miércoles, 24 de diciembre de 2008

EL DÍA QUE QUERÍA DESAPARECER

Nota: Ésta, como todas las que aquí se escriben, es una historia verdadera por eso los nombres de los personajes fueron cambiados, si existiera alguna semejanza de apodo, nombre o apellido es pura coincidencia. Las fotos no me pertenecen, ni a ninguno de los personajes, las bajé de internet para que tengan idea del estilo o de los lugares

Las gurisas no eran muy bonitas, pero tampoco feas. Lo que perdían en lindeza lo ganaban en simpatía y alegría. Habían llegado a nuestra gualeya ciudad, oriundas de Villaguay, junto con su familia.

Su padre, el ruso Heineken, nacido en Galarza, era un hombre de unos 58 años y casi dos metros de altura, muy apático para su profesión, era comerciante, hablaba poco y siempre estaba con el ceño frunzido.

Cualquier persona que llega en el verano a Gualeguay y pretende hacer amistades tiene que ir al balneario. Y a ese lugar se dirigieron las gurisas con el termo y el mate en la mano, acompañadas de unas primas que estaban de paseo.

Instaladas en la playa rápidamente llamaron la atención, principalmente porque eran muy altas y exuberantes en sus proporciones. Las miradas las buscaban. Sabiéndolas forasteras, la gurisada comenzaba a acercarse, rodearlas sería la palabra más exacta.

Nosotros estabamos en el Náutico, al lado del balneario, jugando “tenis criollo” para el que no sepa qué es eso les explico simplificadamente, es como el tenis, pero lo jugamos con paletillas de madera, listo.

Digo, estábamos jugando cuando llegó el turco Habibe con la noticia de las nuevas gurisas. ¡Seguilo vos hermano!, le dije al turco, y le pasé la paletilla.

Corriendo, superé los pocos metros que había entre el Club y el balneario. Fui directo hacia ellas. Cuando llegué la mayor de las Heineken, Laurita su nombre, estaba de pie sacudiéndose la arena pegada en las piernas y cola.

¿Precisás una mano? Le digo desfachatadamente mientras practicaba mi mejor sonrisa.

¡Hay qué pena! –dijo riéndose- Era el último chiquito de arena. Pero de aquí a un ratito me siento de nuevo y quién sabe no te necesito. ¡Ja ja ja ja ja!

Fue el inicio de una divertida amistad que duró mucho tiempo, hasta que las circunstancias me hicieron salir del país. Pero esa es otra historia.

Quince días después, Laurita y Olga -su hermana- habían dejado de ser extrañas en el nido gualeyo y estaban incorporándose gradualmente al conjunto.

En Febrero era el cumpleaños de Olga, la más chica. Aunque, como ya dije, tenían un tamaño más que considerable (¡eran grandotas che!) la gurisa cumplía apenas 16 años, Laura tenía 17.

Fui convidado al cumple, junto con la vagancia, el Patita Espinoza, el Negro Valderrama, el Tuerto Aníbal, Pinocho, el Rengo Capitán, el Pincha Adler y otros. Había mucha comida y bebida, pero poca gente.


La casa era enorme, estilo decó y la reunión tenía dos recintos, uno para los jóvenes arriba, en la terraza cubierta, un lugar muy bien ideado, con barandas y macetones enormes con plantas y enredaderas que subían por las columnas.



Bajando las escaleras había una puerta que daba a un área parquizada muy bien cuidada, con piscina y en el fondo una especie de jardín de invierno grande donde estaba la familia y los otros rusos amigos.
Aunque las gurisas tenían apenas dos meses de Gualeguay y la familia no estaba totalmente asimilada, la casa estaba llena y la fiesta animada. Había bastante barullo y yo a mis anchas, porque para mí toda farra era buena.

Patita, como siempre, estaba mamado y cazando “pipos” - ¿Qué son “pipos”? Le pregunté una vez. -No sé, todavía no agarré ninguno. Me respondió.

El Negro enamoradísimo de una rusita, prima de las gurisas, llegada de Tala.

El Pincha Adler, como en casa, comiendo butifarras, queso de chancho, chucrut y un montón de porquerías que habían preparado los rusos.

