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LA ESPINA

NOVELA

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EDITORIAL LOSADA, S.A.
BUENOS AIRES

 

PRÓLOGO

    Como soy comerciante en muebles coloniales, viajo frecuentemente a provincias, en procura de nuevos ejemplares para mi almacén. Fué así que estuve en Loja a tiempo que se vendían los muebles de un abogado, recién fallecido, cuyo heredero viajaba a establecerse en el exterior y estaba liquidando sus pertenencias. Adquirí un escritorio y un armario tallados, piezas estimables del siglo pasado, muy bien conservadas, por las cuales me prometí algún beneficio. Llegado que hube a Quito, las conduje al taller donde desarmo, vuelvo a armar, restauro y abrillanto y pulo los muebles antes de exhibirlos. En esa tarea, descubrí, en el escritorio, dentro de una secreta, tres cuadernos con pastas de cuero, escritos a mano, con muchas tachaduras y con una letra tan curiosa que, después de mucho examinarla (a mí me obsesionaba la grafología) llegué a calificar como una letra desesperada. Así estaba seguramente el hombre que con ella llenó esas páginas.

    Las leí y me quedé muy asombrado de su contenido. Comerciante y todo, soy afanoso lector y creo que sé algo de estos achaques, y si bien nunca he escrito nada, amo los libros bien escritos o aquellos que, sin estarlo, tienen mensajes trascendentales que comunicarnos. Estos cuadernos, de los cuales es el primero el que hoy publico, probablemente contienen mensajes dignos de ser escuchados. Acaso las páginas que van a leerse expliquen el mecanismo de la soledad. Al fin y al cabo, han sido escritas por un solitario auténtico que, ante su Dios, sin ánimo alguno de que sean leídas por ojos humanos, ha desmontado su alma ruedecilla por ruedecilla, en una confesión de tan pavorosa profundidad e implacable empecinamiento como es difícil que haya otra. Por esos días yo estuve leyendo un libro mexicano, cuyo autor ya no recuerdo, y ahí encontré frases que, o mucho me engaño, o logran su confirmación entera en las páginas que van a leerse: "No es verdad que me haya sentido horrorizado de lo que hubiera en tu alma. Yo tengo por cierto que el alma es la cosa más sucia que hay en el mundo. Y saber que tú nunca has entrado en la tuya es para mí la mayor garantía de tu pureza. Perdóname que te obligue ahora a penetrar hasta donde tu decencia te lo veda". Estas frases bien podría decirlas el autor de estas páginas.

    No he tocado palabra alguna al sacar en limpio tan estremecedoras líneas. Simplemente, he cambiado los nombres de las personas y de los lugares, en tal forma que no puedan ser identificados, habida cuenta de que se pueden afectar apreciables sentimientos dignos de respeto.

 

LÁZARO BONFIN