Para aumentar su belleza, las labores textiles se rematan con trabajos de ganchillo y macramé. Su respectiva introducción en La Palma corresponde a diferentes culturas, gustos y modas en el tiempo. En su Descripción de las Islas Canarias (1764), George Glas ponía acento delicado cuando recogía que las sábanas, almohadas y la colcha van en general adornadas con flecos o franjas, o caladas. Vieja crónica que evidencia el gusto de las mujeres canarias por los trabajos de remate del textil, utilizado cotidianamente en los hogares. Desde el momento que el ser humano sintió la necesidad de cubrirse el cuerpo, sintió paralelamente la de adornarse. Como otras labores artesanas, el caso del macramé (en realidad, oficio de flecos y pasamanería) estuvo reservado y se consideraba oficio de varón. En La Palma del siglo XVI, se conoce el establecimiento, de al menos de diez hombres con el oficio de calcetero, que componían medias y calcetas de punto.

 

En 1885, la viajera británica Olivia M. Stone admira los trabajos de una anciana palmera: algunos eran una especie de macramé, sólo con hilo de ganchillo, y que utilizaban en los extremos de las toallas. En los siglos XIX y XX, la mujer recibe en las escuelas de la isla nuevas enseñanzas: se trataba de las llamadas labores del hogar. Gracias a esas maestras, se unen en La Palma las viejas técnicas tradicionales con otras que se incorporan más modernamente. Son los casos del macramé y el frivolité, cuya difusión se debe, en gran medida, a la enseñanza de diferentes maestras destinadas como docentes a la isla. La memoria popular había relegado al olvido estas labores.

El ganchillo en La Palma, más conocido como croché responde más a necesidades domésticas que a una producción vista para el comercio. Pueden encontrarse los más variados estilos, puntos y usos en el croché palmero. Diferentes hilos, colores y utilidades configuran un amplio muestrario en la oferta, entrelaza por una aguja conocida con las voces gancho, ganchillo y crochet. La austriaca Thérese de Dillmonte publicó en 1884 su conocida obra Enciclopedia de Labores de Señora, en la que desarrolla las labores del ganchillo, diciendo:

Es necesario que la punta del ganchillo esté cuidadosamente acabada, que nos sea demasiado aguda, y sea, en cambio, bien redondeada. Los ganchillos deben ser ligeros para no cansar la mano.

 

El frivolité es una continuación de la labor anterior; esta vez mediante otro útil en forma de minúscula lanzadera de madera o nácar, con la que la artesana teje, sobre almohadilla dura o sobre la mano, nudos y barquillas que forman anillos, círculos y semicírculos. Una vez terminados, son el complemento indispensable para aumentar el bello y delicado adorno de otros trabajos textiles -especialmente, el de la seda-, como si de una frivolidad de tratara, según sugiere su propio nombre.

Las viejas técnicas de macramé (voz de origen árabe) se agrupan a los trabajos de flecos y pasamanería que se obtienen con la conjunción de tejido de hilos con nudos. Estas antiguas técnicas se refugiaron en los conventos femeninos hasta que el siglo XIX recupera un nuevo renacer y progresiva implantación. Por esos años era usual encontrar en viviendas de La Palma un extraño útil: una almohadilla acolchada, montada sobre una madera, que se atornilla sobre una mesa. Hoy en día, se han simplificado las labores de tejido sobre una almohadilla, común para otras labores.

Los diferentes diseños se desarrollan a base de nudos con hilo de algodón fuerte y resistente, que evita su ruptura al trabajarlo. Es el complemento necesario para un sinfín de utilidades: toallas de lino, colchas, mantones, fajas tradicionales y otras prendas de vestir.

La mujer palmera, heredera de diferentes culturas que arribaron durante cinco centurias a la isla, es capaz de transformar simples hilos continuos en auténticas filigranas cargadas de arte y belleza.



Copyright: Textos cedidos por ADER-La Palma.
Autora: María Victoria Hernández Pérez.

 

 

Las labores artesanas palmeras son, por su propia esencia, procesos lentos, mimados, en los que no se tiene en cuenta las horas, sino la calidad del producto final. Están destinadas al disfrute y goce de los amantes de lo verdadero y auténtico, guardan las más ancestrales técnicas, alejadas de las corrientes económicas de la denominada «globalización».

Gracias a la progresiva incorporación de la mujer a los viejos oficios reglados sólo para hombres, la continuidad de aquéllos ha perdurado. Hoy gran parte de la oferta de la artesanía esconde a anónimas, elegantes, finas y, al mismo tiempo, curtidas manos femeninas. La mujer guardó celosamente los viejos saberes populares de la hoy llamada «artesanía» -elaborada con las manos y el gusto propio de la cultura popular-, que en tiempos remotos fue el único medio de vida y pervivencia de la familia. Esa cultura, de campesinas y labradoras, fue pasando de generación en generación como lo mejor y más preciado de las herencias y legados tradicionales.

Adquirir una pieza artesana no sólo significa poseer un objeto o útil -en algunos casos, como decoración o inadumentaria-, sino que con ella se retrocede a una milenaria cultura popular, por suerte, viva y auténtica en La Palma.







 

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