jueves, enero 25, 2007

ISLA DE PASCUA: AISLAMIENTO Y FRAGILIDAD AMBIENTAL

Premunido del libro “Collapse” de Jared Diamond, que intenta extraer los patrones que se repiten en los casos de pueblos o culturas que han “colapsado” a través de la historia - y Rapa Nui es una de ellas – comienzo mi viaje a Isla de Pascua. Diamond cuenta la curiosa mezcla de aislamiento y claustrofobia que produce acercarse a Isla de Pascua por avión: rodeado de mar por todos lados, con la incerteza de si el avión tiene suficiente combustible para volver si no pudiese aterrizar, y con la sensación de pequeñez del lugar en medio de la inmensidad del Pacífico. Mientras voy en el avión leyendo ese mismo pasaje del libro, ya próximos al aterrizaje, miro hacia la pantalla que posee la cabina de pasajeros y observo el mapa que muestra a la Isla junto con la silueta del avión acercándose a ella; de pronto me doy cuenta que nunca me había tocado ver en esos mapas un trozo de tierra tan pequeño - acostumbrado a ver trozos de continentes y no pequeñas islas – junto a un avión tan desproporcionadamente grande respecto del sector sobre el que aterrizará. Una extraña sensación recorre mi cuerpo, a la que convergen el asombro junto con la inquietud, la curiosidad junto con la angustia, el entusiasmo junto con la prudencia. La Isla está a 3.700 kilómetros del continente, y a unos 2.300 kilómetros del islote Henderson, que en sus mejores tiempo albergó grupos humanos de no más de 2 o 3 docenas de personas en total. Y, entre medio, mar, .... solo mar.

Ya aterrizado, registrado en el hotel, camino por sus jardines en dirección a la costa, siento esa saludable sensación que me produce la salobre brisa marina penetrando en mis pulmones y observo hacia el horizonte. Mar, .... solo mar. Luego miro hacia mis espaldas, hacia la isla, y el paisaje que observo es curiosamente similar al que se encuentra en cualquier lugar de la costa continental: lomajes suaves y verdes, hasta donde la vista permite ver. Vuelvo nuevamente mi vista al mar, y lo que veo es, para mi sorpresa, el mismo mar que se observa oteando el horizonte desde la costa central de Chile. Es curioso, me digo, la costa y la tierra firme son iguales a las del continente y, sin embargo, las situaciones son tan distintas. Claro, lo que nuestros sentidos alcanzan a advertir de las características físicas de nuestro entorno son muy similares en ambos casos, porque nosotros alcanzamos a ver sólo una fracción del mar que tenemos al frente como asimismo una fracción de la tierra firme que nos rodea. Sin embargo, cuando reflexionamos sobre la real situación de aislamiento y distancia en la que nos encontramos en Isla de Pascua, esas mismas similares características físicas cobran un significado distinto en nuestra mente, porque nos damos cuenta que a pesar que sólo vemos tierra firme cuando volteamos hacia nuestras espaldas, esa tierra se acaba un poco más allá para volver a estar rodeados del mar interminable, y entonces, y sólo entonces, comienza a emerger el inquietante escalofrío emocional del aislamiento, de la limitación de movimiento, de estar, en cierto sentido atrapado.

Entonces reflexiono y me digo: esta es como la diferencia que hace el filósofo John Searle entre sintaxis y semántica, cuando describe su experimento de la “pieza china”. En este caso, la sintaxis son las características físicas del entorno que excitan los conos y bastoncitos de mi retina, y la semántica es el significado que mi mente le da a todo ello, poniendo esas características físicas en contexto, relacionándolas con mi experiencia en el mundo, y con la situación general en la que me encuentro. Por eso, a pesar que lo que veo no es distinto de lo que podría ver desde un acantilado cerca de Horcón, el contexto de toda la situación le confiere a ella un significado que me hace sentir un poco de claustrofobia, una sensación emocional que no puedo transmitirte con fidelidad, y que es necesario que la vivas tú también para intentar capturar lo que quiero decir integralmente.

Con ese contexto en mente, con las explicaciones que Diamond me entrega de la expansión de todas los conglomerados humanos que se esparcieron a Polinesia desde Nueva Guinea, y las dificultades a las que se enfrentaron cuando intentaron habitar islas pequeñas, comienzo a comprender el concepto de fragilidad ambiental que está presente en la historia de la Isla de Pascua y que explica el misterio del colapso de la civilización que la habitó con éxito hasta hace sólo unos 300 años atrás.

