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lunes, 8 de febrero de 2010

Sinfonía en gris mayor, de Rubén Darío

SINFONÍA EN GRIS MAYOR

El mar como un vasto cristal azogado

refleja la lámina de un cielo de zinc;

lejanas bandadas de pájaros manchan

el fondo bruñido de pálido gris.


El sol como un vidrio redondo y opaco

con paso de enfermo camina al cenit;

el viento marino descansa en la sombra

teniendo de almohada su negro clarín.

Las ondas que mueven su vientre de plomo

debajo del muelle parecen gemir.

Sentado en un cable, fumando su pipa,

está un marinero pensando en las playas

de un vago, lejano, brumoso país.

Es viejo ese lobo. Tostaron su cara

los rayos de fuego del son del Brasil;

los recios tifones del mar de la China

le han visto bebiendo su frasco de gin.

La espuma impregnada de yodo y salitre

ha tiempo conoce su roja nariz,

sus crespos cabellos, sus bíceps de atleta,

su gorra de lona, su blusa de dril.

En medio del humo que forma el tabaco

ve el viejo el lejano, brumoso país,

adonde una tarde caliente y dorada

tendidas las velas partió el bergantín...

La siesta del trópico. El lobo se aduerme.

Ya todo lo envuelve la gama del gris.

Parece que un suave y enorme esfumino

del curvo horizonte borrara el confín.


La siesta del trópico. La vieja cigarra

ensaya su ronca guitarra senil,

y el grillo preludia un solo monótono

en la única cuerda que está en su violín.


Para abrir esta sección, donde procuraremos recordar algunos de los modelos de la poesía española, vamos a comentar este poema de Rubén Darío. “Sinfonía en gris mayor” pertenece a Prosas profanas, (1) escrito en Buenos Aires (donde el poeta nicaragüense era Cónsul General de Colombia) y publicado en 1896. Prosas profanas, obra que coincide en el año de su publicación con otro libro, Los raros, significa la madurez del arte modernista de Rubén Darío, que apuntaba ya en Azul…(1888) el impulso de renovación estética que culmina en la obra que presenta “Sinfonía en gris mayor”.

Prosas Profanas se divide en cuatro secciones (Prosas profanas, Varia, Verlaine, Recreaciones arqueológicas). En la sección “Varia” se incluye el poema que comento.

Precediendo a los poemas, el autor sitúa unas “Palabras preliminares”, que, a modo de poética y también de testimonio personal y artístico, nos van a orientar para abrir claves de lectura del texto.

Por una referencia en dichas “Palabras preliminares” –“Yo he dicho, en la misa rosa de mi juventud”-, junto con el hecho de llamar a la primera sección del libro con el título general de la obra, parece que dar entender el autor que “Varia” pertenece a otro momento creativo, donde la nota melancólica, filosófica y el dolor existencial se encamina hacia su decisivo libro Cantos de vida y esperanza.


De esas Palabras del autor extraeré estas ideas:

1) La idea aristocrática del Arte (nombrado con mayúscula), que defiende el poeta, el valor elevado de la poesía, y la llamada a los poetas americanos a participar en el Modernismo; protestando de que se le tome como modelo a imitar, a la vez que defendiendo su propia originalidad y libertad: “mi literatura es mía en mí”- dirá Rubén con esta célebre frase. (En el prólogo de Cantos de vida y esperanza, dirá que puede repetir casi todas las mismas palabras preliminares que dijo en Prosas profanas. “Mi respeto por la aristocracia del pensamiento, por la nobleza del Arte siempre es el mismo”).


2) La asociación del Modernismo con un espíritu de libertad, inseparable de una búsqueda personal auténtica por encontrar la propia expresión poética. “Quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro personal”. Rubén Darío se niega al ser el padre y maestro de sus contemporáneos; lo que, sin embargo, será después para las generaciones jóvenes de fin de siglo, españolas e hispanoamericanas. (En Cantos de vida y esperanza, afirmará, contradiciéndose en cierto modo: “El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América se propagó hasta España…”). Pero aquí quiero destacar, por un lado, la filiación del Modernismo con el Romanticismo, por el valor de la libertad, y, por otro, sobre todo, el anclaje de la poesía de Rubén Darío en su propia experiencia personal y en la búsqueda espiritual que inquieta su vida al par que su obra.

