viernes, 9 de septiembre de 2011

Artículo: Persona y Personalidad, Conócete a tí mismo


Del folleto o libro sobre la Persona y Personalidad (2004), del padre Enrique Cases (www.teologiaparavivir.net), tomamos la relacionada con el conocimiento de sí mismo en el apartado sobre la antropología teológica.  Responde a la pregunta ¿quién es el hombre?

Pbro. Enrique Cases

El Pbro. Dr. Enrique Cases nació en Barcelona en 1943.  Es Doctor en Teología y Licenciado en Ciencias Químicas.  Ha sido profesor de la Universidad de Navarra y de en Universidad Internacional de Cataluña.  En 2005 organizó el Congreso Árbol de la Vida, sobre la vida en sus inicios, con ponencias de biomedicina, filosofía y derecho, otorgándose premios de novela y de investigación para universitarios y bachilleres.  En 2007 fue presidente del Congreso Mariano sobre María y la Mujer.  Actualmente ejerce su ministerio sacerdotal en Barcelona.



Conócete a tí mismo

gnosti te autvn (nosce te ipsum). Esta inscripción, puesta por los siete sabios en el frontispicio del templo de Delfos, es clásica en el pensamiento griego. En todos los tiempos muchos pensadores han reflexionado sobre ella con variados matices siguiendo el ejemplo de Sócrates y Platón[1]. La sabiduría de Occidente comienza, en su vertiente filosófica, con este pensamiento, intentando alejarse de adivinanzas y supersticiones.

Parece que el origen del adagio se remonta a escritos antiguos de Heraclio, Esquilo, Herodoto y Píndaro; y surge como una invitación a reconocerse mortal y no dios. Sócrates lo eleva a un nivel filosófico como un examen moral de uno mismo ante Dios. Platón lo orienta hacia la verdadera sabiduría en un fantástico sistema de pensamiento. Erasmo dirá que es el inicio del filosofar en cuanto lleva a la conciencia humilde de “saber que no sabe nada”[2]. Los Padres de la Iglesia lo toman y también lo encuentran en los escritos bíblicos (Cant 1,8. “si tú no te conoces, seguirá el camino del rebaño”; Dt 15,9 “attende tibi” “estate atento a ti mismo”). San Agustín hace célebre el aforismo elevándolo también a Dios diciendo que el fin de la vida es “noverim te, noverim me” “conocerte y conocerme”[3]. El hombre se conoce cuando va al fondo de sí mismo y ahí encuentra la imagen de Dios. Por esta senda marcharán muchos medievales en este espíritu humanista de pensar.

En la modernidad resurge con muy diversos tonos e interpretaciones, también en el magisterio de la Iglesia[4] en su defensa de la verdad. También se dio en otras culturas antiguas: Israel, los Veda y Avesta, Confucio, Lao-Tsé, los Tirthankara, Buda, Homero, Eurípides, Sófocles, Platón y Aristóteles. La búsqueda filosófica no surge de preguntarse ¿quién es Dios? sino ¿quién es el hombre? De lo más cercano a lo más alto y profundo. Nosotros vamos a seguir el camino del hombre. En tiempos más próximos Scheler y Heidegger hacen notar nunca hemos sabido tantas cosas sobre el hombre y nunca hemos sabido menos del hombre. Es lógico que así suceda cuando se prescinde de la Revelación por una parte, y por otra de los conocimientos de la filosofía perenne.

