jueves, 11 de septiembre de 2008

Qliphoth o Con el número dos nace la pena

Qliphoth - Pedro Ángel Palou Descubrí este libro el viernes pasado, mientras hacía tiempo hasta que comenzara la obra teatral Suerte, de Marcelo Savignone (de la que pueden ver una reseña de una servidora aquí). Si en esa obra un hombre es dejado por una mujer y a continuación intenta mil y una formas de suicidarse, en Qliphoth, nouvelle del mexicano Pedro Ángel Palou (Buenos Aires, Sudamericana, 2003), otro hombre, en la misma situación, decide seis años después recuperar a esa mujer a través de la escritura.

Compré la nouvelle por tres razones, que suelen ser las mismas tres razones por las que compro casi todos los libros: una, porque me faltaba un libro más para completar la oferta (4 libros por 10 pesos, en la librería "Libertador", de Corrientes; mirar bien en las mesas de los costados, no en las centrales); otra, porque me llamó la atención el título y la tapa, y la última porque el texto de contratapa era lo suficientemente incitante como para querer leerla de inmediato.

La incitación era absolutamente justificada. La prosa prístina y aséptica, pero ágil y vívida a la vez de Palou me atrapó desde la primera letra y no me soltó hasta el punto final, como debe aspirar a hacer toda narración que se precie de tal. Un hombre, Andrés, no puede olvidar a una mujer, Mónica, con la que convivió apenas unos días, quizás unas semanas, hace ya seis años. Pero como precisamente quiere ya olvidarla, se pone a escribir, a ver si de ese modo la recupera (y la libera de una vez). Durante once noches (los once capitulillos en los que está dividida la nouvelle) Andrés tecleará en su máquina de escribir recuerdos, fragmentos, pensamientos... nunca la totalidad. Recupera de Mónica frases, olores, partes, pero ella entera nunca aparece. Y este ir y venir hacia el pasado, que no otra cosa es esencialmente la escritura, provoca nuevos recuerdos, rememora sensaciones, invoca fantasmas que parecían sepultados...

Nuevamente, como creo haber dicho ya en algún lugar de este blog (o en algún otro de mis idem), no es tanto el qué lo que importa (que es hasta trillado y mil veces visto, si se quiere) sino el cómo está contado. Un narrador se distingue en tanto tal, en mi opinión, cuando no sólo sabe (y tiene la autoridad suficiente para) contar lo que quiere sino cuando sabe cómo debe contarlo, de qué herramientas debe valerse, a qué recursos debe apelar para lograr el mayor impacto posible en su lector. Ese impacto que, como decía, hace que uno quiera seguir leyendo, quiera seguir devorándose la historia hasta el final.

El modo que encontró Palou para lograr ese impacto ha sido un narrador en tercera persona que es notoriamente un narrador ajeno a la historia, como si fuera un periodista o, mejor aún, un espía que cada noche se asoma a la ventana del cuarto en el que Andrés escribe, escucha música clásica y trata de rescatar algo de Mónica de las garras de su memoria. Pero esto solo hubiera sido demasiado simple y no hubiera causado impacto alguno. La vuelta de tuerca que le encontró el autor es citar, entre comillas, parte del texto que Andrés va escribiendo al tiempo que también indaga, como un narrador omnisciente, en los recuerdos y las vivencias pasadas de Andrés. De este modo, el texto amalgama presente y pasado, la Mónica de los días locos y felices y la Mónica del recuerdo, el Andrés de hace seis años y el Andrés que todavía hoy sufre por el abandono de esa mujer enigmática, impredecible y hechicera, a la que nunca conoció del todo, a la que ya nunca podrá conocer de nuevo.

Si algo hay para destacar en la nouvelle, además de la excelencia como narrador de Palou, como acabo de hacer notar, son las reflexiones filosóficas que el texto va dejando caer aquí y allá y, más todavía, quizás, las escenas eróticas. Quisiera detenerme en ambas cosas, acaso más imbricadas de lo que cabría suponer en primera instancia.

Cuando digo "reflexiones filosóficas" me refiero a párrafos de este tenor:

"Nadie puede exprimirse recuerdos y pretender que la vida siga igual; cuando alguien se examina de este modo corre el riesgo de romper la cuerda y precipitarse al vacío; sin embargo, el recuerdo es la única ¿piedad? contra la ausencia y su peso de plomo"

o de este:

"El deseo pocas veces es algo, siempre más bien es nada, su signo está vacío, no tiene lugar, o sí: su lugar es la ausencia"

o este:

"Todo lo humano hace referencia a otra cosa y todo es mentira. El amor como forma de conocimiento (¿qué otra cosa puede ser?) es también un signo que no está, que busca a otro, por lo tanto también es mentira"

o:

"La presencia del amor en nuestra vida es la raíz de toda muerte; nos revela indefensos y minúsculos como somos. Para existir, el amor necesita del desamor, de hacerse presente, ausentarse, quebrantar el orden y luego emprender la retirada. El hombre requiere de él, de sus contradicciones: locura y origen de todo mal, el amor viene y va, maltratando, ensanchando las heridas del tiempo, la incauterizable ausencia"

¿Verdad que dan ganas de seguir leyendo?