El Tuerto Aníbal estaba medio asqueado con la comida a base de cerdo. Él no era religioso practicante, pero nunca se olvidaba de su raíz judía. No comió nada. Tal vez por eso se fue temprano, claro que acompañado.

Yo andaba mirando para un lado y para el otro, a ver qué se podía encontrar de interesante. Estaba con sed y fui hasta la mesa a servirme otra vuelta. Había bastante cerveza, sidra, gaseosas, wisky y otras cosas, pero a mi me gusta el vino y las pocas botellas estaban secas. Le pregunté a Laurita dónde había más y me dijo que en el fondo, con los parientes. Así siendo, bajé las escaleras y encaré para el lado de la reunión familiar. Ya se habían ido todos los parientes y el ruso Heineken roncaba en un sofá.
Buscaba algo para servirme cuando escucho el "tac-tac-tac" inconfundible de un par de tacos altos, miré para abajo y vi unos pies maravillosamente calzados en unas sandalias con piedritas de "strass", que tenían un taco fino de más de 12 cm.

Levanté los ojos y no lo podía creer, era una mujer fascinante, de treinta y pocos años, linda, bronceada, de lacios cabellos oscuros, uñas perfectas, Los ojos grandes y almendrados, como el de una bebota.

El vestido de seda azul, con un amplio escote en la espalda, destacaba su cintura pequeña, o quizá así parecía por causa de las caderas amplias.

Y el pescuezo. Ah! El pescuezo! Largo, fino y delicado, como el de un cuadro de Modigliani. Una perfección de mujer.
Tengo que decir la verdad, yo no sé si el tiempo me hace una jugada en la cabeza y me mezcla los tantos, pero cuando la quiero recordar me viene la imagen de... Saffron Burrows.

¿De dónde había salido? ¿Quién era? No podía ser pariente de los rusos, no era el genotipo.

- ¡Hola! ¿Qué estás buscando? Me dice con una voz ronca y sensual.

-Un poco de vino. Le digo, sin sacarle un ojo de encima.

- ¿No preferís una copa de champagne? Es brut y está bien helado, te va a gustar.

Tragando en seco, le respondí: - Sí, por supuesto, es un cambio que merece ser realizado. .
Fue hasta la heladera y volvió con una botella y dos copas en la mano.

Y empecé a conversar: Mi nombre es Ángel, pero casi todos me llaman Angelito... ¿Y el tuyo?... ¿Dónde estabas, no te vi en toda la noche?... ¡Qué liiiinda que sos!... Te lo digo sin miedo de equivocarme, sos la mujer más hermosa de esta fiesta... Me encanta tu vestido... Hablame más cerquita por favor, tu voz me fascina... y bla bla bla.... y más bla bla bla. Ella respondía y se reía como si no pudiera creer lo que oía.

Nunca me la creí y jamás pensé que yo tenía clase, aunque con certeza tenía bastante suerte, el fato es que en esta difícil arte de conversar con una mujer siempre me di bien.

Salimos y nos sentamos en unos sillones del jardín, mientras conversábamos podía sentir que había alguna cosa en el aire, una atmósfera de intimidad se creó rápidamente, una cuestión de piel, yo sabía lo que ella quería, y estaba convencido que ella estaba dispuesta a consentir mis pedidos.

Tal vez haya sido el champagne, el perfume del verano gualeyo, la intimidad de la noche o qué sé yo, en un determinado momento nos besamos.

-Vamos a salir de acá. Le dije ansioso.

Y ella me responde: -No puedo. ¡Si me agarran me matan!

- ¿Pero cómo que no podés? ¡Acompañame! Vamos a dar una vuelta en el auto, si te preguntan algo deciles que fuimos a comprar cigarrillos.

- Bueno vamos, pero me tenés que traer de nuevo, yo salgo por el fondo y te espero, vos andá por adelante.

- Está bien, esperame que ya vuelvo.

Había dejado el saco con las llaves de la chata, arriba, donde la fiesta seguía a todo trapo. Subí corriendo, me lo puse y cuando estaba casi bajando se me cruza Laurita que me dice: - ¿Ya te vas Angelito? Es temprano.

Como ya tenía cierta confianza y complicidad con Laurita le digo: - Sabés lo que pasa, es que allá abajo conocí una mujer linda, envolvente y sensual, me voy a dar una vuelta con ella y después vuelvo.

