BREVE INTRODUCCION A LA HOMEOPATÍA

El nacimiento de la homeopatía tuvo lugar en 1796, en la revista de medicina más importante de la época : el periódico del profesor Hufeland. Un articulo titulado : "Ensayo sobre un nuevo principio para descubrir las virtudes curativas de las sustancias medicinales, seguido de algunas ideas acerca de los principios admitidos hasta nuestros dias".

Samuel Hahnemann era un modesto médico sajón. El 10 de agosto de 1779, día en que defendió su tesis en la Universidad de Erlangen, Alemania, se convirtió en doctor en medicina. Esta tesis, escrita en latín, ya mostraba su orientación en relación a las corrientes de pensamiento de su época. Tenía 24 años cuando se instaló como facultativo en Hettstadt, en Sajonia, pero, decepcionado por la ineficacia de las terapéuticas de su época, muy pronto renunció a ejercer una medicina que consideraba no sólo ineficaz, sino también peligrosa, y se consagró a la investigación.

Hahnemann era un médico decepcionado. Lo dice y lo escribe:

No admito que se envenene a la gente para venderle un sublimado corrosivo, que se le distribuya arsénico, que se la mate sangrándola hasta la exageración como se hace, que los médicos no cumplan con su deber de médicos al no acudir personalmente a las cabeceras de sus enfermos, que no tomen contacto con ellos, ignorándolos, dejándolos bajo los cuidados de los barberos y de otros consejeros interesados de los boticarios.

También se puede leer en una carta escrita a su amigo el profesor Hufeland:

Para mí constituía un suplicio caminar siempre en la oscuridad con nuestros libros, cuando trenía que tratar las enfermedades, y recetar después tal o cual hipótesis sobre ellas, cosas que sólo debían a la arbitrariedad el lugar que ocupaban a la disciplina médica. Era un caso de consciencia tratar los desconocidos estados mórbidos de mis hermanos enfermos con esos poco conocidos medicamentos que, en calidad de substancias muy activas, pueden conducir de la vida a la muerte, o producir afecciones nuevas y males crónicos, a menudo más dificiles de alejar de lo que era la enfermedad primitiva.

Y por último:

Ocho años de prácticaejercida con el más escrupuloso de los cuidados, me habían llevado a conocer ya la inutilidad de los métodos curativos ordinarios. Por mi triste esperiencia, sabía demasiado lo que se podía esperar de los preceptos de los médicos más célebres de la época.

Abramos aquí un paréntesis para destacar la asombrosa actualidad de Hahnemann. Sin duda alguna, la medicina ha alcanzado hoy en día un nivel de conocimientos sin comparación con los de 1796. Pero, ¿no es también evidente que el médico juega a aprendiz de brujo con drogas que cree conocer?

¿No es evidente que se "envenena" alrecetar demasiado ciertos medicamentos, como los antibióticos, los corticoides, los neurolépticos, los antidepresivos? ¿No deberíamos tener un espiritu crítico respecto a la legitimación de nuestras terapéuticas?

Hace algunos años, ciertos libros "escandalosos", algunas obras valientes, intentaron desvelar el peligro de los medicamentos, quizá con algunos excesos. Pero, ¿acaso no hay un motivo de profunda reflexión en las actividades de los terapeutas?

¿Que buscaba Hahnemann? Ante todo, sacar a la medicina de los grandes sistemas teóricos en que estaba encerrada. Buscaba convertir en coherentes las actividades diagnósticas y terapéuticas de la medicina. Buscaba el modo de curar sin perjudicar. De hecho, buscaba cómo introducir a la medicina en el campo experimental, es decir, en la realidad. Poco a poco abandonó la práctica médica para intentar aprender a curar realmente.

Hahnemann conocía los libros del célebre Albrecht von Haller, especialmente su Farmacopea helvética, en el que se podía leer:

Primero se debe probar el medicamento sin ninguna clase de mezcla en el cuerpo sano. Después de estar seguro de su olor y sabor, se administrará una pequeña dosis, y a continuación se estará atento a todos los efectos que se produzcan: pulso, calor, respiración, secreciones. Luego, por los síntomas observados en el organismo sano, se procederá a experimentarlo en organismos enfermos.

