El otro día llegué tarde al trabajo por culpa de esto:
No lo pude evitar: paré el coche en el arcén para, por un rato, olvidarme de todo y contemplar los cambios de color de las nubes que se convertían en magia. Las ciudades también tienen sus atardeceres que disipan con su luz la fealdad de las aceras antes de que la noche lo cambie todo.
No hay dos amores iguales, ni dos lágrimas iguales; tampoco hay dos atardeceres iguales, aunque el sol desaparezca todos los días desde hace millones de años.
2 comentarios:
Es un placer reencontrarte en el mundoblog. Espero que ese café no se haga esperar. Por cierto, bonita foto. Besitos.
P.D: Desde mi azotea ya se divisan los atardeceres que tú dibujas.
Esta semana y la otra las tengo un poco chungas, pero luego no te podrás escaquear, jeje.
Un beso
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