- ¿Verdad? Me dice. ¿No será alguna de las rusas parientes mías no?

- No, no creo, no se parece en nada con ustedes. ¡Chau!

- ¡Ah no! ¡Yo quiero chusmear, mostramelá!

Como vi que no me iría a dejar en paz, apunté desde la terraza la mujer que me esperaba abajo, diciendo: Es aquella de vestido azul. ¿La ves?

Y tapándose la boca con la mano, mientras suspiraba y abría los ojos, dice: ¡Ayyyy! ¡Noooooooooooo! ¡Mi mamáááááááá!

miércoles, 17 de diciembre de 2008

¡RESPETANOS HERMANO!



Nota: Ésta, como todas las que aquí se escriben, es una historia verdadera por eso los nombres de los personajes fueron cambiados, si existiera alguna semejanza de apodo, nombre o apellido es pura coincidencia.



Siendo gurí, todavía no era mayor de edad, conseguí una representación, para toda la Provincia de Entre Ríos, de una gran industria de lácteos santafesina. Yo tenía dieciseis años y para poder registrar la firma, mi viejo me emancipó en la Justicia.

Cómo fue que conseguí aquello se los contaré en otra oportunidad. El asunto es que comencé con una chatita vieja a la cual le puse una carrocería térmica, que les compré a unos gitanos en Buenos Aires (si quieren reírse, que alguno me haga acordar un día de esos gitanos).

Le alquilé un depósito con cámara fría al “turco” Kalid y la plata se me acababa, compré fiado las boletas en la gráfica, le colgué la cuenta al escribano Careca y como no daba para poner cartel en el depósito, con un resto de tinta antioxidante (anaranjada) que me sobró de pintar la estantería, le escribí pomposamente a pincel sobre la pared celeste de la calle:
Ese teléfono no era mío, si no de la vecina que me dió una extensión.

Mateaba con el Negro Valderrama cuando llegó la primera carga. No era un camión grande, pero había bastante mercadería. El chofer dijo que él solo transportaba, como no tenía ningún empleado, entre mi amigo y yo lo descargamos.

Después de eso le digo al Negro: Che hermano yo no tengo nadie para ayudarme y vos estás sin hacer nada ¿Por qué no te ponés a trabajar conmigo? No sé cuánto te voy a poder pagar, pero no ha de ser poco. Yo no tengo carnet y vos sí. ¡Ayudame Negro!

- No sé, dijo Valderrama, mirá Cabezón, nosotros somos como hermanos y vos sabés que te quiero mucho, pero si me pongo a trabajar con vos se va a romper la magia de la amistad. ¡No, no te pelo!

-Pero...
comencé a decir y él me interrumpió

-¡Escuchame! Lo que puedo hacer es ayudarte, vengo todos los días y manejo la chata, vos me tenés que acompañar y cebar mate. Cuando necesite plata me la prestás y listo.

Yo sabía que lo que me decía era una increíble prueba de amistad y que tenía razón. Por otro lado también sabía que cualquier plata “prestada” nunca sería paga, como jamás cobrada.

- ¡Trato hecho! Dije y le di un abrazo.

¡Qué épocas hermanos! Trabajar mucho, juntar plata... y gastarla en la farra.

En uno de esos viajes, volviendo de Santa Fe, yo manejaba la chata -porque aunque no tenía carnet en Entre Ríos uno manejaba igual- el Negro tallaba el mate paciente y mecánicamente. Cerca del Rincón de Nogoyá se nos atravesó volando bajo una garza blanca que pegó en la caja de la chata.

- ¡Pará hermano! Gritó el Negro. ¡Me parece que está viva!

Me detuve un poco adelante y el Negro bajó corriendo y agarró la garza que se debatía dolorida.

¡No tiene casi nada! Es apenas un ala quebrada. La voy a llevar a casa para curarla. Porque el Negro era, como todo entrerriano, apasionado por la Naturaleza, ya se tratara de tierras, plantas o bichos.

Le hizo una atadura provisoria con un repasador que llevabamos para limpiarnos las manos cuando comíamos tortas negras y otras facturas en los viajes. La colocó en la parte de atrás del banco para vigilarla y seguimos marcha.

