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07 febrero 2009

Cartilla De Racionamiento Albacete



Cartilla De Racionamiento Albacete




A partir del año 1940 después de la Guerra Civil española, debido a la escasez de materia prima por los campos mermados por las bombas. Y por el bloque económico internacional dificultaba el abastecimiento básico de la población española.



Para garantizar un reparto más equitativo de los productos se hicieron todo tipo de tarjetas de Racionamiento... Tabaco, azúcar, arroz, pan, aceite, judías... La fecha de la instalación de la misma fue en 14 mayo de 1939 y se abolieron en el año 1952.








Cartilla de Racionamiento de Tabaco a favor de José Alfaro Andújar, natural de Albacete.

Foto remita por Jose Luis Alfaro(hijo).











«Después de la guerra la nación quedó empobrecida. No había pan y el Estado te quitaba la mayor parte de lo que trabajabas... Si trabajabas tenías que dar el cupo a la Fiscalía.» 
 
 
La escasez de alimentos trajo el racionamiento, y el racionamiento trajo el estraperlo. Así, en la provincia de Cuenca, los labradores molían por la noche y ocultaban dos o tres costales en el monte. «Era la única forma de no morirse de hambre», que con lo que se conseguía con las cartillas de racionamiento (en Rute 15 kilos al mes por familia) no era suficiente. Por eso en los pueblos se comía mejor que en las ciudades. Los guardeses de las grandes fincas de Extremadura, por ejemplo, no carecían de nada. Sin embargo, había pueblos en que a los que habían sido rojos no les daban trabajo, con lo que tampoco tenían derecho a la cartilla de racionamiento, y tenían que ir al campo a coger algarrobas para venderlas.

«Si por algo se caracteriza la postguerra, es por el hambre y la miseria que hubo. Fíjese si había miseria que cuando alguien tiraba a la basura unos pantalones rotos, estos eran recogidos por cualquier vecino para con ellos remendarse los suyos propios.»



Las cartillas de racionamiento
 
Los fascistas ocuparon Madrid el 28 de marzo de 1939 y hasta el 8 de abril no entraron en la capital trenes con alimentos. 
 
«Solo los soldados tenían víveres —recuerda Pedro G. González— y muchos ciudadanos se vieron obligados a cambiar monedas o joyas de oro por un chusco de pan negro, otros acudían a los cuarteles a pedir las sobras y muchas mujeres tuvieron que prostituirse por un poco de alimento.»

Poco después de la llegada de los primeros trenes de aprovisionamiento a Madrid, el Auxilio Social empezó a repartir raciones hasta que a mediados de abril el gobierno autorizó la venta libre de alimentos. Un mes después se impuso la cartilla de racionamiento y se creó la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes (Comisaría de Abastos en el lenguaje popular) que se encargó de repartir los artículos.



Había dos tipos de cartillas: una para la carne y otra para lo demás. Cada persona tenía derecho a la semana a 125 gramos de carne, 1/4 litro de aceite, 250 gramos de pan negro, 100 gramos de arroz, 100 gramos de lentejas rancias con bichos la mayoría de las veces, un trozo de jabón y otros artículos de primera necesidad entre los que se incluía el tabaco. A los niños se les daba además harina y leche y a los que habían pertenecido al ejército franquista se les añadía 250 gramos de pan.



«Muchas personas, entre ellas mi abuela, borraban los sellos que ponían como señal de haber sido entregados los alimentos con miga de pan y mandaban a las niñas más pequeñas otra vez a la cola a por más comida.» 
 
 
 
 
El racionamiento duró hasta 1953 y, unido a la imposición de precios bajos, provocó la aparición del mercado negro y una situación en la que sólo los que tenían riquezas e influencias podían vivir adecuadamente. No obstante, con el establecimiento del mercado libre de alimentos los precios eran tan altos «que una familia normal sólo podía proporcionarse los alimentos básicos (un kilo de jamón costaba 18 pesetas).»



«Las cartillas son de 1ª, 2ª o 3ª categoría. Los productos que se entregaban eran básicamente: garbanzos, boniatos, bacalao, aceite, azúcar y tocino; de cuando en cuando se encontraban maravillas como café, chocolate, membrillo o jabón. Rara vez se repartía carne, leche o huevos, que solo se encontraban en el mercado negro. 
 
El pan, que era negro, porque el blanco era un artículo de lujo, quedó reducido a 150 ó 200 gramos por cartilla. Se tenía que contar con el permiso de las autoridades para hacer la matanza. Muchas veces en las casas se hacía el pan por la noche para evitar a los agentes de la Fiscalía, pero al día siguiente lo encontraban por el olor y decomisaban el pan. A veces la gente desenterraba los animales muertos y se los comía.



Las cartillas de racionamiento establecían una ración de 150 gramos de pan por persona, pero «los militares, guardias y curas...» tenían derecho a 350 gramos. 
 
 
Los delegados de Abastos «eran los encargados de requisar los alimentos en todos los lugares, dejando a los habitantes [de los pueblos] un mínimo de alimentos para poder vivir, aunque pasaron mucha hambre.» En Pinilla de Jadraque los campesinos ocultaban el trigo para no morirse de hambre.



El nuevo Estado precintó todos los molinos en Tramacastilla de Albarracín, pero los paisanos durante la noche, con riesgo de la Guardia Civil, llevaban el trigo a moler a los molinos del monte, que eran de «tan difícil acceso que solamente podía llegarse a ellos mediante caminos de herradura», o a otros de tan insignificante caudal de agua que no habían sido precintados. 
 
 
Algunos vecinos de Belvís de la Jara (Toledo) se iban a moler el trigo a la Nava o al Martinete porque la Guardia Civil los perseguía. F. Bodas molía por la noche el trigo con conseguía a cambio de aceite obtenido «echando agua hirviendo en un saco de aceitunas y estrujándolo a la vez.»



En las ciudades se racionaba todo tipo de alimentos, pero en los pueblos sólo el arroz, el aceite y el azúcar.







Jose Luis Alfaro(hijo)

Aurelio Mena Hornero










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