miércoles, 5 de agosto de 2009

Mayra Santos Febres: "Puerto Rico es una isla de mujeres". (Extractos de entrevistas)


“A mí me asombra el peso que tiene la tradición religiosa católica en América Latina, donde el modo de ser mujer está muy intervenido por los ritos marianos de la virginidad y de la santificación del matrimonio. Eso no pasa en el Caribe. Puerto Rico es una isla de mujeres. Siempre hemos estado metidas en el espacio económico, hemos sido muy independientes.
AM: ¿Y a qué atribuye esa diferencia?
M.S.F.: Una de las razones por las que se celebró mucho la ocupación norteamericana de 1898 fue que venía con ley de divorcio, y había mucha gente que se quería divorciar. Aquí el divorcio es legal desde 1901. Y desde entonces ha habido huelgas obreras –por cierto bien violentas– dirigidas por mujeres. Una de las grandes líderes sindicalistas portorriqueñas de los años 20, Luisa Capetillo, fue a la cárcel varias veces por sus trabajos sindicales. Así que aquí ser mujer y ganarse el sustento tiene bien poquito que ver con casarse y esperar que alguien te mantenga. Eso yo no lo entiendo. Esto se enlaza con esta historia que yo escogí. En los años 70, por ejemplo, cuando explota el mini boom de la literatura portorriqueña, cinco de las seis figuras importantes de la literatura nacional eran mujeres.
AM: ¿Tienen que dar las gracias a Estados Unidos, entonces?
M.S.F.: Perdón que lo diga de manera tan categórica, pero Estados Unidos no es un lugar muy querido en el mundo, y soy de los que se suman a muchas de las críticas que se le hacen a ese país, sobre todo en sus políticas externas. Pero una cosa que tiene bien chévere es la defensa de los derechos civiles, sobre todo los derechos de la mujer. Al ser colonia de Estados Unidos, entonces todas las leyes de hostigamiento en el área del trabajo, de divorcio, de protección contra violencia doméstica, llegan aquí y se imponen desde hace mucho tiempo, desde hace cien años. Por lo tanto hay una manera legal de defenderse, que no es el caso de muchos países. Hay un clima que ayuda a los desafíos intelectuales, literarios y al desarrollo económico de las mujeres. Muchas son propietarias de tierras desde el siglo XIX, y no por ninguna disposición ni ley que tenga que ver con el matrimonio, la sucesión de hijos, nada. Se puede ser una mujer fuerte con menos penalidades. Y ser una mujer fuerte en muchos lugares del mundo equivale a que te matan.

AM: Es un abismo respecto a América Latina.

M.S.F.: Es bien distinto de lo que ocurre en el resto de Latinoamérica. Me asombro cuando voy a los congresos de literatura, en donde siempre somos seis mujeres, somos el uno por ciento. Y en mi país es al revés, los hombres son menos y nosotras hacemos las actividades intelectuales”.

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“—Convertirse en universal. Trascender. Escribir más allá de los límites del paisito propio y ser reconocido en lugares jamás imaginados. Éste es el sueño de muchos. Éste era mi sueño, y era un sueño bueno. Pero mi sueño necesitaba revisión. En muchos lugares de América, soñar con “lo universal” es acceder a una corriente de pensamiento necesaria y a la vez peligrosa. A ver si me explico. Ser universal no es lo mismo que ser global. El universalismo es un discurso que está basado en alcanzar “el Bien y la Belleza” trascendiendo lo particular, lo inmediato. Muy neo-platónicamente, el universalismo postula a la esencia divorciada de la materia, que existe de una manera pura. Eso es lo que digo, hay que desplazarse de la materia. El joven literato debe concentrarse en la “esencia”, en la palabra por sobre todas las cosas. Eso sí, la palabra de Don De Lillo, de Cheever, de Raymond Carver… Para lograr ser “universal” hay que poder manejar una lista de referencias muy precisas y, a la vez, muy arbitrarias. Supuestamente, existen unas obras que alcanzaron “la universalidad” por su valor superior, por haber probado que pueden trascender el tiempo y el espacio. Han logrado crear una red de influencias, un diálogo con la tradición, como argumentaría Coleridge, que, a su vez, hila un tejido cultural cerrado.

—Demostrarse capaz de manejar los códigos de la alta cultura es poderse mover entre los hilos de ese tejido con soltura. Es poder ver sus entrecruces, descubrir que este libro habla con aquél y con el otro. Poder inscribirse en el telar. Lo que pasa es que tal tejido cultural se parece a la tela de Penélope en estos tiempos: por el día crece y por la noche, desaparece.

—De eso se trata, de tejer sobre nuestras influencias, de parecernos, pero sin parecernos. Tampoco buscamos parecernos a nosotros mismos, para qué.

—Para nosotros, los que vivimos de este otro lado del Atlántico, ser universal implica haber leído y hasta saberse de memoria toda la literatura clásica (que no está mal), a Dante y a Boccaccio, a Cervantes y Goethe, a Thomas Mann, Sándor Márai y a la generación del 27, más toda la literatura de Latinoamérica. Y, si para colmo, resultas ser negra o mujer como yo, lo universal se vuelve complejísimo. Aparecen cánones alternos de lecturas obligadas: el feminista que encabezan Virginia Woolf y la Beauvoir, el afrodiaspórico, con Wole Soyinka, Ben Oki, Toni Morrison y Tzitsi Dangarema, pasando por Coetzee, Nadine Gordimer. El laberinto, biblioteca de Babel, se hace infinito. Uno ya va sospechándose que no está siendo del todo “universal”, que lo “universal” era otra cosa. Que ya está empezando a ser “global”.

—A eso me refería, a la búsqueda compulsiva de nuestra literatura. Queremos estar en este mundo global, queremos que nos reconozcan por nuestra capacidad de ser como el joven barcelonés, o californiano, de la esquina. Queremos rezumar y rebosar “cultura”, diluirnos, quizá, en ella.”

Tomado de “Babelia” suplemento cultural de El País.

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