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Me reflejo en los ojos de mi abuelo.
Soy como él:
saboreo su legado.
Viejos y torpes
como lo que ha brotado de nuestras manos,
hijos invisibles que nos abandonan
en viciosos círculos de muerte.
Canciones rotas y disonantes,
hermanas de la jauría y del aullido.
Canciones torpes y viejas,
como los cuerpos que hemos tocado
con el extraño olfato de las manos.
Agujereadas manos
que han retenido la lluvia,
dedo inútil que señala
una sombra que no existe.
He de reflejarme en la soledad
de mi abuelo,
en su condición de niño
que contempla el parque
al que ya no podrá recurrir
para las citas inconclusas.
Necio como el abuelo,
torpe como sus hijos y el hijo de su hija.
El más torpe y viejo de sus engendros.
Habré de ser mi abuelo
ahora que va acercándose
al inútil acontecimiento de la muerte.
Habré de caminar sobre sus pasos,
habré de inventar las huellas que él,
viejo y torpe,
se aseguró de borrar a cada paso.
Tal vez por ello llegará tarde a la muerte.
Tal vez por ello nunca llegaré a la vida.
Soy hermano de mi abuelo.
Nací muerto y mi nombre
repite los signos
de la diáspora infinita.