la caballería y el feudalismo. Al colonizar a esos primitivos, y a esos feudales, les aportamos la Ilustración y les sacamos de su largo sueño medieval.” (Le Goff 49)

Fuentes citadas:

Chateaubriand, Francois René: El último Abencerraje. Barcelona: Ramón Sopena, 1966.

Ibn Zaydún: Casidas selectas. Madrid: Cátedra, 2005. Edición bilingüe de Mahmud Sobh.

Irving, Washington: Cuentos de la Alhambra. Madrid: Alianza, 2001.

Ganim, John: Medievalism and orientalism: three essays on literature, architecture and cultural identity. Nueva York: Palgrave Macmillan, 2008.

Le Goff, Jacques: En busca de la Edad Media. Buenos Aires: Paidós, 2004.

Said, Edward: Orientalismo. Madrid: Libertarias/Prodfhufi, 1990.

1 comentario:

  1. WOW! NO SABÍA PORQUE SIEMPRE SENTIA UNA AFINIDAD CON TODA LA GENTE Y CULTURA ARABE.

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