Cuando me refería a las escenas eróticas, lo hice por lo siguiente: en general, y esto lo digo como escritora antes que como lectora, cuando la escritura involucra al sexo se corre el riesgo de caer en terreno pantanoso, o mejor, en arenas movedizas. O bien se cae en una suerte de poeticidad vacua que alude vaporosamente a la anatomía de los participantes y llena la narración de metáforas de otro orden (por ejemplo, náuticas), o se cae de plano en la cursilería más vulgar o, por un camino parecido, rápidamente se desciende al infierno de la chabacanería y la grosería. No voy a entrar a discutir aquí acerca del erotismo versus la pornografía ni cosas por el estilo. Me refiero básicamente a los problemas que enfrenta un narrador a la hora de narrar el sexo. La tercera vía, ni la metaforización extrema ni la crudeza hiriente, parece ser la mejor solución, pero, claro, para ello hay que estar más que fogueado y entrenado en las artes de la narración.

Y acá volvemos al cómo se dicen las cosas. Palou logra no sólo rehuir la alusión velada que no lleva a nada así como la crudeza camioneril, sino que además alcanza un objetivo aún más loable en mi opinión: erotiza al lector. ¿Cómo logra esto? Narrando el sexo de modo tal que en la mente del que lee las escenas aparecen con una nitidez absoluta y de modo tal también que es posible sentir, en el amplio y maravilloso recinto de la imaginación, lo que los personajes sienten en ese momento. Un narrador que dosifique con buen tiento las zonas ideicas y las zonas cósicas de su relato, como las llama mi maestro, logrará, siempre, impactarnos. Y más cuando se trata de algo que a todos nos impacta de por sí, como el sexo. Si aún no creen en mis palabras, vaya aquí una de las escenas más logradas en mi opinión:

"Había despertado con una erección muy grande y no lo disimulaba. Mónica llegó al baño abrazándose a él y moviendo su pubis contra el de Andrés. Él la subió al lavabo, penetrándola, y ella se sostuvo de la cintura de él apretándole los muslos, subiendo y bajando por su pene humedecido, mientras él, con ella encima, caminaba hacia el cuarto, hundiendo a ratos su erección en Mónica que lo recibía golosa, besándolo, y él ya cansado, con los brazos hiriéndole, fue a una esquina del cuarto, recostando a Mónica en la pared y penetrándola hasta una profundidad que no conocía mientras ella llegaba y él sentía su esmegma corriéndole por los muslos, caliente. Se sentó en el suelo y luego se acostó; ella ahí, arriba de él, moviéndose y Andrés quieto, recibiéndola, gozándola. Empezó a dar vueltas con su vulva abierta, y tuvo otro orgasmo y otro, seguidos, mientras él también llegaba, gritándole y gimiendo roncamente. Fueron a acostarse juntos y él no tardó en estar fuerte de nuevo y penetrarla, succionando por todos lados, llenándola primero de saliva y luego de semen por todo el cuerpo, como símbolo último de ese acto que los confirmaba negándolos."

Para cerrar, una reflexión breve acerca del título. Como dije al comienzo, me llamó poderosamente la atención y no terminaba de comprender por qué, ni qué significaba. En ninguna parte de la nouvelle se hace referencia a esta extraña palabra, qliphoth, que mi intuición me aconsejaba buscarla por el lado esóterico, más todavía cabalístico... Busqué en la enciclopedia y nada; busqué en el Diccionario de símbolos de J. E. Cirlot y nada tampoco; abrí la Wikipedia y allí estaba: tal como había supuesto, qliphoth significa 'materia' (también 'piel' o 'cáscara') y representa a las fuerzas del mal en el judaísmo. Más aún, la materia sería la causa del mal y del sufrimiento. Por otra parte, en el Zohar se asevera que qliphah (el singular de qliphoth) es la barrera o la separación que naturalmente debe existir entre dos cosas o, como en este caso, entre dos personas, entre un hombre y una mujer que sin embargo se han amado alguna vez. Así, "la separación de los amantes es el destino último de la ilusión del amor; el desencuentro es necesario y cruel y deja al hombre solo, vejado, sin poderse quitar del cuerpo el recuerdo de ése y así encontrarse de nuevo solo, irremediablemente desamado". Por eso se me vino a las mientes el verso de Leopoldo Marechal con que titulé esta reseña.

Y ahora sí, como broche de oro, una última reflexión sobre la escritura, que me parece una verdad incontrastable, una de esas verdades (si acaso existen tales verdades) para blandir como espadas, para usar como anclas, para tener como salvavidas en caso de hundirnos en el marasmo de la pena y la desolación:

"Uno escribe por miedo, porque no hay nada que produzca más terror que la ausencia, porque el pánico de ir quedándose solo, y de ir olvidando y perdiendo -esencia de todo paso por la vida- es díficil de resistir".

Analía Pinto

No hay comentarios: