El fracaso universitario

El título genérico de este artículo me obliga a acotarlo porque el tema da para mucho, para muchísimo, y no son necesarios grandes estudios de campo y sesudos modelos teóricos para afirmar que la tasa de fracaso universitario de España oscila entre un 30 y un 50 por ciento y este dato es terrible; ya sé, ya sé que no es políticamente correcto utilizar palabras que se puedan tildar de catastrofistas; sería mejor decir que no es un dato satisfactorio, que, incluso, llega a ser preocupante, pero sin pasarse y, sobre todo, se afirmará que es una horquilla demasiado amplia, vale, acepto pulpo como animal de compañía, pero aunque fuera “sólo” de un 30 por ciento ya sería terrible.

Es mentir seguir utilizando calificativos que no se corresponden en absoluto con la realidad. Toda mi vida dedicada a la enseñanza en sus diferentes niveles y muy especialmente en la universidad me dan una cierta autoridad, por favor, no use tampoco esta palabra, está desprestigiada y no existe en el diccionario progre. Me da exactamente igual. Lo repito, me da cierta autoridad, siquiera empírica, para volver a afirmar que el fracaso universitario es terrible y es uno de los índices que muestra la situación general de la universidad que no es distinta de la deteriorada situación general.

Se llega a evaluar el coste de este fracaso en un 0.75 del PIB. El problema está ahí y las causas son diversas. No vale echar la culpa a otros pero es necesario desmontar algunas afirmaciones que se repiten como verdades cuando no lo son. Se acepta en el pensamiento único como un axioma que las últimas generaciones son las “mejor preparadas” de toda la historia. Seguramente son las que han tenido más facilidades y medios para formarse pero no son las mejores preparadas ni de lejos porque desde hace muchos años, más de treinta, las bases conceptuales de todo el sistema educativo son erróneas.

Por una cuestión puramente cronológica asistí al cambio de modelo educativo. Los pedagogos tomaron el poder en los despachos y desde allí con la comodidad de no bregar con el alumnado se dispusieron a dictar normas y principios que los maestros y profesores se dispusieron a aplicar con la mejor voluntad. No faltó idealismo en muchos profesionales que siguen con el reloj parado y defendiendo lo indefendible pero, claro, renunciar a estos principios es reconocer el fracaso de toda una vida.

Las bases se pueden resumir grosso modo en estas afirmaciones: nada de imposiciones, nada de disciplina, el alumnado es tu “colega”, tu “amigo”, que cada uno progrese según sus capacidades y sus deseos, los contenidos y la memoria son antiguallas de otro tiempo, la escuela y el instituto es un espacio para el “buen rollito”, etc. No es menester seguir. Como un castillo de naipes se vino abajo un modelo educativo que no era perfecto ni mucho menos pero que no era deleznable porque sí.

Como casi siempre, con retraso pero con pedante rimbombancia, se copió de lo que fracasaba en otros lugares. Entrando en mi campo, la enseñanza de la lengua española se llenó de términos vanos, confusos, se abandonó algo tan sencillo como aprender bien, insisto, bien, a leer, a escribir y, lo más importante, a comprender y a expresarse de manera adecuada y correcta, otras palabras que están estigmatizadas. Sin estos instrumentos básicos todo aprendizaje es vano; a la eliminación de los contenidos se unió los “experimentos” autonómicos de manera que no se tiene eso que se llamaba “cultura general”. Como ven son observaciones sencillas pero que nadie podrá negar a la vista de los resultados.

Destruida la primaria tocaba hacer lo mismo con el bachillerato que es la columna vertebral del sistema, una mala primaria lleva a un mal bachillerato y este conduce a una entrada penosa en la universidad que, por supuesto, no se libre de culpa ni mucho menos. Para curar una enfermedad lo primero que hay que hacer es reconocer que existe; en la práctica ese reconocimiento, previo a poner remedio, no se ha hecho. Claro está que el mecanismo no es inocente. Una sociedad sin preparación, una sociedad donde la educación no es la absoluta y más importante prioridad se parece mucho a un rebaño fácil de conducir. Continuará, no sé cuándo, pero continuará.

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