Después del cruce de Tres Bocas quedaba la Estancia General Zarur, donde Los Zarur Angostorena engordaban novillos y criaban ovejas. Eran mentados los corderos de esa región. Pasando por el lugar le digo al negro: ¡Qué hermosos corderos! Y tan cerca del alambrado ¿no? Alguno se los va a pelar.

-Si no parás la chata va a ser difícil. Respondió el Negro sonriendo pícaramente.

Aqui voy a hacer un aparte en nuestra defensa. No somos ladrones, somos chacoteros. En Entre Ríos siempre se dijo que “pelarse” un cordero es como un deporte. Además, y esto lo juraban a pie junto los más viejos, decían que si le dejabas el cuero en el alambrado no podías ser castigado, porque era señal de que lo habías hecho apenas para matar el hambre.

El “Loco” Boletti, peroncho rabioso de la tendencia, combatiente, pescador y guitarrero afirmaba con autoridad y a “boca de jarro”: “Los corderos siempre existieron compañero, cuando Rocamora fundó Gualeguay ya se comían corderos, mataban vacas y enlazaban caballos salvajes sin dueños. Después que las tropas unitarias de los porteños derrotaron al General López Jordán llegaron los terratenientes que alambraron. ¡Estudiá la historia verdadera hermano! "



Vociferaba con pasión: "Ahí te vas a enterar que fue el gobernador Emilio Duportal, nombrado por el maldito Sarmiento, que hizo desplazar a todos los federales de todos los puestos públicos, incluso a los curas y los maestros. Las tierras públicas fueron vendidas en subastas "públicas", reservadas a los amigos del gobierno; muchos colonos fueron expulsados de sus tierras, y la policía, formada por forasteros, cometió toda clase de atropellos y crímenes hasta que Duportal renunció de pura vergüenza."


Y continuaba con el indicador levantado: "Fueron ellos son los que alambraron, por eso no sólo tenemos derecho a comer los corderos y vacas como también tenemos la obligación moral para con nuestros hijos de entrar a cortar alambres... Y seguía su retórica... Hay que acabar con esa oligarquía vacuna... ¡Ah si la compañera Evita viviera! ... etc etc. ”


¡Qué grande el Loco! No lo derrotaba nadie cuando de hablar se trataba. Después, templando las cuerdas, cantaba:

Yo pregunto a los presentes
si no se han puesto a pensar
que esta tierra es de nosotros
y no del que tenga más.

Yo pregunto si en la tierra
nunca habrá pensado usted
que si las manos son nuestras
es nuestro lo que nos den.

A desalambrar, a desalambrar!
que la tierra es nuestra,
es tuya y de aquél,
de Pedro, María, de Juan y José...

Además les digo que en casa había corderos, pero no sé por qué, los corderos “refalados” son más ricos y punto.

Ahora continúo.

Paré la chata y nos largamos a gatear los corderos, el Negro -agazapado como un tigre- y yo por el otro lado rodeando la majada. Cuando estábamos en posición los corrí y encararon directo para el lado de Valderrama. Un salto felino y ya lo tenía de las patas traseras.

Lo llevamos para la chata, lo maneamos y lo colocamos adelante, a los piés del Negro.

Antes de salir vimos que, lejos, en el casco de la estancia, había movimiento. Una camioneta celeste metálica salió levantando una gran polvareda. Veíamos seguido esa chata en la ciudad, era una V8 con la cual los Zarur Angostorena paseaban o hacían compras. No teníamos ninguna chance de escapar con la chatita diesel de cuatro cilindros.

Adelante, después de un bosque de eucaliptos, había una curva. Encubierto por los árboles disminuí la velocidad hasta casi parar y el Negro, abriendo la puerta, tiró el cordero maneado en el pastizal.

Pocos kilómetros adelante, la V8 con los Zarur y tres peones en la bolea (uno armado con escopeta) se nos atravesó y nos obligó a parar. Yo no tenía miedo, al final nadie iría a morir por un cordero. Los Zarur eran porteños y habían heredado la estancia, gente muy fina, verdaderos caballeros, no eran de pelea, los peones sí, eran de ahí, del Sexto, gente brava, aunque yo (que soy de ahí) conocía a dos de los menchos y no estaba preocupado, no los había insultado. Además el Negro, que ya se había bajado, valía por los cinco.