En efecto, en tan solo 170 kilómetros cuadrados (alrededor de un quinto de la ciudad de Santiago), lo que hagas respecto de la utilización de los bosques, de las aves marinas y terrestres, del uso de los escasos suelos agrícolas, la relativa negligencia que tengas respecto de lo que ocurra con la erosión, la repercusión catastrófica que eso puede tener sobre tu calidad de vida, pasa a ser vital para tu supervivencia, pero no de manera inmediata, sino pausada, infinitesimal, difícilmente advertible, lo que lo hace aún más peligroso, porque cuando ya te das cuenta del problema es demasiado tarde. Cuando los árboles fueron sobre explotados para fabricar canoas, hacer fuego e incinerar a los muertos, fabricar cuerdas para arrastrar los moais, utilizar sus troncos para construir rieles o camas sobre los que descansaban los moais cuando eran trasladados, cuando los ratones traídos de otras islas se multiplicaron en Pascua y se alimentaron de los cocos de las grandes palmeras de la Isla, impidiendo que su reproducción fuera a una tasa suficiente como para restituir su explotación, los nativos comenzaron a tener dificultades de alimentación, los suelos desprovistos de árboles se erosionaron, las zonas más bajas recibieron entonces el arrastre de las sales de las colinas sin árboles, disminuyendo su aptitud agrícola, la lejanía de otros volcanes o de las plumas de polvo continentales impidieron que esa tierra recibiera nuevos nutrientes, y todo ello se tradujo en hambre y disputas internas entre los distintos clanes que habitaban la Isla, sin posibilidad de volver a salir a buscar mejores horizontes por falta de nuevas canoas, ya que la madera había desparecido, y así, el colapso se hizo irreversible.

Esa frío e implacable relato que hace Jared Diamond, con la ventaja de la mirada en retrospectiva, con los antecedentes que le da ciencia - los palinólogos, zoólogos y arqueólogos y sus laboratorios de última generación – con la comparación que pudo hacer con otras culturas que vivieron situaciones similares, es lo que me hace sentir, con cada paso que doy sobre la Isla, con cada mirada que hago de mi entorno, observando las plantas, las aves y los árboles que comienzan ahora a reforestar la Isla, la fragilidad ambiental en la que se encuentra, la íntima y estrecha relación de los distintos elementos del paisaje - fauna, flora y geología de la Isla – con las posibilidades de cada uno de ellos de sobrevivir o perpetuarse y lo que todo ello significa para las personas que la habitan. Nuevamente, esa sensación que recorre mi cuerpo es una de significado semántico y no de sintaxis física. Es una palpación emocional del entorno por el que camino más que el entendimiento de un paper publicado en una revista científica. Es la comprensión que hago de la información que recojo alrededor mío, procesada por el conocimiento que he logrado acumular a lo largo de mi vida, con la clasificación de esa información en las categorías conceptuales que me resultan más al alcance de la mano. Es, en resumen, la transformación de información en significado, y el significado en estado emocional, es la incorporación de Isla de Pascua y su historia a mi acerbo vivencial . Es, en suma, el proceso cognitivo humano desde una perspectiva monista, en que mente y cuerpo forman parte de un todo que aprehende su entorno, y en el que las conexiones sinápticas de mi sistema nervioso central, los fluidos hormonales que recorren mi cuerpo y el procesamiento conciente e inconsciente de todo ello en eso que llamamos mente, constituyen un todo coherente, que fluye en el medio lingüístico en el que nos desenvolvemos.

¡Qué curiosa mezcla de pesquisa del entorno, con introspección respecto de los fenómenos neuronales y biológicos que animan esa pesquisa! ¡Qué especiales los fenómenos y los meta-fenómenos que esta visita a Isla de Pascua me provoca! Por eso resulta fascinante visitarla.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bueno que estes escribiendo en el Blog nuevamente Alvaro, has estado muy inspirado en tu último post. Me parece muy interesante tu experiencia en la Isla y que la compartas con nosotros, nos da para pensar sobre lugares de Chile que están aislados y en los cúales jamas pensamos.Que bueno volver a leer tus post.

alvaro dijo...

Gracias Israel por tus palabras. Espero poder seguir aportando a la altura de tus comentarios.
Saludos,
Alvaro

Anónimo dijo...

Te imagino sentado en el avión antes de aterrizar; luego caminando hacia el mar desde tu pieza del hotel respirando la brisa marina; y escucho tu mente ágil y rica en contenidos e hilvanaciones.
Pienso en esas situaciones con la mente solo en la experiencia y luego en el computador en el hotel haciendo esas reflexiones. Reflexiones que me hacen pensar que debemos empezar a mirar al planeta como miras tu y los autores que traes, esa isla de Pascua.