El Cristianismo aporta una gran novedad sobre el hombre con la noción de persona. Los griegos no tenían esta noción, ni los latinos, ni se da en ninguna de las culturas del ancho mundo en aquel momento histórico. La persona además de su individualidad, de su autonomía y de su racionalidad, es algo más; Polo dice que es “además” pues cuando descubrimos algo siempre hay algo más.. Es un ser con dignidad por sí mismo, no por la pertenencia a un clan, familia o pueblo. Tiene unas características sorprendentes: es mortal e inmortal; individual y tan relacionada con los demás que la solidaridad es necesaria para alcanzar su plenitud. La persona tiene una grandeza tan impresionante, que se puede decir que está divinizada, pues Dios habita en su interior, y, al mismo tiempo, es muy cercana al mundo animal y vegetal. Las diferencias corporales con algunos animales son muy pequeñas –en cuanto al DNA por ejemplo- y, sin embargo, sus actividades son infinitamente distintas de un modo evidente. Sufre y puede superar el dolor. Su vida tiene un sentido, no sólo durar y sobrevivir. Es libre y puede amar. Ama la belleza y la genera. El hombre supera infinitamente al hombre, decía Pascal, refiriéndose a ese algo tan superior a la materia que le forma. Además está la riqueza de los sentimientos. La persona humana es capaz de Dios; desea naturalmente a Alguien que le supera infinitamente. El progreso de la tierra, o su destrucción, está en sus manos. Individualmente puede alcanzar niveles altísimos de perfección, o decaer en la degeneración. La perspectiva que vamos a tomar para estudiar al hombre es ésta: su persona y su personalidad.

Vamos a preguntarnos desde muchos puntos de vista ¿quién es el hombre? Y más en concreto ¿es persona el hombre? Para ello tomaremos los grandes avances de la filosofía perenne y muchos restos de la modernidad; pero con la ayuda de la Revelación, pues un cristiano no puede desaprovechar lo que sabe con certeza porque cree que Dios revela desde el Silencio su Palabra para que el interrogador sea libre por la verdad y el amor.

Mucho perjuicio hizo al progreso del pensar y amar humano la rotura del nominalismo en el siglo XIV aún no superada. De una parte se perdió la metafísica y se separó de la filosofía que se convirtió en un galimatías lógico. No en vano dice Cardona que la inteligencia del ser como acto, del Esse y del actus essendi participado no la tuvo Santo Tomás de Aquino sin una especial ayuda divina. Muchos de sus seguidores la perderán; y más aún los que no la tienen ni de nombre, así se entiende la crítica y la queja de Martín Heidegger ante el olvido del ser y de olvidarse de ese olvido. De hecho muchos se pierden en crucigramas ingeniosos y lógicos, pero irreales, perdiendo la noción de Dios de una parte –gravísima pérdida-, y, de inmediato, pierden al hombre no sólo teóricamente, sino con crueldades inconcebibles como se ha visto en el siglo XX, llamado el siglo breve, pero que se podría llamar también el siglo de Caín, o el siglo sin Padre, que llevó a que los hermanos dejasen de serlo. En la actualidad, además de la crítica que se pregunta ¿qué ha pasado?, se experimenta en los más lúcidos una nostalgia que puede llevar al buen puerto de situarse valientemente ante el misterio. Da más luz una ventana entreabierta al amanecer, que la vela medio extinguida en una habitación cerrada. Hay que abrir las ventanas con ansia y con prudencia. Nosotros lo vamos hacer mirando al mismo tiempo al hombre y a Dios con una actitud que quiere ser audaz y abierta a las preguntas verdaderas, superadas ya las ideologías que encerraron la verdad en interpretaciones, que tanto daño han hecho en el pasado y en el presente.

Blaise Pascal dice acertadamente: “¡Qué quimera el hombre! ¿Qué novedad, que monstruo, qué caos, que contradicción, qué prodigio! Juez de todas las cosas y gusano infecto, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y error, gloria y desecho del universo”. Suscribimos esta idea de contraste, pues el propósito de estas páginas es conocer al hombre en sus contradicciones y es sus enormes posibilidades. El reciente premio Nobel de literatura Imre Kertësz, con su experiencia vivida del holocausto pagano-nazi dice: “el instrumento de la destrucción se llama ideología: lo grave es que la masa, que nunca participó de la cultura, absorbe las ideologías como cultura”. Suscribo esta idea añadiendo que la ideología es sólo una explicación razonada de la realidad, que queriendo, o sin querer, la limita. La ideología tiende al totalitarismo, casi con necesidad. La realidad, con su amplitud y riqueza, lleva a la libertad y al respeto, pues es Misterio.