-¡Qué carajo les pasa pajeritos? ¡Nos quieren hacer volcar? Dijo muy serio el Negro.


Mirando para atrás, buscando el amparo de la peonada, el mayor de los Zarur, con esa tonada particular de Barrio Norte, apuntó el dedo para nuestro lado y dijo: ¡Cacos! ¡Delincuentes! ¡Malhechores!... y respirando más hondo soltó: ¡Ladrones de ovejas!

No eran insultos graves, eran muy delicados esos muchachos, daba ganas de reír en lugar de ofenderse, pero igual, caminando para el lado de ellos les digo: ¿Cóóóóómooooo? ¡Respetanos hermano! O te voy a rebentar la jeta a puñetes ¡Porteño culo corto!

Aunque el insulto fue para una única persona la cosa se puso fea, como siempre me fui de boca. Me había bandeado y eso era razón suficiente para que los peones dieran un paso para adelante, al final tenían que defender los patrones. La atmósfera era densa.

Rápidamente, cortando el clima, el Negro dice con firmeza: -¿Son locos o qué tienen en la cabeza?

- ¡No lo nieguen, nosotros los vimos desde el casco! ¡Ustedes se robaron un cordero de la estancia! ¡Devuelvan el animal y no los vamos a denunciar! Grito el más chico.

Y el Negro, yendo nuevamente para la chatita, ante la mirada atónita de los cinco hombres, saca la garza blanca y dice: ¿Por acaso será éste el cordero? Me parece que precisás anteojos. ¡Busquen por toda la chata, por favor, pero si no encuentran ni un pedacito de lana los vamos a hacer hilacha! ¡Pssssssss! ¡Lo último que faltaba!

Se querían morir. La situación se había invertido, colorados, como cogote de polaco, balbuceaban disculpas mientras los mirábamos con caras de ofendidísimos. Subieron a la V8 de cabeza baja y quemando gomas salieron con el rabo entre las patas.

Después de verlos desaparecer atrás de la curva, lo miro al Negro que, con el ceño fruncido todavía, colocaba la garza con cuidado en la chata y le digo: ¡Esto merece un brindis, ensillá el mate!

- ¡Bueno dale! Y después de arrancar, así, de repente, cuando comenzaba a preparar el cimarrón, el Negro larga todo y me sorprende al oírlo decir: ¡Da la vuelta!

La adrenalina no había alcanzado a bajar y ya empezaba a subir nuevamente.

- ¿Qué pasa hermano? ¿Te calentaste de verdad? ¿Los vamos a seguir y pelear?


Y cambiando la cara fiera por una sonrisa de oreja a oreja, el Negro responde: -¡Pero nooooo hermano! A ver si nos cagan a palos todavía... ¡Vamos a buscar el cordero y seguir viaje nomás!

lunes, 15 de diciembre de 2008

¿HACEMOS UNA PICADITA?

Nota: Ésta, como todas las que aquí se escriben, es una historia verdadera por eso los nombres de los personajes fueron cambiados, si existiera alguna semejanza de apodo, nombre o apellido es pura coincidencia.





El gordo Remo era un personaje fabuloso de Gualeguay, con el cual yo era emparentado, porque se casó con la hija de una prima de papá. O sea, eramos casi parientes.

Pesaba, en esa época, unos 135 a 140 kg. Era bastante alto, un metro ochenta más o menos, muy fuerte, barrigudo y mofletudo. Si no fuera por la barriga enorme y la cara de gordo no se lo podría considerar obeso, porque era de una agilidad y disposición impresionantes.

Son muchas las historias que tengo sobre el gordo, pero ésta me resulta particularmente cómica por haberla vivenciado. Espero conseguir -en el papel- transmitir de la mejor manera posible los fatos.

Había un remate muy grande en el Sexto Distrito y lo realizaba Macheutti, famoso martillero de la región que al grito de: “¡Qué vale cuánto? ¡Cuánto vale?” no dejaba nada sin vender.

Iban a echar a remate unas vacas lecheras que mi viejo quería comprar y antes había un gran asado con cuero, la memoria no me deja recordar bien que fecha era, pero me parece que podía ser un doce de octubre.