La autenticidad es el sello del verdadero poeta, más allá de su encuadre en estilos, corrientes o escuelas de época.


3) Nos presenta también el poeta el libro como una “misa” o celebración pagana, una afirmación del gozo de los sentidos y de la naturaleza. Esto aclara el título de la obra: prosas, en el sentido de composiciones recitables en la celebración religiosa; como usó este término Gonzalo de Berceo (“Quiero fazer una prosa en roman paladino…”); profanas, en cuanto aluden a un celebración de la belleza del mundo, incluso a una comunión del poeta en el entusiasmo (posesión por el dios) de esa belleza. Aunque el título parece, en principio, una provocación antirreligiosa, es en cambio una manifestación de una profunda religiosidad pagana, órfica.



4) Las Palabras Preliminares nos hablan, también, de la forma de la poesía, y de la música ideal que debe estar detrás de la forma y de la armonía verbal. Sitúan el libro en la órbita del simbolismo de Verlaine (la poesía, para éste, era musique avant toute chose). Pero nos sugiere, además, el aspecto esotérico, órfico, de la poesía de Rubén, y de su intento, logrado, por conseguir una música del espíritu que canta por lo bajo, meditando o susurrando, de sus composiciones llenas de ritmo y música verbal, y de esa frivolidad aristocrática del arte neoclásico que admira.

5) Se apuntan también los temas predilectos del poeta: el matrimonio de lo antiguo y lo moderno, el Medievo y la Francia del XVIII, lo mitológico y lo filosófico, la carne y el espíritu, y, en fin, el cosmopolitismo (es decir, galicismo) y su americanismo. “Mi esposa es de mi tierra; mi querida, de París”. Será Buenos Aires, la ciudad donde escribe Prosas profanas, el signo, para el poeta, de ese cosmopolitismo, de la unión de la nueva Europa y de la vieja tierra americana (cambiando los tópicos). “Buenos Aires. Cosmópolis”.


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Una sinergia liga la forma a la idea en la poesía de Rubén Darío. Es la sugerencia del símbolo, concertada por la música ideal del verso, lo que hace presente una resonancia y aporta, según creo, el verdadero tema del poema que comento. Más allá de los temas e imágenes visibles y de la anécdota de la que no está exento el poema (que tiene un esqueleto descriptivo, de estampa). Esa parte aparente se puede enunciar así: un viejo marinero fuma su pipa frente al mar, en la siesta del Trópico, y la indolencia que envuelve su ánimo, por la cadencia del mar y por el calor, le transponen y le hacen sentir una nostalgia de algo indefinible, “de un vago, lejano” país de bruma, hasta que, después de repasar su vida, cae rendida su conciencia al sopor.

Mas, en esa estampa de indolencia y de nostalgia inefable, hay también la sombra de una inquietud, junto a un estado de ánimo deslocalizado, de alguien que no tiene un lugar propio en la tierra. La indolencia y la quietud se anuncia en el símbolo del mar, del primer verso del poema; y en el sintagma “La siesta del Trópico”, que se repite hipnóticamente al comienzo de las dos últimas estrofas. Pero la inquietud, por su parte, comienza a roer ya en la segunda estrofa: el sol camina “con paso de enfermo a su cenit”, el viento, plácido, descansa en la sombra presto a hacerla mover y ocupar la escena del día. Las ondas parecen gemir debajo del muelle donde está sentado el viejo lobo de mar. Éste es un hombre viejo, que ha vivido muchos climas y experiencias, y que, en esa calma descubre los signos de una amenaza. De una presencia, que es, idealmente, el tema y protagonista del poema: la muerte. Su música ideal es, precisamente, esa sinfonía en gris mayor, a la que alude al título.


El marinero previene la muerte –como en el célebre poema de W.B. Yeats, “Un aviador irlandés previene su muerte”. En la breve huída de su conciencia en la siesta, descubre la lenta huída del sol, que da paso imperceptiblemente a la sombra, y cómo la música del mar y el ritmo del Trópico ceden, poco a poco, a la sinfonía del gris, hasta avanzar hacia el gris mayor: la noche, el silencio, y el cese definitivo de la conciencia. La muerte está presente en todos los signos del poema, como en la vida.


