HOMILÍA EN LA FIESTA DE SAN JUAN BAUTISTA

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Excmo. Sr. Alcalde y Corporación municipal,
Hermanas y hermanos todos, religiosas y seglares:

1.- En la oración inicial de la Misa, la Iglesia nos ha presentado a S. Juan Bautista como el enviado para preparar a Cristo un pueblo bien dispuesto. Y esta misma Iglesia, con gesto maternal, nos lo ha concedido como titular de esta Santa Iglesia Catedral Metropolitana, y como Patrono de esta entrañable Ciudad nuestra que la alberga.

Teniendo en cuenta este doble patronazgo, verdaderamente providencial, nos corresponde no sólo invocar la protección de S. Juan Bautista para que nos alcance los bienes que deseamos, sino, sobre todo, pedirle que, como el maestro, nos dé a conocer los bienes que debemos desear.

2.- Aceptar al santo como patrono supone, en primer lugar, que recurrimos a él para que realice en nosotros, como pueblo, lo mismo que realizó en los tiempos de su predicación en el mundo. Según la oración referida, lo que realizó fue preparar para Cristo un pueblo bien dispuesto. Él había sido elegido y enviado como precursor del Mesías, de Jesucristo nuestro Señor.

Lo primero que plantea la significación del patronazgo de Juan Bautista sobre Badajoz entero, es si acaso no habrá perdido su actualidad y su oportunidad, en medio de una sociedad plural, ajena en muchos casos a la fe cristiana, e integrada por personas de diversas religiones y creencias. A simple vista parece fuera de lugar pedir al cielo que todos estén dispuestos para recibir a Jesucristo, como Juan Bautista hizo en Judea antes de que llegase el Mesías esperado.

Sin embargo, esta súplica, bien entendida, no margina a nadie, no puede herir ninguna sensibilidad religiosa, ni ha de causar molestia las personas que viven al margen de la fe. La razón es muy sencilla, al menos si se entiende esta súplica tal como la Iglesia la expone. Veamos:

3.- En primer lugar, queda muy claro que pedimos a Dios la buena disposición del pueblo ante la persona de Jesucristo, verdadero Dios, al tiempo que hombre verdadero desde su Encarnación.

Disponerse bien ante Dios equivale, entre otras cosas, a lograr una actitud de apertura ante la Verdad; una disposición sincera hacia la justicia; una vivencia profunda del amor; y la voluntad expresa de procurar la paz interior y la paz social en el mundo entero. ¿Hay en ello ingerencia alguna en la libertad personal y social?

La única discrepancia podría surgir en algunos al escuchar que nuestra súplica se refiere, en definitiva, a que nosotros, los cristianos, entendemos que Cristo es la Verdad; que Cristo es la expresión máxima del amor de Dios, universal y desinteresado; que Cristo es la justicia ejercida con misericordia infinita; y que Cristo es la paz que colma todos los deseos, porque está fundamentada en el amor. Pero ¿no es la verdad, la justicia el amor y la paz lo que todos deseamos? Pues nosotros, en el día de hoy, llevados del sentido de fraternidad universal, que se funda en el hecho de que todos hemos sido creados por Dios y llamados a ser hijos suyos, pedimos para todos y, especialmente para los habitantes de nuestra querida ciudad de Badajoz, los dones de la verdad, de la justicia, del amor y de la paz. Ojalá todos recibieran este precioso regalo, aunque desconocieran o rechazaran, de momento, su origen. Y ojalá, disfrutando de esos dones, llegaran un día a descubrir la fuente de donde brotan.

4.- Es cierto que no todos creen en la existencia de una verdad objetiva y universal, capar de ser válida referencia para el hombre en todas sus circunstancias y momentos. Pero es muy importante para vivir en la justicia, en la paz, y en la concordia -que nace del amor-, entender que la verdad no es verdad por la cantidad de gentes que se la creen, sino porque es la verdad. La verdad objetiva existe aunque el relativismo y el subjetivismo actuales la nieguen. Jesucristo es la verdad aunque muchos no crean en él.

La verdad nos trasciende constantemente en sus manifestaciones concretas y terrenas, sean materiales o espirituales. De hecho, cuanto más estudiamos, más verdad descubrimos. La universal curiosidad que invade el alma humana, y la dedicación constante a la investigación, constituyen una clara muestra de ello.

Además de ello, cuando vivimos desde la fe, alcanzamos a conocer la Verdad que nos trasciende aún si hubiéramos colmado la capacidad humana de descubrimiento y de progreso; porque la Verdad absoluta es Dios: “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida”. “Yo soy la luz; quien me sigue no anda en tinieblas”. La verdad plena no es compatible con defecto ni error alguno. Por eso, la Verdad en la que todas las supuestas verdades encuentran su verificación, no pertenece a este mundo. Fue Jesucristo quien nos la dio a conocer al encarnarse y compartir la historia con nosotros presentándose como hijo de Dios, como hizo al decir: “Quien me ve a mí ve al Padre”.

La Verdad absoluta no es de esta tierra, pero es absolutamente necesaria para regir esta tierra. De hecho, a medida que se prescinde de ella en este veloz proceso de secularización antropocentrista, en esa misma medida va desdibujándose la identidad de la persona humana, la sociedad se va deshumanizando, se contradice toda afirmación sobre la dignidad de la persona, y crece el ataque frontal y desconsiderado a la vida de la persona, especialmente de las más débiles e indefensas, aunque vivan su situación más inocente.

Pero ese conocimiento de la Verdad sobrenatural, que es Dios, Jesucristo la dejó velada todavía al hombre a causa de nuestras limitaciones. El Señor la proclamó de modo que todos tuviéramos noticia de ella. Pero no quedará patente a los ojos humanos, hasta que gocemos de la vida eterna, enriquecidos con el don de la visión beatífica. De ahí las dudas, la necesidad de vivir desde la fe, de acercarse a la divina revelación en que se encierra la noticia cerca de Dios, de nuestra vida terrena y de nuestro futuro después de la muerte.