Desde temprano, el gordo, se había preparado para la comilona. Me decía: “Sabés Angelito, esta gente del Sexto es muy habilidosa y junto con la vaquilla deben haber matado algún chancho. Y si mataron un cerdo han hecho chorizos y de los buenos, picados a cuchilla, con bastante tocino, no con grasa. ¡Qué ricos deben estar!” Y se le llenaba la boca de agua.

“Además, -continuaba- si llegamos temprano, podemos arrimarnos al asador, que con certeza van a estar asando las costillas y el matambre, porque las costillas se hacen aparte, junto con los chorizos.”


Mi viejo y un amigo, Enrique Larralde, estaban en el Jockey Club jugando a las cartas. “Timoteo” (ese era el apodo de mi viejo, por su pasado como gremialista ferroviario) vos no sos de llegar tarde a ningún lugar y para ir al Sexto ya se hace la hora.” Dijo el gordo Remo, de forma angustiada, pensando en la hora y en el asado.

Enrique había perdido plata toda la noche anterior, jugando a los dados y ahora, a la mañana, con las cartas, la llevaba linda, estaba ligando firme, tenía un buen partido y quería recuperar lo perdido. Por eso decía: “Un chiquito más y ya vamos”.

Y como iríamos en el auto de Larralde, había que esperarlo, además era muy chinchudo y no le costaba nada echarnos a la p... Cerca de las doce y media recién salimos para el Sexto. Y el tirón era largo.

“Costillas y chorizos no debe haber más, porque ya vamos muy tarde –dijo Remo. Tendríamos que parar para comprar un vinito bueno porque allá en el Sexto no vamos a encontrar... y también unas galletas y pan, porque yo sé que el Mingo les vendió las galletas anteayer a esa gente...”

“¡Pero por qué no te dejás de joder hermano! Habló alto Enrique. ¡Te la pasaste el tiempo entero diciendo que era tarde y ahora querés que pare en la despensa pa’ comprar vino y en la panadería pa’ comprar galletas! ¡No te pelo!”

Llegamos al remate como a las dos menos cuarto y un mundo de mamados nos recibió a los gritos: “¡Llegaron tarde che! ... ¡Ahí llegaron los “retardados”!... ¡Estábamos picando mientras los esperábamos! ¡Jua jua jua!

- ¿No nos dejaron nada? Preguntó Remo angustiado.

- ¡Sí acá tienen! Dijo uno por el medio de la mesa y nos tiró con una galleta... Ahí nomás se armó el cachiquengue, como que por contagio, entraron a tirarnos con todo, pedazos enormes de asado con cuero, chorizos, pan galletas y otros restos.

Enrique se enloqueció con la “recepción” y muy caliente gritó: “¡Por mí se pueden ir todos a la p...! ¡Manga de borrachos! ¡Ya los voy a agarrar uno por uno! ¡Hijos de una gran p...! Y esquivando trozos de carne se subió al auto.

Mi viejo y yo nos subimos también. Furioso y loco, Larralde arrancó dejando al gordo para atrás. Remo corría rápidamente agarrándose la barriga y con increible agilidad alcanzó a subirse al auto ya en movimiento.

Un poco más tranquilos, íbamos comentando el asunto y riéndonos de la recepción y la calentura cuando, por la mitad del camino, nos aproximabamos de un almacén rural y el gordo, todavía agarrándose la panza, dice : “Pare aquí compañero, vamos a comprar un vinito y unas galletas para hacer una picadita abajo de aquél tala. ¿Trajeron cubiertos?”

“¿Picadita de qué? Dijo mi viejo.

Poniendo cara de pícaro, Remo responde: “Pero de asado con cuero, Timoteo. ¿De qué otra cosa?” Y estirando la remera, que había estado todo el tiempo doblada en forma de cuenca, nos mostro una cantidad enorme de pedazos de asado con cuero. “Ustedes se esquivaban, pero yo abarajaba, ¡Je! ¿Hacemos una picadita?”

viernes, 12 de diciembre de 2008

LOS LADRONES DE AUTOS

Nota del Redactor: Ésta, como todas las que aquí se escriben, es una historia verdadera por eso los nombres de los personajes fueron cambiados, si existiera alguna semejanza de apodo, nombre o apellido es pura coincidencia.