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El poema está estructurado en ocho estrofas, de cuatro versos, excepto la tercera. (Esta estrofa presenta un cambio de ritmo, a la vez que una particularidad métrica que comentaré).

Los versos son dodecasílabos, compuestos de dos hexasílabos: el ritmo ternario tiende a caer regularmente en la segunda sílaba, por lo que el poema tiene una cadencia casi majestuosa, pausada,

iniciática, que contrasta con la rima aguda asonante de los versos pares (-í), que señala la inminencia de un desequilibrio, de una inquietud.

La forma se adecúa con el tema que he señalado en el poema: la inminencia oscura de la muerte en un marco de placidez, calma y belleza. La nota aguda que anuncia ya el gris del título se apoderará del andante moderado de la música, y al final preludiará el gris mayor: la quiebra de la eufonía de la naturaleza.

Sin embargo, de acuerdo con el simbolismo ideal de Rubén Darío, que parece entender la muerte como una comunión o entrega final a una dimensión más elevada del espíritu, una transmutación en el seno de la naturaleza, el poema presenta una arquitectura perfecta, que sostiene el caos, y bendice por tanto la música de la naturaleza que acompaña hasta el final el poema. Incluso en el solo monótono del grillo, y en la última cuerda del violín, hay un eco de vida que celebra el espíritu.

Lejos la forma del poema de un presentación caótica y de una ruptura aparente de la música hipnótica que forma el mar, el viento, el Trópico, envolviendo al hombre que medita y duerme.

La influencia del simbolismo es evidente en el poema, de un simbolismo subjetivo, casi impresionista, que se manifiesta en la naturaleza, y en los símbolos del mar y de los elementos, así como en los sonidos, en los colores, sobre todo, en el gris. Una conjunción sinestésica de sensaciones provocada por la música ideal del poema, la melancolía y la soledad ante la muerte, música ideal que hace vibrar todos los élitros de la música verbal que trata de encantar y de afirmar la vida, y negar lo trágico.

El simbolismo de Rubén Darío está lejos del nihilismo decadente (como en el primer Mallarmé), y en este poema, la nota parnasiana, objetiva, apenas se ciñe a la sensación de escultura, o, mejor de concha, que presenta el paisaje (el mar y todos los elementos descritos, y la siesta del Trópico) que envuelve al marinero –y al lector.


Me refiero, ahora, a la curiosidad métrica y rítmica de la tercera estrofa, que a diferencia de las demás cuartetas, está compuesta de cinco versos: los dos versos primeros continúan describiendo la inquietud latente en la calma marina, pero en los tres versos siguientes comienza la presentación del viejo marinero, “sentado en un cable, fumando su pipa/ está un marinero….”

La presentación requiere de una pausa, que está marcada por el poema. A continuación, se produce un curioso recurso técnico: la rima aguda alterna en verso par se mantiene, por un lado, dividiendo en dos hemistiquios por separado el verso, que rítmicamente es largo y admite la recitación como dos versos hexasílabos separados (aunque gráficamente van unidos, ¡suma maestría técnica del poeta, que engaña al ojo, siempre). Por otra parte, la palabra “pipa”, la divide en su secuencia fónica y silábica: pi/pa. De modo que consigue la rima aguda en su sitio y lugar (justificada por el ritmo alargado del verso la escisión en dos hexasílabos, como he dicho). Por último, la segunda sílaba de pi/pa la une en sinalefa con el “está” del comienzo del verso siguiente. Curiosamente produce esta sinalefa un movimiento de abalanzarse, de aceleración rítmica, que inicia el movimiento interior de la inquietud y del ensueño del marinero.


En cuanto al léxico, los términos del mar son cultos, aunque no existen cultismos ni hay presencia de términos mitológicos, como en otros poemas del libro, porque la estampa, que le sirve de trama, es de una realidad natural, hasta cotidiana, para expresar, mejor, el fondo filosófico del poema.


Nota 1. Prosas profanas y Cantos de vida esperanza están publicados por Espasa Calpe, Colección Austral, Madrid. Prosas profanas, séptima edición, 1972. Cantos de vida y esperanza, duodécima edición, 1971.


Sebastián Alfeo

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