La Ilustración, con todo su entusiasmo, fue en paréntesis con malas consecuencias como detecta el posmodernismo, por ello estamos de acuerdo con Bruno Forte cuando dice: “Entre el triunfo de la identidad y la apología de la diferencia, resuelta en el dominio omnicomprensivo de la nada, entre el tiempo de la ideología y del nihilismo, la causa del hombre exige que se busque un camino distinto “entre los tiempos”, capaz de escaparse tanto de la seducción alienante del pensamiento solar, como del hechizo trágico de la victoria final sobre las tinieblas. En la tradición judeo-cristiana la que ofrece la posibilidad de esta concepción del hombre, fruto del encuentro entre la identidad y la diferencia; es la antropología del Absoluto que entra en la historia, permaneciendo Otro y soberano respecto de la misma, del Transcendente que viene a habitar y a redimir el éxodo de la condición humana, de la Gloria que se comunica a los días de los hombres, abriéndolos al don de la vida eterna, de la alianza de Dios con el hombre y del hombre con Dios”[5].

Un ejemplo de lo dicho son los epígonos triunfantes de este talante de los tiempos de la Ilustración. Por su gran influencia citamos a tres que tienen una clave con la cual abordan todas las cuestiones del hombre, son Marx, Freud y Nietzsche Los tres prescinden de Dios, y los tres apoyan su visión del hombre en algún aspecto negativo, muy lejano al amor. Por eso se les suele llamar “maestros de la sospecha”.

Karl Marx dice que la clave de toda la realidad es la economía. La alineación económica explica todo lo demás. Sigmund Freud hace lo mismo con la líbido sexual, y con ella pretende explicar todo. Nietzsche es más complejo, pero también tiene una clave para explicar todo, y es la voluntad de poder del hombre. Son tres soluciones pesimistas. Si nos fijamos, es posible observar que cada teoría refleja una de las tres heridas del alma después del pecado de origen, como señala San Juan: “todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida”[6], es decir: sexo lujurioso, avaricia de dinero o riquezas, y orgullo o ansia de poder. Es decir, realidades parciales de lo que es el hombre y, además, negativas. No saben encontrar lo positivo, y eso es grave. Bien distinta es Edith Stein cuando para conocer al ser humano comienza “tratando de comprender la espiritualidad. Espiritualidad personal quiere decir despertar y apertura. No sólo soy, y no sólo vivo, sino que sé de mi ser y de mi vida.Y todo esto es una y la misma cosa. La forma originaria del saber que pertenece al ser y a la vida espiritual no es un saber a posteriori, reflexivo, en el que la vida se convierte en objeto del saber, sino que es como una luz por la que está atravesada la vida espiritual como tal. La vida espiritual es igualmente saber originario acerca de cosas distintas de sí misma. Quiere decir estar cabe otras cosas, mirar en un mundo situado frente a la persona. El saber de sí mismo es apertura hacia dentro, el saber de otras cosas es apertura hacia fuera”[7].

La clave de esta antropología es la noción de persona en un sentido muy concreto, de ahí surge todo lo demás: libertad, pensamiento, belleza, corporeidad, amistad, solidaridad, pensamiento libre, verdadero amor, etc. No en vano el Papa Juan Pablo II ha hablado de la necesidad de una antropología más metafísica, inspirándose en una filosofía abierta a la trascendencia. El Santo Padre propone «regresar a la metafísica». Hace ver como «hoy junto a descubrimientos científicos maravillosos y progresos tecnológicos sorprendentes asistimos a dos grandes olvidos: el olvido de Dios y del ser, el olvido del alma y de la dignidad del ser humano. Esto engendra a veces situaciones de angustia a las que es necesario ofrecer respuestas ricas de verdad y esperanza», por ello «es necesario regresar a la metafísica».