Eran otras épocas y era común entre los gualeyos dejar puestas las llaves del auto. ¿Al final quién sería capaz de robar un coche en Gualeguay?

El padre del “Tuerto” Aníbal había fallecido y su mamá, por cuestiones de trabajo, se había ido a Paraná, así siendo, en la casa del “Tuerto” se juntaba la muchachada más atorranta y mal intencionada de la ciudad.

Yo vivía en las chacras, pero cuando llovía se me hacía difícil entrar, entonces también me quedaba en la casa. El otro residente permanente era el “Pincha” Adler, un cordobés fuera de serie.

Los habitués del lugar eran el “Negro” Valderrama, el “Gallego” Arana, el “Patita” Espinoza y el “Rengo” Capitán que, curiosamente, era el único gurí rengo en la ciudad.

A 90 km de nuestra Gualeguay estaba la bella Gualeguaychú, en esos tiempos nuestra vecina mayor era la “reina de los festivales de primavera” y en septiembre se hacían grandes fiestas con desfiles de carruajes alegóricos. Ni soñaba en ser “Capital del Carnaval”, título que ostentabamos nosotros los gualeyos.

Bueno, era primavera, queríamos ir a ver el festival, bailar, conquistar gurisas, beber bastante y divertirnos. Yo tenía una chata (1) pero estaba en la chacra y sin pantaneras, o sea, no salía. El “Gallego” le había chocado el auto al viejo y estaba de castigo. El “Tuerto” tenía una motito que mal daba para él. Ya con “Patita”, ni hablar, porque, como decía su hermana, él no se “mamaba” (2)... emparejaba del día anterior. El resto era infantería pura.

¿Cómo iríamos a Gualeguaychú?

De repente el “rengo” dice: -¿Y si nos pelamos un auto? (3)

Lo miramos todos extrañados, pero él continuó: -En realidad no es robarlo... ¡Es tomarlo prestado! ¡Antes que se den cuenta se lo devolvemos!

- ¡Ahí tenés ves!¡ Es la solución! Dijo el “Negro” Valderrama.

- ¿Pero el auto de quién llevamos? Preguntaba el “Pincha” ya consintiendo la acción.

Y con aquella sonrisa brillante y malandra el “Tuerto” dice: - ¡El Fairlane de Raúl Burzaco es ideal porque es grandote! Él duerme temprano y ni se va a dar cuenta ya que la calle donde vive es muy barullenta.

- ¡Ah! ¡Pero vos sos loco! -grité- ¡Justo el auto del Juez que es de colección!!!

Y abriendo apenas un ojo “Patita” respondió -¿Y qué tiene Tito (4)? ¡Hic! Auto es auto ¡Hic!

- ¡Bueno listo, ya está!!! ¡Vamos!!! Dijeron todos, menos el “Gallego” que se abrió porque ya venía muy mal con los viejos.

Para no hacer barullo, mientras unos vigilaban las esquinas, lo sacamos empujando del garaje el “Negro” y yo, con el “Rengo” al volante (que era pariente del Juez). Recién a la mitad de la cuadra lo arrancamos y subimos todos.

Había que pasar el control policial de la garita Sur y como el más parecido con el Juez era el “Rengo” sería el encargado de la misión. Se puso una corbata, unos anteojos sin lentes y aprovechando que el sombrero de Raúl estaba en el auto se lo colocó.

No pudimos llevarlo a “Patita” porque estaba casi en coma, tamaño el “pedo” que tenía.

Todos tirados en el piso del auto, menos el “Negro” que estaba en el baúl. El “Rengo” pasó la garita con la cabeza media gacha, saludando con la mano izquierda pero sin encarar los moros (5). –¡Buenas noches Don Raúl! Dijo el milico, mientras se cuadraba y hacía la veña.

- ¡Piiuuujuuuuuuuuu!!! Pasamos!!! – Grito el “Tuerto” después de unos minutos interminables y daba cada sapukay (6) de golpearse la boca.

Chacoteamos (7) hasta la madrugada, cuando decidimos que ya era hora de volver si no queríamos ser descubiertos.

Después de pasar La Roque, el “Pincha”, con su tonada cordobesa, pidió: -¡Loco, poné Radio Gualeguay que acá ya se debe escuchar!

