sábado, 11 de junio de 2011

LA SEDUCTORA (2)

La seductora tenía una belleza casual. Casual como lo es la pose de un cuerpo desnudo para un estudio fotográfico: de aparente ingravidez pero demarcada por límites precisos. No era una belleza evidente. Era una belleza que ella, la seductora, sabía transmitir partiendo de elementos aislados: unos ojos color laurel, transitando entre el verde y el marrón. De cerca se adivinaban los pigmentos ambarinos que interrumpían la uniformidad jade. Parecían el polen esparcido por una abeja sobre una flor de otoño. Una boca irregular. El labio superior no ejercía el reflejo deseado que sobre una hoja de espejo se esperaría. Así, el labio inferior no correspondía a la imagen invertida del superior. Sobresalía levemente y de lejos el efecto era de pájaro que se acercaba abriendo  las alas desde una perspectiva equivocada. En el centro se elevaban como dos dunas en el desierto. Y descendían en suave pendiente hasta transformarse en una línea recta y oscura. Su cuerpo era proporcionado y amable. Unas extremidades delgadas que se unían en inequívoca expresión de gratitud a un tronco recio, abandonado al uso de los placeres. Las líneas de los senos se interrumpían en súbito encuentro con el vientre curvilíneo que borraba todo indicio de intencionalidad en la actitud suya de seducir desde un perfeccionismo abominable. Era un cuerpo con los signos del abandono propios de quien se sabe poseedor de otros atractivos más suculentos. Y precisamente ese halo ajado le otorgaba más belleza si cabe por la expresión de casualidad que transmitía. Un don recibido sin algarabías.

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