Esta idea de experimentación era revolucionaria en la época, sobre todo porque se aplicaba al hombre. Hahnemann meditó mucho sobre las propuestas de Von Haller, pero fue otro texto el que le permitiría conventirse en el genial inventor que llegó a ser.

Dado que conocía admirablemente varias lenguas, Hahnemann se hizo tradictor para alimentar a su numerosa familia. En 1790, el ditor con el que colaboraba le propuso la traducción de la Materia médica de Cullen, célebre médico escocés cuyos trabajos constituían una autridad en Europa.

Un capítulo de dicho libro trataba de la quina, medicamento recientemente importado de América del Sur, muy en boga en la época para el tratamiento de las "fiebres intermitentes" (de la quina se extrae la quinina, la cual se utiliza en la actualidad para prevenir y tratar los ataques de paludismo).

Por su parte, Hahnemann consideraba que la quina era un veneno. Sin embargo, en el transcurso del trabajo descubrió que Cullen justificaba la actuación de la quina en la fiebre intermitente por su "acción reconstituyente en el estómago".

Esta explicación, cuanto menos imprecisa, no satisfizo a Hahnemann. Influido por las ideas de Von Haller, decidió experimentar la quina en sí mismo. En su traducción se puede leer el relato de esta experiencia en un anexo:

Tomé durante varios días, dos veces al día, cuatro dracmas (unidad de peso de la época) de quina de buena calidad. Al principio se me enfriaron los pies y las puntas de los dedos. Sentí cansancio y somnolencia. Despues mi corazón fue presa de palpitaciones, mi pulso se volvió fuerte y rápido. Sentía una ansiedad insoportable y temblores —más sin escalofríos—, laxitud en los miembros, y, luego pulsaciones en la cabeza, con enrojecimiento de las mejillas y sed. En resumen, aparecieron todos los síntomas que habitualmente acompañan a la fiebre intermitente, uno detrás de otro, pero sin escalofríos reales. Todos los síntomas que, según mi opinión, son típicos de la fiebre intermitente: embotamiento de los sentidos, una especie de rigidez, pero, sobre todo, una vaga y desagradable sensación que parecía radicar en el periostio de todos los huesos del cuerpo. La crisis duraba cada vez de dos a tres horas, y solamente volvía cuando repetía la dosis. Dejaba de tomar el medicamento y recuperaba mi buena salud.

Más adelante escribe:

La corteza peruana (se refiere a la quina) —utilizada como remedio de la fiebre intermitente— hizo efecto porque en las personas sanas puede producir síntomas parecidos a los de la fiebre intermitente.

Y añade:

Para curar ciertas clases de fiebre intermitente, la corteza peruana debe producir una especie de fiebre artificial.

Después de haber controlado los hechos en amigos, Hahnemann estuvo seguro de que la experiencia con la quina no era una simple coincidencia. Creía en el estudio de los efectos de una sustancia en un organismo sano permitía descubrir sus posibilidades curativas.

Evidentemente, para llegar a esta conclusión, Hahnemann tenía en mente, como todos los médicos de su época, la famosa ley de la semejanza enunciada por Hipócrates de manera lapidaria cinco siglos antes de nuestra era: "La aplicación de los semejantes conduce de la enfermedad a la salud".

¿Que expresa, pues, esta ley?

Esta ley postula un paralelismo de acción entre los poderes toxicológico y terapéutico de una sustancia. Pero, hasta Hahnemann, esta acción sólo había sido verificada con ocasión de algunos tratamientos seguidos de curaciones. Así se puede leer en la obra de Stahl, médico alemán del siglo XVIII:

Estoy convencido de que las enfermedades remiten ante agentes que determinan una afección parecida. Por este motivo he logrado hacer desaparecer la disposición a la acidez por medio de pequeñas dosis de ácido sulfírico en casos en los que había inútilmente administrado multitud de polvos absorventes.