No sirven las soluciones negativas, ni son suficientes las quejas, son necesarias las soluciones positivas reflejos de la verdad profunda, como señala Juan Pablo II: «muchos de nuestros contemporáneos se preguntan: si Dios existe, ¿cómo puede permitir el mal? Es necesario explicar que el mal es la privación del bien debido, y el pecado la aversión del hombre por Dios, fuente de todo bien. Un problema antropológico, tan central para la cultura de hoy, sólo puede encontrar una solución a la luz de eso que podríamos definir una "meta-antropología". Es decir, de la comprensión del ser humano como ser consciente y libre, "homo viator", que es, y que al mismo tiempo, está en devenir (...)La cultura de nuestro tiempo habla mucho del hombre y sabe muchas cosas sobre él, pero con frecuencia da la impresión de ignorar quién es verdaderamente. En efecto, el hombre sólo se puede comprender plenamente a sí mismo a la luz de Dios. Es "imagen de Dios" ("imago Dei"), creado por amor y destinado a vivir en la eternidad en comunión con Él»[8]. Como dice Pascal: “Sólo existen dos clases de personas razonables: las que sirven a Dios de todo corazón porque le conocen, y las que buscan le de todo corazón porque no le conocen”. Para ambos van estos escritos.Para ello es necesaria la sabiduría en el sentido de la antigüedad, también bíblico, superando los racionalismos estrechos, no la razón, pero abiertos al misterio.

Juan Pablo II comenta al meditar sobre la oración del fiel que pide a Dios el don de la Sabiduría (9, 1-6.9-11):
”Dios de los padres, y Señor de la misericordia,
que con tu palabra hiciste todas las cosas,
y en tu sabiduría formaste al hombre,
para que dominase sobre tus criaturas,
y para regir el mundo con santidad y justicia,
y para administrar justicia con rectitud de corazón.
Dame la sabiduría asistente de tu trono
y no me excluyas del número de tus siervos,
porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva,
hombre débil y de pocos años,
demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes.

“Cuando Salomón, en los inicios de su reino, se dirigió a los altos de Gabaón, donde se levantaba un santuario, y después de haber celebrado un grandioso sacrificio, en la noche tiene un sueño-revelación. Por petición misma de Dios, que le invita a pedirle un don, él responde: «Concede, pues, a tu siervo, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal» (1 Reyes 3, 9)” Nosotros tenemos la misma petición “Es fácil intuir que esta «sabiduría» no es la simple inteligencia o la habilidad práctica, sino más bien la participación en la mente misma de Dios que «con tu sabiduría formaste al hombre» (Cf. v. 2). Es, por tanto, la capacidad de penetrar en el sentido profundo del ser, de la vida y de la historia, yendo más allá de la superficie de las cosas y de los acontecimientos para descubrir el significado último, querido por el Señor”. Por eso “De la mano de la Sabiduría divina nos adentramos confiados en el mundo. A ella nos agarramos, amándola con un amor conyugal como Salomón, que como dice el Libro de la Sabiduría confesaba: «Yo la amé [la sabiduría] y la pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un apasionado de su belleza» (8, 2)[9] enseña Juan Pablo II.

Añadamos un poco de prosa poética más elocuente que el seco concepto.

¿Qué es el hombre para que te fijes en él? ¿Qué los hijos de Adán para que pienses en ellos? El hombre es igual que un soplo, sus días, una sombra que pasa. Somos poco, soplo, sombra, casi nada.

Si Tú lo dices es verdad, pero el hombre es un hijo, espíritu inmortal vestido en carne, fuerza de libertad, amor amante, digno de ser amado y para siempre. Lo efímero lo marca el tiempo, lo permanente, el Eterno.




[1]S. Pié-Ninot. Teología Fundamental. Ed Secretariado Trinitario.Salamanca 1996. pp.96-111
[2]Erasmo de Rótterdam. Opera omnia 2/2 Amsterdam 1998, p. 117-120
[3]San Agustín Soliloquium III,1
[4]Fides et ratio, 1-6
[5]Bruno Forte. La eternidad en el tiempo. Ed. Sígueme 2000, p.36
[6]1 Jn 2,16
[7]Edith Stein La estructura de la persona humana. Ed BAC Madrid 2002 p. 62
[8]Juan Pablo II, mensaje 24.VI.02
[9]Juan Pablo II. Alocución 29.I.03


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