miércoles, 26 de agosto de 2009

La Tierra antes y después


Hace poco en un reportaje se hacía una hipotética visión de lo que sería la Tierra si desapareciera el ser humano.
Al cabo de 500 años, y mediante una simulación por ordenador y a gran velocidad, se veía cómo irían cayendo los rascacielos, deteriorados en sus cimientos por la acción erosionadora de la Naturaleza. Los coches terminarían consumidos por el efecto del aire, el sol y la lluvia, convertidos en una especie de polvo oxidado que se confundiría con la tierra. Las calles y carreteras serían invadidas por la vegetación y los árboles. Los riachuelos que antaño recorrían esas rutas, antes de que la mano del hombre hubiera alterado el estado natural de las cosas, volverían a sus antiguos cauces.
Las presas empezarían a reventar, al no poder sujetar sus deteriorados muros tanta cantidad de agua, anegando kms. de terreno.
El mar invadiría muchas poblaciones costeras al haber aumentado su nivel por efecto del deshielo glacial, que ya padecemos.
En verdad el paisaje se tornaría salvaje como el que había hace millones de años, sólo que con otro tipo de fauna.
La Naturaleza volvería a enseñorearse de todo lo que le había sido arrebatado. A veces pienso que quizá la Tierra estaría mejor sin nosotros.
Pero si este reportaje hacía una reconstrucción futurista de lo que sería nuestro planeta dentro de unos cuantos siglos (quién va a estar ahí para comprobar si va a ser así), no fue menos interesante otro que vi en el que se recreaba también informáticamente cómo fue la formación de los continentes (tampoco ninguno de nosotros estuvo allí para corroborarlo).
A parte de la existencia inicial de una gran masa de tierra que en un momento dado empezó a resquebrajarse y a dividirse en muchos trozos, que viajaron por los mares y océanos hasta formar los continentes que hoy conocemos, se decía que el pequeño trozo de tierra que unía América del Norte y del Sur, lo que hoy conocemos como el istmo de Panamá, se formó por la acumulación de material volcánico del fondo del mar. Cuando empezó a emerger, separó el océano Atlántico del Pacífico. Las corrientes cálidas que pasaban del primero al segundo ya no pudieron seguir mezclándose, y entonces se dirigieron hacia el norte, siguiendo la línea de costa norteamericana. No existía el casquete polar ártico, pero esas corrientes calientes produjeron una gran evaporación al mezclarse con las aguas de esa zona, que estaban más frías. La atmósfera se enfrió rápidamente, cayendo en copiosas precipitaciones de lluvia y nieve, lo que enfrió ese hábitat y produjo la masa helada que hoy conocemos como Polo Norte.
El agua helada tiene una concentración salina mucho menor que el resto de agua de mar. Cada vez que el casquete polar se deshiela, el agua como es menos densa, cae al fondo del mar y se dirige empujada por las corrientes hacia el Sur, dando luego la vuelta por África y volviendo a completar el recorrido hacia el Norte.
La cuenca mediterránea estaba vacía de mar, y cuando ya estaba a punto de sobrevenir una era glacial, se rompió el trozo de tierra que unía la península ibérica con el continente africano, lo que conocemos como estrecho de Gibraltar, y el agua del Atlántico invadió la cuenca, anegándola. El clima cambió a raíz de ésto, suavizándose las temperaturas.
En la actualidad el océano Atlántico está creciendo, en detrimento del resto de los mares.
Tanto la reconstrucción del pasado como la de nuestro posible futuro resultan igualmente increíbles, pareciera que nos estuvieran contando una película de ciencia-ficción, aunque a mí me parece mucho más interesante todo lo que aconteció hace millones de años que lo que sucederá dentro de otros tantos.
Todo puede suceder. Como oí decir una vez, el destino es la única fuerza cósmica con un trágico sentido del humor.

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