Hahnemann acababa de encontrar un hilo conductor para su trabajo: experimentará el ser humano, relacionado —ahí radica su genialidad— esta experimentación humana de las drogas conocidas con la ley de la semejanza.

En sus experiencias descubrió que todos los individuos no reaccionan del mismo modo. Se deben variar las condiciones de experimentación en un mismo medicamento: edad, sexo, dosis, etc.

Asimismo, estudió:

Las particularidades del ritmo:
horario, estación, periodicidad
Las particularidades de ambiente:
clima, circunstancias atmosféricas
Las particularidades de postura:
sentado, de pie, acostado, flexionado
Las particularidades relacionadas con los actos fisiológicos:
reposo, sueño, movimiento, ciclos menstruales.

Hahnemann tomaba nota de las etiologías, es decir, de las causas: causas microbianas y biológicas, influencias psicógenas, factores climáticos, condiciones alimentarias o tóxicas, traumatismos. También llegó a definir, para cada droga experimentada, lo que él denominaba como patogenesia: el conjunto de síntomas recogidos para una sustancia dada, por la experimentación en el hombre sano, por la toxicología y por la experiencia clínica.

Después de seis años de trabajos, Hahnemann publicó el articulo princeps de la homeopatía, que mostraba las bases de este nuevo método terapéutico. En lo sucesivo utilizaría las drogas disponibles en función de las patogenesias que anteriormente hemos definido.

En un comienzo utilizaba dosis débiles pero todavía ponderables. Al principio de sus tratamientos tuvo ocasión de observar empeoramientos transitorios, aunque a veces violentos.

Así, una sola gota de tintura madre de belladona en 120 cm3 de agua, prescrita a razón de una cucharada de las de postre cada tres horas, en el caso de una angina roja, es capaz, antes de producir sus efectos curativos, de provocar una disfagia (trastorno de la deglución, que se vuelve dolorosa) intensa, y un aumento de la fiebre durante algunas horas.

Para evitar este desagradable fenómeno, a Hahnemann se le ocurrió, simplemente, la idea de reducir las dosis por el procedimiento de dilución.

Escribió al respecto:

No ha sido en virtud de una opinión preconcebida, ni por afán de singularidad, lo que me ha decidido por dosis tan pequeñas, tanto en lo que se refiere a la quina como en todas las otras sustancias. He llegado a esto después de experiencias y observaciones, a menudo renovadas, que me han demostrado que cantidades mayores de medicamentos, incluso cuando son beneficiosas, actúan con más intensidad de la necesaria para obtener la curación. Así que las he reducido, y, como observaba siempre los mismos efectos negativos, aunque en grado menos, he descendido hasta las dosis mínimanete posibles, las cuales ya me parecían suficientes para ejercer una acción saludable, sin que obraran con una violencia capaz de retardar la curación.

Con sustancias muy tóxicas, como el anhídrido arseniosos, Hahnemann fue llegando progresivamente al uso de diluciones infinitesimales hasta la trigésima parte de la centésima. Después extendió el método al conjunto de sus prácticas, levantando vivas controversias que todavía no se han apaciguado en nuestros días.

De este modo los medicamentos quedaban desprovistos de toda toxicidad.(Esta característica determinó que los productos homeopáticos fueran unos agentes terapéuticos irremplazables).

Doscientos años después del descubrimiento de Samuel Hahnemann, la homeopatía conoce, desde hace algún tiempo, un período de favor, aunque más entre la clase médica que entre el público en general. Resulta interesante entender el porqué de este favor y preguntarse acerca de su hipotética duración. ¿Puede la homeopatía contribuir de manera fundamental a favor de la medicina actual, o quizá debiéramos considerarla como una moda «ecológico-metafísica» que se extinguirá como un fogonazo?*


(*) Dr. PACAUD, GÉRARD. (1995) El camino de Samuel Hahnemann.El gran libro de la HOMEOPATÍA, 15-19. Barcelona: Martínez Roca