Y pasados unas tres músicas oímos: “¡Atención! ¡Atención! Comunicado de la Jefatura Departamental de Policía: ¡Se buscan los cinco ladrones del auto del Juez Burzaco! Se sabe que el conductor es rengo”...

- ¡Te vieron! ¡Abombado! Le grité desesperado.

Y siguió la radio: ... "los complices del rengo tienen las siguientes características: uno es tuerto, el otro negro, hay un cabezón y el cuarto habla con tonada cordobesa... ¿Alguno de nuestros oyentes puede imaginar quienes serían estas criaturas?” Y se escuchaban risas de fondo

-¡Juaaa jua jua juaaaa!!! –se carcajeaba el Negro- Nos vieron a todos!

-¿Y ahora macho? ¿Qué hacemos? Preguntaba el Pincha.

-¡Esto es un cachiquengue!(8) Mejor nos entregamos. Respondió el Rengo.

-¡Ni en pedo! Yo paso nadando. Dijo el Negro.
Río Gualeguay, Entre Ríos.

- ¡Yo me bajo en Carbó y le pido al Ruso Vladimir que me lleve! Dije.

Y el Pincha dice: ¡Quiero ir pa’ Córdobaaaa!

- ¡Bueno vayan! Pero es al pedo, si ya nos vieron a todos... Grito el tuerto.

Me bajé en Carbó y después de contarle todo al Ruso, que era de fierro en cosas de la amistad, me dijo que cuando aclarase me llevaba.

Pasamos tranquilos por la garita, aunque me dio la impresión que el milico se reía. Había oreado y conseguimos llegar bien a la chacra, donde nos abrió la tranquera... el moro González!!! Había venido a caballo y estaba desde el amanecer tomando mate con mi viejo que muy solícito le dice al sargento: “¡Lleveseló nomás! Ya le ensillé la yegua a ése. Y vos Ruso, sentate que vamos a seguir cimarroneando.”

Eran las siete y media de la mañana y ya estaban todos en la Jefatura. Al Rengo, junto con el Tuerto y el Pincha, los llevaron desde la garita Sur nomás. Al Negro, que se esforzo como un loco nadando, lo enlazó un milico cuando llegaba a la orilla opuesta.

En el calabozo nos bañaron con la manguera de incendio “por higiene” (dijo el milico). Estábamos todos con miedo, con frío y con hambre.

Media hora después aparece el cabo Jiménez que a los gritos y a las patadas en el trasero nos llevó hasta el patio, donde nos esperaba el Jefe y el Juez.

Don Raúl nos había visto por la ventana desde que abrimos la puerta del auto y quería saber hasta dónde íbamos. Cuando, a la ida, pasamos por la garita Sur el moro ya estaba al tanto.

El Jefe nos pasó la mayor bronca y nos dijo que nos salvábamos porque era pedido del Juez no hacernos los prontuarios. Enseguida nos dió un escobillón a cada uno y nos mandó a barrer la calle alrrededor de la Plaza Constitución hasta el final del día.



Plaza Constitución, Gualeguay.



Jimenez nos vigilaba mientras la ciudad entera pasaba para vernos y gozarnos. Mi vieja, que iba a misa de nueve a la Iglesia de San Antonio, me miraba apenas de reojo, mientras que con el dedo índice me hacía juramentos de que no escaparía de su ira. Aunque estaba en la vereda opuesta me parecía oírla: “¡Qué vergüenza! ¡Te voy a matar! ¡Ya vas a vértelas conmigo! ¡Mejor te sería que te quedaras preso para siempre! ¡Ah! ¡Ésta me la pagás, vos y los atorrantes de tus amigos, te lo juro!”

Chupadazo y sentado en el banco de la plaza “Patita” reclamaba: ¡Tito! ¡hic! ¿A qué hora salimos pa' Gualeguaychú? ¡hic!

Iglesia San Antonio, Gualeguay.

Diccionario panza:

(1) Así llamamos a las camionetas los entrerrianos.
(2) Borracho
(3) Robamos
(4) Nombre que “Patita” daba para todo el mundo cuando borracho, o sea, siempre.
(5) Policías
(6) Grito de origen guaraní que expresa llamado de guerra, pasión, alegría o rabia.
(7) Farreamos, parrandeamos, nos divertimos.
(8) Despelote, lío, quilombo